Espejos incómodos: un diálogo con las militancias que dijeron adiós (I) // El Loco Rodríguez
"La
aceleración es un apuro vacío. A veces, no se puede parar a pensar lo que se
está haciendo, lo que se está viviendo, lo que está pasando a centímetros de
nuestras vidas. Como la piel es una envoltura frágil y sensible, es preferible
creer en una coraza, antes que imaginar que estamos envueltos en una euforia
inútil"
Marcelo Percia.
La ruptura del Movimiento Evita con el
bloque de diputados del Frente Para la Victoria reforzó una crisis que ya se venía sintiendo,
no solo en el FPV en tanto herramienta política del kirchnerismo, sino más
bien, en un plano más amplio, abarcando todo el proceso kirchnerista.
La salida del Bloque puede ser
analizada desde distintos puntos de vista: el escándalo de corrupción de José
López como vértice de otras denuncias y procesamientos; el reposicionamiento
del Partido Justicialista en un gesto de “deskirchnerización”; el lugar de las
militancias kirchneristas en una nueva etapa; la crisis de conducción
centralizada en los frentes, partidos y movimientos que se alinearon al
kirchnerismo; y la propia historicidad del Movimiento Evita en relación y más
allá de los gobiernos de Cristina y Néstor Kirchner.
Sin duda, hay un factor común a todos
los ángulos, y es la crisis de representatividad del kirchnerismo, en medio de
un horizonte explícito de derrota. Se huele el azufre y junto a él, habitan la
incertidumbre y el miedo. La sombra de la traición, eje disciplinador kirchnerista
por excelencia, recorre una vez más sus filas aunque ya sin el efecto de antes.
¿Es de traidor bajarse de un barco que se hunde? ¿Es más grave el hecho de que
se hunde o que continúa en la dirección equivocada?
La decisión del Movimiento Evita,
indudablemente colocó a muchos en una posición incómoda. Obliga a pensar
aceleradamente este nuevo período abandonando las formas que ya van siendo
caducas. Juzguemos la decisión buena, mala, oportuna o inoportuna, no deja de
poner en evidencia problemas no resueltos, abultados demasiado tiempo debajo de
la alfombra. Pareciera que gran parte de las “desgracias” que lamenta nuestro
tango no son más que las consecuencias de una cantidad de obstinaciones que más
tarde o más temprano acabarían en una derrota política. El kirchnerismo, antes
de ser herido de guerra por el archienemigo amarillo con su pócima antipolítica,
se mató lentamente por dentro, y su evidencia más fuerte fue la errática
candidatura de Daniel Scioli, quien luego de doce años de gobierno era lo más
lejano a una síntesis del proceso político que pretendía suceder.
La otra discusión es si es posible que
exista un kirchnerismo sin Kirchner. Sin Néstor, sin Cristina, ¿hay
autoconvocados por el kirchnerismo? ¿Hay una resistencia con aguante que sigue
sin dialogar con otros sectores sociales, sin diferenciarse del hincha del club
o del grupo de mujeres la iglesia? Una conducción ultra verticalista transformó
(con el consentimiento de la conducción como de los conducidos) un movimiento
en masa, aplastando cualquier posibilidad de dinamismo. Ahora, con Cristina
Kirchner en una posición, al menos, esquiva (y sino, que alguien le pregunte a
Roberto Navarro), los distintos sectores que componían el frente se distancian
cada vez más, desprovistos de un liderazgo que los amalgame. Y en el medio,
algunos amantes del mito mueren por seguir a Cristina, vaya a donde vaya,
pareciéndose más a fans de Bandana que a actores políticos.
¿Cómo es posible conservar la unidad
kirchnerista sin revisar los errores, especialmente aquellos que, en un pacto
de entrega, cometimos al delegar nuestra propia capacidad de pensamiento y acción,
reduciéndonos a meros espectadores del festín kirchnerista? La felicidad que
tuvimos en cada una de las plazas nos llevó a soslayar las preguntas
inevitables que nos debíamos hacer. Resignamos verdad para seguir con la
fiesta. Y de ese error, nadie, ni los políticos oportunos, ni las militancias
erráticas o fanáticas, ni los fans de Cristina, ni los militantes de derechos
humanos, ni los progresistas críticos, nadie, pero nadie se salva.
Mientras, a sus anchas, la derecha se
empeña en demostrar que el kirchnerismo ha sido a duras penas una fiesta de
derroche de recursos y corrupción. Y quienes pudimos ver en el kirchnerismo una
potencia transformadora, necesitamos reaccionar a tiempo para que no arrasen
con el capital simbólico construido de estos años. Pero, ¿de qué manera es
posible hacerlo?
El viraje del Movimiento Evita marca un
límite a una vieja usanza de la década ganada que ya no tiene demasiado eco en
estos tiempos de encrucijada. Bancar,
por bancar, neciamente, una imagen idealizada del pasado cercano no pareciera
ser la alternativa más racional. ¿Defender a De Vido es defender al
kirchnerismo? ¿O acaso, defender las banderas
legítimas del kirchnerismo implica una necesaria autocrítica nunca dicha
(o dicha siempre entre líneas) y, por lo tanto, deslindarse de estos
funcionarios para dar lugar a construcciones políticas vitales que
verdaderamente puedan pensarse como alternativa al Pro? ¿Qué es hoy ser
kirchnerista? ¿Seguimos siéndolo, o ya nos estamos peronizando, izquierdizando,
desideologizando?
La pregunta genera suspicacias dado que
el kirchnerismo, en cuanto a sucesión de gobiernos sin un programa explícito,
como Frente por fuera y por dentro de un partido histórico, como juventudes
militantes o como ciudadanos sensibilizados con determinadas políticas, es en
definitiva un significante cuyo sentido se completa permanentemente (y siempre
lo ha hecho) por circunstancias tan efímeras como suceptibles de cambio.
Acaso el mejor modo de resguardar una
cantidad de aciertos y rumbos adquiridos durante los últimos doce años sea
saliendo de los lugares predecibles y ya caducos del kirchnerismo.
La decisión del Movimiento Evita pone
en mayor evidencia todo esto, sin que por eso sus referentes se conviertan en
héroes o traidores. Que la llamada escisión los acerque a un peronismo más
conservador como modo de sobrevivencia política, que los radicalice en la
búsqueda de resistir a los duros embates de un gobierno de derecha sin
concesiones hacia los sectores populares, o ambas opciones a la vez, es algo
que no está en este momento en el centro de este análisis. Oportunos u
oportunistas, la historia lo dirá.
Lo importante es que esta decisión adelantó
una pregunta que a partir de ahora resulta más difícil de soslayar: ¿cuál es el
mejor modo de cuidar el fuego kirchnerista? Tal vez, sin un gobierno a cuestas
y con astucia política (debería, en muchos casos, ser una astucia hasta ahora
no vista), la militancia kirchnerista pueda por fin actuar deslindándose de la
sombra de la gestión, asumiendo los aciertos sin por eso asumir el falso
estoicismo de “bancar” y “criticar puertas adentro”, para por fin ir en la
búsqueda de una nueva vitalidad.
¿Será eso posible?