Sobre los humores sociales y políticos, con la excusa de la vuelta de Capusotto // Juan Manuel Sodo



1. Así como en la literatura del siglo XX existen según Piglia lo kafkeano y lo borgeano, podríamos decir que para nuestra generación, en humor del XXI, existen lo barcelonesco y lo capusotteano. Alguien dice “parece un título de la Barcelona” o “parece un personaje de Capusotto” y todos sabemos de lo que estamos hablando.

2. Axel Biciloft es un ministro de medioambiente palermitano; Adolf Hipster un buche que hace pintadas (“Acá vive alguien que consume harinas blancas”); el Chaqueño Paravecino un folklorista vecinócrata; Skype Belinson un profesor de guitarra a distancia; Willy Crooc un saxofonista fanático de las zapatillas y Ernesto La Clota un joven lector de La razón populista que analiza la realidad como tía… Horas se puede uno pasar tirando nombres con algunos amigos.

3. Sin embargo, el procedimiento más alto de Peter Capusotto tal vez haya pasado no tanto por el juego de nombres como por mostrar los riesgos de llevar al límite algunos discursos epocales que tenían consenso. ¿Hay que tolerar todo? (“Un poco de fascismo viene bien”). ¿Qué puede pasar si no discriminamos a nadie? (Inadiii). ¿No termina el buenondismo siendo tan autoritario como aquello a lo que se opone? (Dictadura hippie). ¿Tan perseguidos fueron los artistas durante la última dictadura? (Pepe Barreta Smith). ¿Y si al final todo fuera parte de una misma manera adictivo-compulsiva de vincularnos con las cosas? (Le pegó mal la ensalada). ¿Y si el debate y el retorno de la politización no hubieran terminado siendo sino eso que hacemos en la Red Garlofa?...

4. Hipótesis: no hubo, no hay hoy -tomando radios, TV, standuperos y redes- otro humor más político que el de Peter Capusotto. La nefasta batería operadora imitadora de humor Lanato-Clarinista, El cadete de Navarro, Peroncho Stand Up, Thelma y Nanci, Stoppelman en Víctor Hugo, Barragán en su momento, Fáchima en facebook… Todos hacen humor político en tanto tematizan esa porción de la realidad que llamamos la política, en tanto usan temas de actualidad y cualidades satirizables de los políticos como materiales risibles. Pero las cosas permanecen en sus respectivos casilleros a nivel consenso de lo sensible (lo que se ve, lo que se sabe, lo que se habla, cómo se habla, lo que se espera de).

5. Con mayor o menor gracia (eso va en gustos de cada quien), el lenguaje humorístico es ahí un medio transparente para hacer pasar cosas que ya están pensadas y dichas en otro lado. La lengua se efectúa con unas reglas y unas racionalidades que son menos las del propio poder decir que las del cliché, la agenda periodística o el cálculo partidario. Si de antemano ya sabemos de quién nos vamos a reír y qué es lo que queremos escuchar -entre nosotros que en comunidad adherente ya estamos de acuerdo y sabemos lo que pensamos- entonces eso no es humor. Es otra cosa. ¿Humor orgánico?

6. En su undécima temporada -la primera post TV Pública, la que Canal 9 va a reponer los domingos a las 22hs a partir de este domingo 20- salvando un sketch sobre manipulación de los medios y el ya gastado Micky Vainilla, en una coyuntura que es desesperante Peter Capusotto la tenía fácil para apalabrar, para bajar línea, tenían servido en bandeja lo que se esperaba que digan, más aun sabida la pertenencia de Saborido y Capusotto al campo popular (el mismo con el que simpatizo), alineación que ellos mismos han ido haciendo explícita en una serie de entrevistas. Y sin embargo no. Permaneció cuidada la zona de autonomía enunciativa que por modo de producción y política expresiva caracterizó al programa en todos estos años. En efecto, a Ceo Gutierrez, el líder de Jóvenes Pordioceos -del que Jorge Meconio (séptima temporada, “el que sufre no sos vos”) puede leerse como un antecedente de la perversidad salvaje que se venía- le tomó dieciocho programas aparecer.  
 
7. Pero ese es otro problema. Porque un campo de problemas progresivamente más propios puede ser este:

a) Si la indignación nos reafirma en la parálisis, si el boludeo y la provocación de clase enervan, si los “te la debo” y los “fue un error” irritan, si las derrotas bajonean, si la urgencia actualista desespera… o sea: si la estrategia es entristecer los cuerpos llenándolos de pasiones reactivas ¿con quién te reís?, ¿cómo te reís después de “pobreza cero es una meta” o de compañeros que van siendo descartados de laburos en los que estaban implicados?
b) Con la idea de que puede servir a imaginaciones políticas, ¿qué puede ser una crítica humorística -insolente, irreverente, incorrecta, desagobiante, liberadora, perforadora de opiniones y debates, plebeyística, desobediente- cuando no es la jactancia auto-irónica (#cambiamos), el meme o la ocurrencia inteligente de usuario en redes sociales?

c) Con la hipótesis de la necesidad de crítica, no para flagelación culposa, no para regodeo en el morbo de mirarnos a nosotros mismos y denunciar nuestros propios micromacrismos sino para des-despolitización de modos de vida; con esa hipótesis: ¿cuáles pueden ser unos procedimientos humorísticos capaces de exponer ya no lo obvio (que X es cheto, que Y es bruto, que Z es autoritario) sino lo opaco, lo inercial, aquello que muerde en el nuevo consenso que pareciera estar armándose, por ejemplo las vidas urbanas medias cada vez más privatizadas que llevamos, autogestionadas con criterios microempresariales, “esas pymes llamadas Mi vida”, los parejismos, los mascotismos, los secretos deseos de seguridad y tranquilidad, de orden para andar por la ciudad, cervecita artesanal temprano porque cierran, la cuota de cultura, clotazepam, las inercias de unos cuerpos conectivos maquinizados, cada vez menos sensibles, autoprogramados para la eficiencia y el rendimiento existencial?, ¿pueden la parodia, la sátira contribuir a que pensemos algo de esto?