Víctimas // Diego Valeriano
Antonia
agarra bien fuerte a Abigail, están solas y extrañan mucho a Zunilda, la
estación de Tribunales es un mundo de gente que las choca, las empuja y las
arrastra hacia la salida. Abigail tiene miedo que le arranquen el cartel que
hizo pidiendo justicia por su mamá.
Hace
dos años que no tienen más a Zunilda y se sienten más solas que nunca. Antonia
creyó que iba a sacar fuerzas desde lo más profundo para buscar justicia por su
hija, pero no puede. Apenas puede mantenerse diariamente para Abigail.
Vieron
que se hacía la marcha y salieron bien temprano. Dos bondis hasta la estación,
tren y subte es un viaje enorme que nunca hicieron juntas. A la vuelta sí o sí
en remís; después que cae el sol, el barrio se pone imposible.
Hasta
hace poco la mala sangre casi no la dejaba comer, bajó diez kilos de caminar,
pasillear por Tribunales y ser boludeada
en la comisaría. Un día entendió que la causa jamás iba a avanzar, entendió que
el fiscal no la iba a recibir, que el Juez está de viaje, entendió que si no
pagaba un abogado nada iba a pasar nada.
Entendió y dejó de hacerse mala sangre.
En
la plaza hay un montón de mujeres con historias similares, también hay algunos
hombres. Un mar de cartelitos hechos a mano con caras, corazones y nombres:
Matilda, Caro, Virginia, Tomás, Zunilda.
El
primer policía que llegó a su casa la abrazó fuerte, mientras ella no podía ni
llorar. Le prometió que los iba a hacer cagar a esos hijos de puta, que la iban
a pagar. Un tiempo después, se enteró por el carnicero que sí le pagaron al
policía.
Ya
no pasa por la comisaria, ni por los Tribunales de Lomas, ni por la esquina
donde para el hermano del que le quitó a Zunilda.
Cada
una de las personas con la que habla en la plaza tienen la misma historia: una
vida arrancada, un recorrido infinito por lugares ajenos, muchísimas mentiras,
el desamparo, la soledad, la impunidad y
la esperanza de que una cámara muestre su cartel.