El cielo tras la reja
Flor Monfort
En 1996 María Medrano
trabajaba en un juzgado de instrucción penal. Llevaba causas, tomaba
declaraciones, tenía el cargo formal de escribiente. Un día cayó detenida una
chica bielorrusa, Elena, y fue la primera indagatoria que María tuvo a su
cargo. Esa experiencia le cambió la cabeza. “No quería estar ahí, me replanteé
todo” dice ahora, 20 años después y con casi 44 de vida.
Ese fin de semana
volvieron a verse. Elena no la reconoció pero María le explicó con señas que
ella era la chica del juzgado, adonde la habían llevado a la rastra tras
bajarla de un avión a punto de salir del país. Transportaba droga en las
zapatillas y había estado una semana prácticamente secuestrada en un hotel del
centro. Una vez por día salía a comer algo en el kiosco de la esquina y volvía
a la base a esperar a su contacto, sin pasaporte y desconociendo por completo
la ciudad, el idioma, la gente. Pero esa historia se fue desplegando con las
semanas, que María fue llenando con visitas a un anexo de la unidad 31 de
Ezeiza, la cárcel donde Elena estuvo tres años y medio condenada por el delito
federal de narcotráfico. María no faltó ni un solo fin de semana. “Conocer a
Elena me hizo replantearme un montón de cosas, por qué estaba trabajando en ese
lugar, por ejemplo, y decidí ir a verla al penal a llevarle ropa, porque ni
siquiera tenía ropa de invierno, cosas de higiene, lo básico. Así generé una
relación con ella y redes para que su familia sepa qué le había pasado. Al
final terminé yendo con mi vieja, con mi hermana, fui a la biblioteca nacional
y les pedí que me fotocopiaran un diccionario ruso-español y le llevé el
bodoque... Y algo que es muy loco pero lo vi en muchas chicas que vienen del
este, es que aprenden rapidísimo español. Elena y yo teníamos la misma edad”.
En 2001 María
renunció al juzgado. Trabajaba en Hecho en Bs As y escribía poesía. Publicó un
libro que se llama U3 (y que está a punto de reeditarse por editorial Bancame y
punto, creada por Liliana Cabrera, una de las primeras integrantes de YoNoFui),
que es el relato en verso de las visitas a la cárcel y de su experiencia en
tribunales. Enseguida la convocaron de la Casa de la Poesía para dar un taller
en una de las unidades, y pensó en la que ella conocía de memoria por sus
visitas a Elena. “Cuando empecé a dar el taller Elena ya no estaba. Ella se
quedó a vivir acá en Argentina, se casó, tuvo una nena, viajó a Gomel, cerca de
Minsk, y se reencontró con su hija que había dejado allá. Ahora hace algo que
aprendió en la cárcel, que es repostería, y cocina increíble. Pero nunca quiso
saber nada con YoNoFui, siempre me pregunta pero le costó mucho contarle a su
hija por lo que había pasado” cuenta María, que de vez en cuando la va a
visitar, ahora a Beccar, donde vive Elena.
¿Cómo eran los
primeros talleres?
–Yo siempre trataba
de trabajar una parte más teórica, de leer textos, analizar un poema, o un
texto duro y después una parte más de escritura y corrección, que es lo más
difícil y lo que menos gusta pero es clave hacer. Al principio se hablaba
solamente de la cárcel, del dolor, del drama de estar separadas de los hijos,
que es lo que aparece todo el tiempo, y después empezaban a salir otras cosas,
empezaban a jugar con las palabras, con los estilos y salía la voz propia. Ahí
empezaba a pasar algo con la escritura.
También teníamos
visitas, y el taller era una vinculación con el afuera. Me acuerdo cuando vino
Diana Bellesi que les dejé todos los libros y a la semana siguiente tenían todo
leído, se los pasaban, los sabían de memoria. Yo no lo podía creer, y por ahí
la que participaba del taller llegaba a su rancho y le leía poemas al resto.
Ahí el monotema son las causas, entonces es difícil salir de eso pero los encuentros
las sacaban. Nuestro objetivo es acompañar el proceso de recuperación de la
libertad de las mujeres generando espacios de creación y construcción
colectiva. Estos 13 años de trabajo nos permitieron desarrollar una propuesta
integral; no se trabaja solo en una dimensión– por ejemplo “el aprendizaje
técnico de un oficio” o “un taller de fotografía”, que también damos, sino que
se tiene en cuenta la realidad de cada una de las mujeres. Le damos mucha
importancia a lo vincular, integrando a sus familias, la relación con el
trabajo, con el dinero. Abordamos transversalmente temas de género (un alto
porcentaje de mujeres sufre o sufrió violencia de género), la relación con el
arte, y todo aquello que fortalezca sus subjetividades. Los espacios de los talleres
son muy importantes porque ahí es donde todo sucede, los mates y las charlas
previas que generan ese espacio necesario para que otros temas fluyan. Cada
taller tiene sus tiempos, su dinámica y hay un fuerte sentido de pertenencia.
Somos una gran familia, pero el taller funciona como el espacio personal. Hoy
tenemos alrededor de 15 talleres de múltiples oficios y arte, algunos se dictan
dentro de las unidades, otros en nuestras sedes culturales.
Con el taller de
poesía empieza el germen de YoNoFui, un grupo que se fue armando con la
intensidad que se respira cuando empieza algo importante, esas huellas en el
alma que prometen grabarse a fuego. María iba una vez por semana, durante
muchos años no dejó de ir nunca durante todo el año. Primero la Casa de la
Poesía tenía un convenio con Justicia y después desapareció pero María siguió
yendo porque nadie le prohibió la entrada. La mayoría de ese primer grupo
fueron saliendo en libertad y se seguían viendo afuera. “Ahí es donde surgió la
idea de hacer algo, éramos alrededor de 10,12 mujeres y la reunión excedía
completamente la poesía, porque hablábamos, leíamos, escribíamos y llorábamos
juntas, si era necesario. Como yo tenía toda la experiencia de tribunales para
mi era muy fácil comprender las situaciones de las causas y empecé a ser
intermediaria entre el afuera y las chicas”.
En 2002, Ezeiza
contaba solamente con tres talleres, el de poesía que daba María, uno de
guitarra, que daba Raúl Malosetti y que aún subsiste, y el de serigrafía, todo
lo demás era servicio, no había más nada. Cuando presentaron su primera
antología, YoNoFui (de allí quedó el nombre) salieron esposadas, las hicieron
sentar de un lado de la mesa y no podían tocarse con todxs los que fueron a
verlas, a escucharlas. No conseguían permisos, no podían armar salidas a leer y
difundir el material entonces grabaron sus propios poemas y los hicieron
circular en distintos eventos, como uno donde fueron lxs hijxs de las autoras y
escucharon vibrar las voces de sus madres presas en una sala del Rojas. “Las
chicas empezaron a salir en libertad y nos juntábamos en mi casa, yo en ese
momento ya iba con Claudia Prado que fue mi primera compañera de taller y con
quien me di cuenta que era fundamental laburar con alguien. Para mi fue un
cambio impresionante”.
Afuera es peor
“Cuando llegás a la
cárcel es como que se cierra algo y vos quedás ahí, medio suspendida, en otro
tiempo, en una dimensión paralela, eso fue siempre muy importante para mi
trabajar: el adentro y el afuera como un continuo entre la cárcel y el mundo,
la cárcel y el barrio y así. Cuando nos empezamos a juntar afuera nos dimos
cuenta que no era solo un taller de poesía, y yo venía hace rato pensando qué
forma darle a eso para que nos permitiera crecer. Empezamos a pensarnos como
colectivo, no teníamos muy claro qué queríamos hacer pero sí queríamos ser un
nexo con el afuera y acompañar el proceso de recuperación de las que estaban
adentro e iban saliendo, trabajar adentro en función de la salida, porque una
de las cosas que mas se escucha es “salir es lo peor”, y termina siendo una
trampa muy perversa la cárcel porque te aísla, perdés todos tus vínculos, hay
muchas chicas que afuera no tienen nada y adentro se topan por primera vez con
una política pública, van a la escuela, tienen un trabajo formal, todo muy malamente,
pero lo hacen. Hay muchas que con la plata que ganan adentro mantienen a sus
familias afuera, o que se niegan a un arresto domiciliario porque salir
significa perder ese trabajo que les permite pasarle plata a su familia,
entonces es una perversidad tremenda la de la cárcel que termina convirtiéndose
en un horizonte de inclusión para las mujeres pobres. Más cruel y mas perverso
que eso no hay”. María entendió que esa imagen del preso que cuenta los días
para salir era eso, una imagen brumosa del imaginario del cine. Pero en la
verdad de los muros, el afuera era otra cárcel, muchas no tenían familia o
estaban en situación de calle, cumplían la condena entera porque cuando podían
acceder a una domiciliaria no tenían domicilio donde cumplirla y cuando salían,
salían a la nada. “Entonces lo primero que empezamos a pensar es cómo acompañar
a las mujeres que salían. Empezamos con talleres de arte, adentro y afuera, y a
pensar en oficios para generar laburo autogestivo a partir de las capacidades
que había en el grupo. Todas habían pasado por un taller de costura entonces
conseguimos una máquina. Ramona tenía una y empezamos a armar un taller textil,
después se sumó una encuadernadora y hacíamos todas todo. Con la costura no
avancé mucho pero íbamos aprendiendo y acompañando a las otras. Nos vinculamos
con ferias del Estado, tejimos redes y empezamos a crecer”.
En 2006, la gente del
Taller Popular de Serigrafía, que era un grupo de artistas conocidxs, amigxs,
le cedieron a YoNoFui el espacio de Bonpland donde están actualmente y
Magdalena Jitrik ayudó a montar allí el taller de serigrafía. A partir de
entonces todos los talleres externos se hicieron en esa sede, y la entrada de
dinero se fue haciendo con el tiempo, hasta hoy sigue siendo lo más difícil, la
continuidad entre una entrada de dinero y otra. Recién este año se conformaron
como cooperativa de trabajo. Si bien hace muchos que vienen trabajando como
cooperativa recién les van a dar la matrícula ahora, crecieron mucho con los
talleres productivos y hasta que no vieron que estaban consolidados con el
producto no querían armarlo formalmente y eran una Asociación Civil, entonces
no podían facturar demasiado. En YoNoFui circula mucha gente, y el debate fue
durante mucho tiempo “¿capacitación o producción?” porque las mujeres salían y
necesitaban trabajar entonces se capacitaban produciendo pero si el trabajo no
estaba bien hecho era difícil venderlo. Llevó un tiempo aceitar ese proceso y
llegar a una calidad final de los productos, y se logró con mucho acompañamiento
del Estado.
¿Y con este nuevo
gobierno?
–Seguramente van a
necesitar mucho de las organizaciones y van tener que seguir apoyándolas, lo
que pienso también es que en esa idea de estado raquítico que tiene este
gobierno van a querer depositar responsabilidades en las organizaciones. Pero
la verdad es que el panorama es incierto. Para mí a lo que hay que apostar es a
trabajar con otras cooperativas, fortalecer los vínculos entre las
organizaciones sociales, y si bien no estoy muy esperanzada, nosotras no
dependemos enteramente del Estado. Estos años crecimos mucho gracias a muchos
ministerios, eso nos permitió profesionalizar los talleres, en el complejo IV
de Ezeiza tenemos un taller de carpintería con una maquinaria súper profesional
gracias a un convenio con Trabajo y Seguridad. Siempre trabajamos con Nación
pero este año nos presentamos a un subsidio de Ciudad y nos lo dieron y nos
dieron un terreno en La Boca, son 600 metros cuadrados, ubicado en un lugar que
tiene mas que ver con nosotros y la gente con la que laburamos que el de
Bonpland o el de Vicente López. Pero necesitamos la plata para construir y
unificar todos los talleres. De hecho estamos buscando padrinos que apoyen la
organización colaborando por mes con un bono contribución.
La intemperie
En los últimos años
hubo una apertura muy grande de la cárcel a las organizaciones sociales y el
ingreso de otras partes del Estado pero nunca hubo un ejercicio de “pensar la
cárcel”, sobre todo no se pensó nunca una reforma del Servicio Penitenciario
(que se sigue rigiendo con una ley de la dictadura).
¿Qué ambicionan
ustedes desde dentro de la organización?
–En primer lugar,
cambiarle los nombres a todo. Cuando salís podés ir a una “oficina de
readaptacion social”. Esa oficina funciona con un montón de empleados pero sin
presupuesto entonces no hay qué ofrecer a las personas que salen. Y ellos los
mandan acá. También nos gustaría que hubiera programas específicos, más allá
del seguro de desempleo que hoy es de 200 pesos. Nadie vive con 200 pesos. Lo
mas común es que los y las trabajadoras sociales le digan a alguien que sale en
libertad “armate un proyecto”. Y alguien que viene de años de encierro está en
la intemperie total. O dicen “armate una cooperativa”, como si fuera tan fácil
(además de que si tenés antecedentes penales no podés hacerlo por eso están
peleando por una Ley de Cooperativas que permita organizarse a quien tiene
antecedentes penales, entre otras cosas). Por tener una máquina de coser no
tenés una cooperativa. Una cooperativa si no genera plata no sirve, entonces es
como pedirle a alguien que acaba de salir en libertad que haga un negocio
redituable. Hay una gran cantidad de gente que no trabajó nunca en su vida y
tal vez sale y consigue un trabajo pero le faltan tantas cosas antes que no lo
pueden sostener.
Este año, YoNoFui
generó una alianza con el Instituto de Investigación y experimentación Política
para salir un poco de territorio y empezar a reflexionar. Ahí surgieron una
serie de videos que circularon por las redes sociales y que pueden verse en
youtube, que se hicieron a raíz de Ni Una Menos y que visibilizan historias de
mujeres presas. “Empezamos a pensar desde el taller de periodismo qué hacer y
salieron historias de violencia a borbotones. Los videos fueron una manera de
darle cauce a eso. Veníamos leyendo a Rita Segato y su pedagogía de la
crueldad, y armamos una charlas los viernes que sostuvimos durante todo el año,
y fue súper interesante cómo surgieron micro relatos de Ni una menos en la
cárcel. Eso circuló un montón, y estamos muy cebadas para seguir haciéndolo”.
Son doce videos, y todas las historias dicen algo muy contundente, como que el
70 por ciento de la población penal está con preventiva, esto es en una especie
de limbo en el que no son juzgadas y pueden estar años sin juicio siendo
totalmente inocentes, o que en las cárceles argentinas una persona muere cada
38 horas, o que por el mismo delito a una mujer le dieron 25 años y a su pareja
varón le dieron solamente 12. “La mayoría de las mujeres está por contrabando
(el 70 por ciento) y por supuesto no hay ninguna narco, todo es chiquitaje”.
¿Por qué hacés esto?
–Lo hablo mucho en
terapia (risas). Es loco, yo muchas veces me lo pregunto. Siempre digo que a mi
me pasó algo con esa escena de Elena que fue muy fuerte y es esa sensación de
ver algo y no poder dejar de verlo, algo que me conmovió mucho y que me hizo
repensar todo, el lugar donde quería estar, por las cosas que quería pelear. Yo
no salvo a nadie, ojalá pudiera, pero mi pelea es por las mujeres, y por
quienes estuvieron privadas de la libertad. Y supongo que eso tiene que ver con
los propios encierros, y quizá con algo de la voz, de poder hablar de las cosas
que no se hablan y dejar hablar a quienes nadie escucha y de ir a un lugar que
no quiere ir nadie. La cárcel es el descarte de la sociedad y nosotras como
organización queremos empezar a pensar la cárcel de otra manera. No como un
depósito de gente y no como un lugar donde no pasa nada sino todo lo contrario,
como un lugar de mucha vitalidad. Y la circulación de cuerpos, objetos y dinero
de adentro hacia afuera y viceversa es muy fuerte. Hay mucha vida ahí y pensar
en eso y en la relación con las fuerza de seguridad me parece importantísimo.
Nadie ve eso, pero el entramado es muy peculiar, la idea de Vigilar y castigar
ya fue, tenemos que poder pensar la cárcel de otra manera porque se arma de
otra manera: la crueldad siempre se piensa de arriba hacia abajo pero la
violencia en la cárcel circula en todas las direcciones. Es mucho más complejo
de lo que parece.