Neoliberalismo insurreccional // Diego Valeriano


Estar al acecho es un método, una filosofía, un modo. Se espera en la puerta, en la vereda, en el tren. Se espera la oportunidad, el descuido, se espera que dé. Que la bici esté sin candado, que el medidor de gas no tenga rejas, que tarde en entrar el auto, que el bondi no llegue al barrio y que ella tenga que caminar cortando por el campito. Las cosas son o no son: a veces se puede, se da, o  se aprovecha la oportunidad. Se está al acecho para la transformación. Se deambula en la búsqueda de la oportunidad. Es el neoliberalismo de los de abajo.
El neoliberalismo insurreccional llegó para quedarse hace rato. Es una explosión, una batalla mal interpretada, un combate cuerpo a cuerpo, una fiesta de casamiento donde se apuñalan los padrinos, un linchamiento, un amor que brota en los pasillos, es estar amanecido, es termear.
Desde hace años son los únicos y verdaderos contrincantes. Modifican los territorios, el poder, disputan el monopolio de la fuerza y el goce. Prepotentes, desordenados y convencidos que verdaderamente, día a día, se juegan la propia. Viralizan sus mundos posibles. No existe nada más peligroso que una idea a la que le ha llegado su tiempo. Las vidas runflas están al acecho, avanzan donde aún no hay senderos delimitados. Son oscuros pero  irradian una nueva luz.
Hay nenes jugando al allanamiento, balas perdidas, ejecuciones, miles de motitos tirando cortes. Hay odio al vecino, quema de casa del violador, tatuajes. Se sacan los parlantes afuera y no importa nada, hay vino y sustancia. El neoliberalismo insurrecto libera y es una fiesta.