Color y repugnancia // Diego Valeriano
El consumo en su cruel corporalidad
libera. Y libera en tanto fuerza que da y recibe flujos, en tanto conflicto, en
tanto mano a mano, en tanto fiesta, en tanto creación de nuevas vidas
indomables.
El consumo es una infinita potencia
social que transformó las vidas desde las periferias hacia el centro. En el
siglo corto que viene transcurriendo, las vidas runflas a partir de su vinculo
promiscuo con el consumo han creado energías transformadoras mucho más
grandiosas y colosales que cualquier relato político anterior.
Las vidas runflas transformaron
territorios y trazas. Atestaron de color y repugnancia espacios sociales
pensados para otras cosas o ni siquiera pensados. Llenan de música, gritos,
tensión y conflictividad cada lugar que ocupan.
La restauración careta con sus dos
vertientes va hacia el corazón de las vidas runflas. Enfriar y ordenar el
consumo parecen ser las medidas más seria de este gobierno. Menos guita en el
bolsillo, tarifas y precios por las nueves, policías protegiendo las veredas
liberadas y controlando los cuerpos son golpes certeros al corazón del
runflismo.
Las vidas runflas seguirán afirmando
sus derechos de sociedades segmentarias contra el orden del banquismo y la
restauración. Son cuerpos nómades, festivos y vitales que descubrieron una
forma de vida ancestral y a la vez inaudita. Imposible de estar mejor y, a su vez, mortal.
Como una especia de ginkgo biloba
autóctona fue lo primero que broto post catástrofe. Habían llegado para
quedarse pero ahora parece que tienen la verdadera pelea. Hacedores y víctimas,
poderosos y frágiles, con la ambigüedad y prepotencia propia de un proceso de
liberación que es puro presente.
En esta pelea (proceso de liberación)
se juegan varias cosas. Se juegan la propia, la de todos los días y la también la posibilidad real de goce. Además
se juegan la nuestra. Con la militancia y los empoderados zarpados en
obviedades y sin reacción frente a los permanentes golpes; las vidas runflas
son el ultimo dique de contención que tenemos, los que miramos atónitos, frente
a la fuerza y la masividad de un deseo normalizante.