Asambleas, cacerolas y piquetes: sobre las nuevas formas de protagonismo social
Borradores de
investigación #3
Colectivo Situaciones
(12 de Febrero del 2002)
Este tercer borrador
de investigación sobre las nuevas formas de protagonismo pretende discutir,
desde el interior mismo del proceso de movilización de asambleas, piquetes y
demás formas de una nueva subjetividad radical, algunos elementos de la actual
coyuntura.
El borrador 1 estuvo
dirigido a pensar las formas de emergencia de una nueva radicalidad al interior
del llamado "movimiento piquetero". Fue editado, luego, en el
cuaderno número 4 de Situaciones, "Conversaciones con el Movimiento de
Trabajadores Desocupados -MTD- de Solano". El segundo borrador se refirió
por entero a debatir experiencias de conocimiento no-utilitario, sobre la base
de las vivencias de la Comunidad Educativa Creciendo Juntos, del partido de
Moreno de la Provincia de Buenos Aires. Este tercer
"Borradores"continúa reflexiones que iniciamos en la Cuarta
Declaración del colectivo, a propósito de la insurrección del 19 y 20 de
diciembre de 2001. Pero va más allá: está dedicado al movimiento de asambleas
(y su relación con los piquetes); a la vez, es un adelanto de nuestro próximo
libro.
I
Los días 19 y 20 de
diciembre vivimos una insurrección de nuevo tipo. Se mostró hasta qué punto es
la potencia del pueblo en las calles lo que verdaderamente cuenta cuando esta
energía se desata. La novedad se expresó de muchas formas: no hubo dirigentes, no
hubieron promesas y no existieron organizaciones centralizadas convocando u
orientando la movilización.
Se trató de un
verdadero "NO". Pero no fue simplemente una ocasión para expresar el
hartazgo. Se trató de un "no-positivo": una afirmación ética sin
precedentes que nos abre, como posibilidad al menos, nuevos caminos por
recorrer.
Está planteada ahora,
precisamente, la exigencia de realizar ese recorrido abierto ante nosotros
buscando nuevas formas de participación, de reinvención de la existencia, de
producción de nuevos vínculos y modalidades de pensamiento.
II
Miles de personas se
reúnen en decenas de barrios para discutir y desplegar aquello que se puso en
juego los días 19 y 20 de diciembre.
La asamblea ha sido
adoptada como la forma de discusión, coordinación y pensamiento colectivo por
todos los que han decidido organizarse mas allá de las formas clásicas de la
política.
Las asambleas
organizadas en la ciudad de Buenos Aires y en los alrededores, en la Provincia
de Buenos Aires, no nacieron de la nada.
Porque lo cierto es
que las luchas piqueteras fueron quienes primero tomaron las calles. Ellas, en
condiciones muy diferentes, abrieron el camino que ahora comienzan a recorrer
las asambleas. Esta es la verdadera hermandad entre piquetes y asambleas. Los
piquetes mostraron lo que hoy verifican las asambleas: que están surgiendo
nuevas formas de intervención en la lucha por la justicia, que ya no pasan
mayoritariamente por renovar los partidos políticos ni las elites gobernantes.
En los piquetes y las
asambleas comienzan a debatirse cuáles son esas formas de protagonismo, una vez
que han sido descartadas las vías políticas tradicionales.
Esta es la riqueza
del movimiento actual. No hay demandas capaces de agotar las potencialidades de
este proceso abierto.
Los piquetes no piden
"sólo" trabajo, comida, derechos. Piden algo más, que no puede ser
enunciado por el lenguaje de la demanda. Más allá de las demandas, se lucha por
la justicia y el "cambio social".
Y lo mismo sucede con
las asambleas. Más allá del discurso sociológico -de políticos,
"intelectuales" y periodistas- las asambleas están constituidas
alrededor de un deseo de justicia y protagonismo que ningún logro, por
importante que sea, puede agotar.
Esto no quiere decir
que la movilización asamblearia sea irreversible. Sino que, aún cuando las
energías decayesen o el movimiento fuese dispersado -o, aún peor, más o menos
institucionalizado- pervivirá la marca ética de las jornadas de los días 19 y
20 y de las experiencias posteriores que buscaron desarrollarla. Porque la
justicia no es algo que se vaya a alcanzar algún día: existe siempre como lucha
"por la justicia". No se realiza, sino que existe siempre como
exigencia que nos organiza, nos mueve, nos inspira.
III
Las asambleas son un
lugar de investigación práctica. Allí se está elaborando. Por eso, porque este
es el valor de la experiencia, no hay peligro mayor que caer en la ilusión de
ser una "alternativa de poder".
Si no somos capaces
de crear nuevas opciones, seremos testigos de una nueva frustración. Y nada nos
garantiza que este no sea el destino del proceso.
¿Cómo evitar que el
movimiento caiga en polarizaciones fáciles y sea absorbido completamente en el
juego de la política "seria", que no ve nunca más allá de lo que pasa
a nivel de dirigentes y gobiernos?
Las preguntas sobre
las formas de sostener este movimiento abierto, activo y ligado a la
multiplicidad de aspectos que constituyen nuestra existencia, se vuelven
cuestiones fundamentales de esta experiencia.
IV
Si de lo que se trata
es de recorrer este espacio de libertad que se nos ha abierto, la forma de este
recorrido no puede perder su radicalidad de origen. De aquí, entonces, la
permanencia de la consigna "que se vayan todos", y su insistente aclaración,
"que no quede ni uno solo". Aún sin tener un sentido único, en las
asambleas esta consigna va tomando una significación clara. No se trata, como
podría interpretarse ligeramente, de una consigna "negativa", sino de
un rechazo cuya potencia surge de lo que logra "abrir".
"Que se vayan
todos" quiere liberar un terreno, un tiempo y la posibilidad de una forma
radical de practicar la experiencia del lazo social.
Y esta experiencia
práctica, de pretensiones fundadoras, es lo que interesa, porque implica una
puesta en juego muy exigente de cada uno de nosotros. Pues para ser realmente
fieles a lo que se juega en este proceso, hay que empezar por admitir hasta qué
punto "no sabemos". Las asambleas son un proceso de reelaboración
colectiva sobre las formas actuales de la emancipación.
Por esto, una
condición fundamental para el desarrollo de esta experiencia asamblearia es la
constatación de que "no hay línea correcta": la única
"línea" posible es la búsqueda, la elaboración puesta en práctica al
interior de las asambleas y los piquetes.
Pero afirmar que
"no hay línea" no quiere decir que no hay nada que hacer. Al
contrario: sólo nos indica que este "hacer" actual tiene que ser
capaz de asumir cuanto hay de inédito y de incierto en esta búsqueda.
Una vez que nos hemos
decidido a abandonar las formas clásicas de la política, las luchas y las
experiencias que producen nuevas formas de existencias sociales e individuales
se ven despojadas de toda vieja garantía, de todo saber "abstracto"
sobre "qué hacer" y de toda forma tradicional de pensar, para arribar
a un suelo en donde las creaciones están a la orden del día.
Es este el tiempo que
fue invocado durante las jornadas de los días 19 y 20 de diciembre.
V
¿Podrán las asambleas
y los piquetes, efectivamente, deshacerse de todo el peso de los discursos
políticos tradicionales ("revolucionarios" y "reformistas",
"nacionalistas" y "ciudadanos", etc.) para asumirse, sin
rodeos, como un verdadero eje impulsor de nuevas experiencias, como un lugar de
creación radical?
No hay quien lo sepa
de antemano. Pero hay algo auspicioso. No son pocos hoy, en Argentina —y en
América Latina-, quienes desarrollan prácticas de lo más atractivas y potentes
bajo la idea que no hay más "línea" que ser capaces de pensar, en situación,
"sin modelos".
VI
Por todo esto puede
ser importante pensar qué significa esa sensación de estar viviendo un momento
histórico. Si efectivamente este momento tiene una densidad histórica de
proporciones para miles y miles de personas, es fundamental explorar lo que hay
por detrás de las imágenes que la memoria histórica asocia a esta experiencia.
La emoción proviene,
de hecho, de la impresión de estar re-viviendo jornadas históricas -verdaderos
mitos- de revoluciones pasadas. Pero todos sabemos que el vértigo de estos
tiempos no es un mero truco vacío de la imaginación, sino que estos recuerdos
históricos se activan al fragor de una inmediata actualidad, que da sentido a
cada marcha, asamblea, cacerolazo o movilización.
Esto puede ser visto
en perspectiva.
De las revoluciones
modernas surgieron los partidos políticos. Su función esencial fue la de
intermediar entre los movimientos de la base y el estado. Claro que en esta
relación entre tres -base social, partidos y Estado- el punto clave siempre fue
el Estado, lugar imaginado como el centro donde radicaba el poder de la
sociedad.
Con la ola de las
revoluciones socialistas del siglo XX aparecieron los partidos contestatarios
al capitalismo (comunistas, socialistas, nacionalistas revolucionarios, etc.)
los cuales, a pesar de promover una revolución contra el sistema sostuvieron
mayoritariamente la misma relación de "mediación" entre las bases y
el Estado y la misma fe en el poder estatal para transformar las sociedades.
Todo un siglo de
revoluciones anticapitalistas creyó, de una forma u otra, que las sociedades
podían ser transformadas desde arriba. Esta experiencia no puede ser gratuita.
Al contrario, es gracias a ella que hoy sabemos que son las luchas de la base
las que empujan los cambios, y van creando las nuevas formas de sociabilidad.
Pero este
"saber" no fue fácilmente adquirido. El fracaso del modelo de las
"revoluciones desde arriba" implicó un duro peso para las diversas
luchas desarrolladas durante la década pasada. Todos los que desarrollaban experiencias
de resistencia en los últimos años eran vistos como "utópicos" e
"inviables".
Afortunadamente las
luchas actuales ya no precisan decir cómo será el mundo "mañana". Su
legitimidad se vincula con su capacidad de producir, en la lucha misma, nuevos
valores de justicia, a partir de iniciativas y proyectos concretos.
Los piquetes y las
asambleas se desarrollan bajo estas circunstancias, y en su constitución misma
se están procesando estos nuevos elementos de un contrapoder efectivo.
VII
En el barrio de
Floresta, el día siguiente del asesinato de los tres pibes -cuando aún no
expiraba el 2001- nacía la primer asamblea popular.
Los vecinos,
reunidos, discutían propuestas de todo tipo: petitorios, festivales y juntadas
de firmas. Los amigos de los pibes merodeaban la asamblea sin mucho interés,
pensando silenciosamente qué hacer con las ganas de arrasar la comisaría que
protegía al asesino. Cuando los vecinos percibieron la aparente indiferencia de
los pibes respecto a lo que estaban discutiendo, les pidieron que dijeran qué
es lo que se podía hacer. Uno de los pibes tomó el megáfono y explicó: "a
mí lo que se discute en las asambleas mucho no me interesa; ¡aquí lo que hay
que hacer es estar!, no sé cómo, pero hay que estar, todos los días".
Esta es, seguramente,
una de las formulaciones que más claramente nos revela el significado de las
jornadas del 19 y 20, y de la sucesión de hechos que se continuaron: la
importancia del "estar", no sólo como "opinadores" sobre lo
que debiera pasar -como tristes jefes a quienes ya no obedece la tropa-, sino
de ESTAR, simplemente, formando parte de un devenir que ya nadie puede aspirar
a controlar, de un proceso que se autoproduce más allá -y a través- de cada uno
de nosotros.
Esto no implica una
posición pasiva, de espera. Al contrario, implica asumir que la actividad se
desarrolla sin centros, sin líderes y sin promesas sobre el futuro, a partir de
una indagación colectiva sobre las vías de un nuevo protagonismo social.
VIII
Las asambleas no
adoptan tampoco una forma al azar. Se organizan como verdaderas operaciones
prácticas por medio de las cuales se están verificando -y nos estamos
apropiando de- las condiciones en las que nos toca actuar.
Sabemos que las cosas
han cambiado: esas transformaciones se expresan en alteraciones en la política,
la economía, en las subjetividades, en fin, en todo los campos de la
existencia. Pero estos cambios no pueden ser excusa para la inacción. El
discurso de la "complejidad", que nos dice que este mundo posmoderno
es "inentendible" salvo para los "técnicos", oculta que ni
siquiera para ellos el mundo es "manipulable".
Así, bajo la ilusión
que unos pocos manejan el mundo, el discurso de la "complejidad" es
un llamado a la pasividad de cada uno de nosotros. Las cosas son "demasiado
complejas" para esta ideología "tecnicista" que nos condena a la
impotencia impidiendo una acción de reapropiación de nuestra situación, de
nuestra capacidad de pensar y de actuar en ella.
El proceso
asambleario abre la posibilidad de abandonar toda pasividad. Sobre todo, la
pasividad que se deriva de la "posición de víctimas".
Con la activación de
este movimiento, la cuestión de la apropiación de las condiciones personales y
colectivas puede ser tratado de otra manera, estableciendo formas de soberanía
sobre las capacidades y los recursos que el proceso mismo brinda.
Es en este sentido
que tanto las asambleas como los piquetes tienden a desbordar lo que la
militancia política clásica pretende de ellos.
Pero afirmar este
desborde implica un trabajo: un rechazo contundente de los "bajadores
profesionales de línea".
Estos grupos de
excesiva "luz" no pueden más que empobrecer la asamblea en la misma
medida en que no las respetan como lugar de procesamiento y reflexión. No hacen
el proceso con el resto. Ellos "ya saben", desde "antes",
lo que conviene y lo que no. Sus intervenciones -a diferencia de quienes
aportan sus conocimientos al conjunto- comienzan por destruir toda posibilidad
de socializar experiencia alguna.
Las asambleas
trabajan, investigan, elaboran. Y al interior de este proceso se van
desplegando posiciones diferentes. Lejos de preocuparse por esta situación, la
asamblea sabe hasta qué punto estas diferencias son parte esencial del proceso
de pensamiento. La discusión que divide para unir, y luego une para volver a
dividir va produciendo sus propias estabilidades, sin congelar a nadie en
posiciones definitivas, evitando así rupturas inútiles, movidas por diferencias
narcisistas, puramente imaginarias.
No se trata de lograr
consensos fáciles, ni menos aún, de disputar hegemonías.
Estas formas de
discusión reproducen las formas del poder que se está rechazando tan
radicalmente. Y nada sería más triste que construir pequeños espacios
burocratizados llenos de minúsculos poderes a la medida de "tiranos de
barrio".
Dominar una asamblea
es anularla. En cambio, los verdaderos "dirigentes", son siempre
situacionales: son quienes mejor trabajan al interior del piquete o de la
asamblea, organizando el pensamiento colectivo, desde el interior, colaborando
a que el conjunto se potencie a sí mismo, y nunca separándose de él, para
subordinarlo.
IX
¿En qué consiste la
unidad de los piquetes y las asambleas?
El problema de muchos
de los que claman por esta unidad es que la imaginan como una "alianza
política". Esto sería solo una ilusión, un atajo. Una alianza así, que
pretendiese otorgar "coherencia" a la multiplicidad del movimiento
"desde arriba", no sería fiel a la potencia del proceso.
Las asambleas y los
piquetes se desarrollan cada cual en sus condiciones. Pero indudablemente
tienen muchos puntos fundamentales de encuentro. Las demandas las separan, pero
la experiencia común de fundar nuevos modos de participación puede implicar
formas más profundas de intercambio.
¿Por qué el vínculo
debiera quedar reducido a simples "adhesiones" a "encuentros
nacionales"? ¿Por qué esa unión debiera ser sólo "política"?
¿Por qué seguir imaginando encuentros entre piqueteros y asambleístas sólo a
partir de las formas de la representación política?
Se habla, así, de
"alianza de clases": "desocupados" y "clases
medias". Cortes de ruta y cacerolas.
De pronto el poder
analiza todo lo que está sucediendo con un lenguaje "pseudo
marxista": todo se lee en términos de clases sociales, de intereses
materiales, de racionalidades fuertemente condicionadas por la inserción en la
estructura económica.
El modelo de
"alianza de clases" oscurece los procesos en juego. Y no sólo
empobrece, sino que termina siendo utilizado para, por un lado, culpar a la
"clase media" -"incluidos"- por no haberse movilizado sino
"hasta que les tocaron sus bolsillos"; y por otro, para
"confirmar" que los "excluidos" se movían desde antes
porque "ya no tienen nada en sus bolsillos".
Hay incluso, en
ciernes, una reedición de la división social del trabajo "político"
entre asambleas y piquetes: las clases medias -"educadas"- serían la
dirección "cultural o ideológica" de un movimiento en el que los
"excluidos" serían "fuerza de choque" o "cuerpo
obediente".
"Incluidos"
y "excluidos", clases medias y desocupados -o "pobres"-,
son categorías de un pensamiento que concibe a la política como una operación
ideológica de la inclusión, olvidando -adrede- hasta qué la norma es siempre
excluyente y que desearla es ya empobrecer nuestra existencia.
Incluidos y excluidos
son, entonces, categorías tramposas. No hay lugar para los excluidos sino
precisamente en donde están, en los márgenes. No hay inclusión posible
-presente ni futura- para quienes ya no quieren asistir pasivamente al
empobrecimiento -material, intelectual y espiritual- de la propia vida.
Por eso, el
"clasismo" que todas "las clases" sacan a relucir
("somos de la clase media argentina"; "los trabajadores y sus
intereses", etc.) es una forma de empobrecer lo que ha surgido, reduciendo
la multiplicidad emergente a las condiciones económicas de las que provienen.
Piqueteros y asambleístas aspiran a ser figuras de una indagación sobre la
forma de construir una autonomía real, irreductible a todo economicismo.
Esta reducción de la
multiplicidad del proceso al "clasismo"-económico- es una condición
que el poder exige para "representar" a cada una de estas clases en
el juego de la política (de partidos, candidatos y gobernantes). Por esta vía,
entonces, se corre el riesgo de la absorción de las energías desatadas.
X
A partir de las
jornadas de los días 19 y 20 tomó forma algo que ya se venía gestando. Ahora es
totalmente visible, para todos, que por abajo transcurren luchas muy intensas.
Ellas están procurando, sobre todo, recuperar una dignidad gravemente afectada durante
décadas.
Las experiencias de
los últimos años -en América Latina y en el resto del mundo- nos ilustran
claramente sobre el hecho de que ningún "gobierno", por sí mismo,
puede obtener este resultado.
Incluso un eventual
gobierno popular debería aprender a respetar la soberanía de las luchas que por
abajo van creando y empujando el verdadero cambio social. Porque toda vez que
desde la política "contestataria" se pretende dirigir las luchas de
la base, se cierran los procesos verdaderamente democráticos y se frustran las
experiencias más potentes.
Hay que evitar en
ambas experiencias en desarrollo -piquetes y asambleas- las tendencias a la
centralización, a la subordinación de esa multiplicidad. Su autonomía debiera
ser defendida, incluso, de la emergencia de eventuales grupos de
dirigentes/representantes surgidos de las asambleas y piquetes mismos, en la
medida en que intenten sustituir la dinámica de base. La expropiación del
protagonismo popular en manos de un grupo de dirigentes (no importa lo honesto
que éstos sean) es un riesgo mayor.
Porque apenas se
forma una representación del movimiento, se empieza también a ejercer el poder
hacia adentro: se cree que se puede decir cómo debe actuar o pensar un
"vecino" o un "piquetero". La centralización sacrifica de
un plumazo la multiplicidad (que es la fuerza -la clave- de estos movimientos).
XI
El desafío es pensar
al movimiento piquetero y al asambleario como experiencias que se pueden
desarrollar mucho mejor sin "centros", sin lugares privilegiados de organización,
ni de dirección.
Contestando a siglos
de creencias en la superioridad de las estructuras centralizadas y en la
separación entre la teoría y la práctica, sabemos hoy que la inteligencia
atraviesa todo el cuerpo, y no vive encerrada en el cerebro. Las ideas no
fluyen de un centro director, sino que dependen de toda una red sensible y
perceptiva. Lo mismo es pensable con respecto al cuerpo asambleario o
piquetero. Sería realmente nocivo que cristalizasen lugares de
"dirección" o de "conciencia" de los movimientos, con
respecto a los "dirigidos", "los de abajo", los
"puramente prácticos".
La experiencia de la
asamblea interbarrial de Parque Centenario, por ejemplo, es un momento esencial
de la organización del movimiento. Pero hay que tener cuidado que no sea el
lugar por donde se cuelen, nuevamente, las tendencias a la centralización que
sustituyan el protagonismo de las asambleas.
Es importante,
entonces, ir viendo cómo circulan saberes situacionales, de contrapoder, entre
las diversas experiencias de resistencia. No se trata de simples
"articulaciones" políticas, sino de verdaderos espacios de
"composición", de intercambios de experiencias, de pensar juntos, de
iniciativas concretas.
La unidad no puede
ser una consigna abstracta sino unidad de lo múltiple.
Lo que implica toda
una labor consistente en crear espacios, territorios y tiempos propios del
piquete y de la asamblea, que permitan substraerse de las interpelaciones del
periodismo, del gobierno y de los partidos, para pasar a asumir cada aspecto de
la coyuntura desde -exclusivamente- la propia potencia de los movimientos y la
propia percepción de los desafíos y problemas que se enfrentan.
Las asambleas y los
piquetes son verdaderos experimentos de contrapoder, bajo la forma de
desarrollos de foros populares de discusión, de intercambio, de investigación y
de acción directa. Su fuerza es, precisamente, la multiplicidad. Se juegan aquí
formas nuevas y radicales de practicar la libertad.