Tres preguntas al Colectivo Juguetes Perdidos // Revista Nuevos Trapos
Hace
tiempo que, a través de textos y entrevistas, vienen insistiendo en la
necesidad de volver la mirada hacia los “modos de vida”. De hecho -señalaban
hace poco- el escenario social frente al que nos encontramos hoy es el
resultado de una “derrota vital antes que (macro)política”. Queríamos arrancar
preguntándoles qué entienden por modos de vida y qué es lo que se abre cuando
se piensa en esos términos.
Hablamos de una
derrota existencial, o derrota vital, “antes” que macropolítica, o como
condición para que ésta suceda. Falta de inyección vital, experimentaciones
frustradas, cierres de las posibilidades al interior de cada vida… eran algunas
señales que aparecieron los últimos años que hablaban de un enfriamiento vital,
caldo de cultivo (junto a otras dinámicas) del actual escenario político y
social. Empezar a pensar (y pararse ante lo que pasa) por este lado, nos saca
de un plano puramente ideológico, de “toma de posiciones”, de posturas que
cierran bien a un nivel discursivo o imaginario, o de principios, pero que poco
entran en juego con la vida, con las maneras de vivir, con el hábito, con los
afectos, con las alianzas vitales que vas tejiendo, con las disputas efectivas
en las que estás metido (disputas no sólo a nivel material, económico,
político, de relaciones de fuerza, sino también disputas a nivel de la
intensidad, de las ganas, de cómo valorizás tu vida).
Ponemos el acento en
los modos de vida o ritmos vitales, en los pulsos, que son siempre singulares
de cada modo de vivir, de transitar la ciudad, los laburos, la noche, las
fiestas, de gestionar, crear o producir espacios colectivos, de ampliar el
campo de posibilidades, de las alianzas posibles… ponemos el acento ahí porque
creemos que un lenguaje político que no nace desde esos pulsos o que no los
tiene en cuenta radicalmente, ya nace castrado, sin potencia. Es poner el
acento también en un montón de dinámicas que muchas veces no son catalogadas
como “Políticas” pero que en definitiva son un terreno de disputa primordial.
Ahí no sólo nace sino que se despliega toda política, toda politicidad. Una
disputa o una discusión a los “poderes” (en un barrio, en un laburo, en una
pareja, en una institución) que no tenga en cuenta este plano sensible y de
intensidades en realidad no discute nada. Vale aclarar que todo esto
(obviamente no descubrimos nada) lo fuimos pensando y poniendo en juego en este
espacio colectivo que es Juguetes Perdidos, pensando primero, hace varios años,
problemas más generacionales por así decir (como Cromañón, el rock, la
violencia policial, la ciudad) y más recientemente al embarcarnos en una
investigación concreta en algunos barrios, junto a pibes y pibas, para pensar
el tema de la violencia, los modos de vida en los barrios, la precariedad
(investigación que derivó en el libro Quién lleva la gorra).
Ahora, volviendo a
este nivel de la discusión, el “análisis de coyuntura” se pone más complejo,
más difícil de hacer. Porque no sólo implica el análisis más “físico” (es
decir, en términos de “movimiento”, relaciones de fuerzas como si fueran
“piezas” en un tablero, avances y retrocesos, repliegues, etc.) sino que te
mete de lleno en un análisis que podemos llamar como más “químico”, donde
aparecen otro tipo de ritmos, de combustiones, de materialidad, de velocidades.
¿Cómo pensar la Coyuntura Política teniendo en cuenta los pedidos de
tranquilidad en un barrio, el tema de los interiores estallados, de las vidas
que se mantienen en un equilibrio precario (donde cualquier roce puede derivar
en un quilombo)?. La idea, por supuesto, no es reproducir un binarismo onda “lo
micro y lo macro”, sino ver cómo funciona el “continuum”, las continuidades, el
movimiento entero en el que se inscriben las vidas. ¿Cómo pensar el consumo o
el tema del trabajo desde esta perspectiva, poniéndolo en serie con esas otras
instancias (con el vecindario como “rejunte”, con el engorramiento, con los
bajones y la vida loca, con las tensiones que los pibes le meten hoy a la vida
barrial, etc…)?.
En este sentido (y
también para salir de la disyuntiva entre lo micro y lo macro, y más bien ver
cómo es la conexión), después de las elecciones hablamos del devenir voto de la
vida mula. “Vida mula” (como le llamamos a ese continuo que incluye laburar,
pero también engorrarse, también consumir, también sostener un rejunte o
mantener a flote un cotidiano) que requirió y requiere mucha energía para
funcionar. Es meter energía para llegar al fin de día, y no es algo metafórico.
La precariedad no es un estado de crisis, o un trasfondo de crisis, sino que es
campo de juego, es la constante de todos los elementos que se necesitan para
vivir, para hacer andar ese continuum. Por eso decimos que es una “precariedad
totalitaria”. Y es desde ahí que salen los pedidos de tranquilidad, como es
desde ahí que se da una disputa por la intensidad en un barrio o en la ciudad
entera (así como los desbordes de esas disputas), que son en definitiva
disputas entre distintos “realismos” o modos de vivir. No se entiende el macrismo
sin este suelo, sin estas discusiones y disputas que se vienen dando sin tregua
desde hace varios largos años en barrios que han mutado desde el 2001 o 2003
para acá.
Pensemos la
gobernabilidad desde acá. Las estructuras medianamente firmes (el aparato
productivo, el aparato estatal, la imagen del Trabajo que nucleaba toda
subjetividad, la idea de comunidad o de barrio) ya habían sido destruidas desde
diferentes cañones. Lo que se armaron entones fueron un montón de experimentos,
redes momentáneas que te sostenían del precipicio (más guita, más trabajo, más
programas sociales, culturales, de justicia, más derechos, más consumo). Redes
que requirieron, en muchos casos, de muchos de nuestros saberes generacionales,
como también de energía-pibe (en los laburos, en el consumo). Pero, ¿qué
preguntas políticas discutieron en aquel momento la precariedad entendida como
totalitaria desde un lugar concreto? ¿Qué pensamiento y agite político se
activó desde esas redes y desplazamientos? Cuerpos colgados del bondi,
carnavales de consumo, rejuntes de amores o sanguíneos, o virtuales; laburos
por puta guita; gestos gorreros que cifraban de alguna manera los necesarios
desbordes de aquel continuo diario. En cada elemento del continuo se daba la
discusión por la intensidad y la energía anímica, para que ese elemento no sea
sólo una instancia más. Y entonces el consumo podía ser derroche, fiesta,
experimentación de a muchos; y el trabajo, calle tomada de motoqueros y
cadetes; y una institución-galpón podía devenir un aguantadero de pibes
chorros; y el municipio cuartel de manzaneras, vagancia, intelectuales y
cumbieros.
¿Qué pasó a nivel de
esa disputa entre realismos, esa disputa por la intensidad? ¿Qué pasó con la
energía y el continuum? ¿Qué pasó con el engorramiento, con el consumo? cada
vez menos fiesta popular y más resguardo de los pequeños rejuntes, más
combustión para esos interiores estallados, más como impulso de enfriar lo
conseguido cueste lo que cueste. Ese tipo de mutaciones son “previas”, o mejor
dicho, están más acá y más allá de la cuestión ideológica, del voto, de la
Política con mayúsculas, y poner la mirada (y la mira) en ellas, activar,
ponerse a investigar, a tejer alianzas, salir a ver qué pasa, es una manera de
“salir de la coyuntura” que tanto aplasta, así como también ponerle carne a la
noción de modos de vida que puede sonar muy bien pero que siempre tiene que ser
puesta en juego en movimientos y desplazamientos concretos.
Lo
que llamamos derecha aparece entonces como un tipo de percepción sedimentada en
afectos y hábitos que se manifiestan en el día a día de la vida cotidiana ¿Se
desarrollaron también elementos que cuestionaran esta derechización de los
afectos, esta “vida mula”?
Si, y de hecho, si
nos situamos en los encuentros con los pibes en los talleres que armamos, en la
investigación que derivó en el libro, primero nos encontramos con esos
cuestionamientos, con los rajes, las preguntas e interrupciones a la vida mula,
al realismo vecinal, y luego recién con todo lo otro… incluso eso otro podía no
estar mencionado explícitamente. El raje primero es raje, es despliegue de una
fuerza, de un modo de vida, y “luego” es crítica a cierto orden. Nos parece
importante empezar primero por el raje, porque te obliga en un punto a
suspender ciertos automatismos y sobre todo te obliga a un cambio en el plano
de la percepción. Si empezamos por el lado de la vida mula, el continuum, la
precariedad totalitaria, los destinos asignados socialmente para la mayoría de
los pibes y pibas por ejemplo… es muy probable que los “cuestionamientos”
aparezcan como a la defensiva, y ya jueguen en una cancha inclinada, marcada
por esa mirada desde el orden… O quizás no tanto los rajes o cuestionamientos
en sí, pero sí la percepción, el encasillamiento que podés hacer: si primero
armás el “mapa” de la derechización de los afectos, los límites, el orden
barrial… el riesgo es que vayas a buscar lo que desborda ese mapa ya asumiendo
ciertos supuestos, ya armando un sistema de expectativas de cómo debería ser la
crítica o el desborde de esos límites, qué niveles de eficacia pueden o tienen
que tener, cómo deben desplegarse. Todo un sistema de valoraciones o una
programática que puede ser medio cerrada.
Por otro lado, vale
aclarar que las movidas que nosotros señalamos como “cortes” al continuo, las
movidas que al desplegarse desarman esa cadena aceitada que es la vida mula,
son movidas y agites siempre ambiguos, oscuros, filosos… que desbordan
cualquier oposición fácil (derecha-izquierda, libertad-sometimiento,
orden-desorden). En primer lugar porque son movidas que tienen a la intensidad
como materia prima, y la intensidad es amoral. La fiesta, la “vida loca”, el
consumo (por tirar algunas imágenes de posibles cortes a la vida mula) pueden
contemplar también cierto muleo, pueden tener elementos autodestructivos,
jerarquías. En la posibilidad de experimentar de otro modo la ciudad, el
barrio, lo laboral, la noche, en la apuesta por encadenar de otra manera los
afectos, los hábitos, hay riesgo, hay cuerpos implicados y por ende hay
violencias por desatar, hay rapacidad.
Nosotros esos
“cortes” al contínuo, esos rajes que son una discusión al modo de vida
“oficial” por así decirlo, a los destinos pre-asignados, a los consensos
(consensos alrededor del consumo, del trabajo, la intensidad, los valores…),
los vinculamos a lo “silvestre”, que es una imagen que salió del encuentro con
los pibes y pibas con los que armábamos los talleres.
Lo silvestre, o mejor
dicho el “silvestrismo” como fuerza, como intensidad, que atraviesa a los pibes
pero no sólo a ellos, tiene algo de desbaratador por tratarse de una
perspectiva que nació al margen de las imágenes de la crisis y del orden que se
iban acomodando en la “década ganada”; imágenes, movidas, agites, modos de vida
que nacieron como vegetación silvestre en medio de barrios que estaban mutando,
donde circulaba más guita, más consumo, rebusques, otros circuitos… y que
surfeaban la precariedad y lidiaban de otra manera con el vacío (a veces
desconociéndolo, a veces desafiándolo). Lo silvestre como intensidad hace otro
cálculo sobre la precariedad-consumo-derroche-trabajo, arma otra serie (o
intenta armar otra serie) con esos elementos, desbaratando ciertos moldes y
moviéndose de otra manera ante el precipicio. Sobre todo esquivando imágenes
reactivas. Como por ejemplo al habitar el terreno del consumo sin caer en la
lógica del engorrarse. O al saltar de roles y no quedando enganchado en
lugares, no morfándose de ciertas imágenes de lo que es el laburo, el futuro,
la guita, etc. Ni hablar de las imágenes políticas, por más que “los pibes”
hayan sido convocados desde los discursos políticos (así como desde el
mercado). Es que el silvestrismo lo entendemos como una fuerza que atraviesa a
los pibes, no como los pibes mismos como sujetos.
Esto para nosotros
reabrió la discusión por la política y la politicidad, por el tema de la
percepción y los lenguajes. El agite, lejos de ser una fuerza noventosa (sí
podría serlo quizás el “aguante”, pero no el agite) es una fuerza de negación
pero también una fuerza vital ambigua, inaudible desde cierto lenguaje político
reconocido. Un lenguaje, y también toda una “pedagogía” política, que quedó
descolocada sobre todo en las últimas elecciones pero que ya venía afónica para
describir e intervenir durante toda la “década ganada” (en cuanto a cómo
pararse ante un montón de conflictividades, en cuanto a cómo leer ciertas
dinámicas en los barrios, cómo imaginar formas organizativas, etc.). Sobre todo
un lenguaje y unas imágenes que no lograban entrar en diálogo y discutir la
“precariedad totalitaria”, que para nosotros es clave para entender los nuevos
barrios, y que está como trasfondo, como suelo. Y obviamente todas estas
preguntas, imágenes, encuentros, alianzas posibles, son fundamentales para
nosotros mismos, para nuestras propias vidas, para alimentar nuestros propios
rajes, para encarar y complejizar la pregunta por la posibilidad de una vida
política, de una adultez pilla, para meterle preguntas (y agite) a la época.
¿Creen
que en el amplio campo de lo que llamamos la izquierda existe la voluntad de
dar una disputa real contra el engorramiento y la vida mula?
El tema, en este
sentido, es poder perforar las capas de obviedad, tanto las que propone el
gobierno, la “coyuntura”, como las que se crea o recrea la propia izquierda o
como dicen ustedes el amplio campo de lo que llamamos la izquierda. Hoy hay un
montón de cuestiones que mantienen la “discusión” y la voluntad en un plano de
lucha ideológica, reproduciendo un escenario que se aleja de las prácticas
concretas y las posibilidades reales de disputar sensiblemente, por ejemplo, el
tema del engorramiento o la vida mula, que son algunos de los elementos
sensibles que sostienen la gobernabilidad macrista.
Mucha militancia
pareció revivir en estos meses de macrismo. Y revivir un montón de imágenes,
categorías, cierto activismo (y hasta cierta “alegría” vinculada al nuevo
escenario) que requieren para funcionar, sintetizar discusiones, limar
complejidades, aplanar muchos de los problemas. Volver por ejemplo a la noción
de pueblo vs. gobierno, derecha/izquierda, a la conflictividad clásica (junto a
las marchas, las asambleas) pero sin vincularlas a las conflictividades
barriales de los últimos años, a los rejuntes, a las violencias domésticas, a
las discusiones en torno a la tranquilidad, lo anímico, los quilombos en torno
al consumo, la transa, los rebusques, y un largo etcétera… no vincular con todo
eso es, como mínimo, reducir el campo de posibilidades y de eficacia de
cualquier movida. Lo mismo respecto a desconocer las frustadas movidas que se
encararon en los últimos años, a las politizaciones y experimentaciones que se
ensayaron, los distintos agites.
Además, la
gobernabilidad macrista no pega en un solo frente. Por un lado, está la
sobresaturación de medidas concretas con fuertes resonancias mediáticas, que
convocan al “otro lado de la grieta” para mantener el juego político en el
plano de la obviedad; y medidas que son claramente neoliberales, antipopulares,
corte dictadura. Pero por otro lado, es una gobernabilidad que trae consigo una
coronación gorrera, un micro-revanchismo generalizado, que entra en diálogo con
la precariedad totalitaria explotando en los cuerpos. Y es este último frente
el que mantiene en realidad el aliento y el consenso del macrismo,
posibilitando no solo la efectividad del otro plano, sino coronando una serie
de movimientos por abajo que se vienen cocinando desde hace mucho tiempo… ¿Cómo
funcionan sino los pequeños jefes-mulos que ahora con euforia aparecen en cada
laburo, gozando de la revancha y el verdugueo? ¿Cómo funciona el securitismo
sin la masiva incorporación de los barrios en las policías locales? A lo largo
de un año se incorporaron miles de pibes y pibas a la policía local, y
despidieron a muchos trabajadores sociales –muchos de clases media– que andaban
en los barrios. ¿No habla eso de la disputa por los realismos, por lo que pasa
o no en los barrios? ¿No fue esa disputa por lo que pasaba o no en los barrios
una derrota, sensible y bien concreta, previa a estas medidas?
Obviamente que hay
que discutir el “ajuste”, pero preguntándose también por el enfriamiento de la
propia vida; discutir la violencia institucional o los protocolos de seguridad,
pero no dejar pasar la violencia del quién lleva la gorra; hay que ver también
qué son hoy los “rejuntes”, qué es un barrio, en vez de apelar a una imagen de
lo que queremos o imaginamos que es; discutir el laburo a fondo además de
pelear porque no haya despidos. Y entender qué significan todas estas disputas
al interior de la precariedad, que va cortando la ciudad y los barrios en
distintos segmentos y que no es igual para todos.
En este sentido, ¿da
la izquierda un disputa en este plano de la vida mula? ¿Lo da realmente en alguno
de los dos frentes? Quizás sería mejor pensar desde acá qué tipos de
politicidades se crean. Sino las disputas se pueden volver medio abstractas o
retóricas, si no parten de los rajes, o si no muerden esos márgenes en donde se
caldean los rajes, esos espacios –físicos, pero sobre todo subjetivos,
anímicos, afectivos, sensibles– en donde se dan las disputas actuales por la
intensidad, en donde se ponen en juego las preguntas a la vida barrial, a la
vida mula, a la normalidad (pero una normalidad no exenta de agite y
movilización de la vida, una normalidad en la precariedad).
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