Homenaje de Lobo Suelto! a Luis "Nono" Ortolani
Luis
“Nono” Ortolani, el preso 26
por Victoria
Ginzberg
La fuga del penal de
Rawson se planeó en tres niveles. El primer grupo era de seis, los máximos
dirigentes de las organizaciones Montoneros, PRT-ERP y FAR, que lograron
subirse al avión que los llevó a Chile. Un segundo, de 19, salió de la cárcel,
pero se quedó en el aeropuerto y terminó en la base Almirante Zar. Esos 19
fueron fusilados el 22 de agosto de 1972. Había un tercer grupo hasta contar
116, que era el número de personas que entraban en el avión que se pretendía
tomar. “Si algo salía mal, el primero que se quedaba adentro, el preso número
26, que vengo a ser yo, tenía que llamar a los remises para que se fueran los
otros”, cuenta Luis “Nono” Ortolani. El 15 de agosto de 1972 fue el encargado
de negociar la rendición de quienes habían quedado dentro del penal. Una semana
después, se enteró por radio de la muerte de sus compañeros. Desde ese mismo
momento supo que la versión oficial era mentira de principio a fin, pero el
detalle de cómo fueron los asesinatos lo supo en uno de sus traslados a Buenos
Aires, cuando pudo hablar en el patio de Devoto con René Haidar y Alberto
Camps, dos de los tres sobrevivientes de la masacre. Ortolani militaba en el
PRT-ERP, estaba a cargo del área de propaganda. Lo arrestaron en 1972, en
Córdoba, después de una reunión de la Escuela de Cuadros, en Salsipuedes,
cuenta, y hace notar la ironía del nombre del lugar. Tiene 73 años, vive en Rosario
y hace 24 años conduce el programa Hipótesis, en LT28.
–¿Cómo
se empezó a hablar de la fuga?
–El preso político
cae y lo primero que piensa es cómo fugarse. Cuando declaré el 2 de agosto en
el juicio oral, hice esta comparación: en los ejércitos convencionales, en una
guerra entre países, los soldados son civiles llamados a filas, no tienen
obligación de fugarse, pero los oficiales sí, porque ellos han elegido la
carrera militar. Como nosotros todos habíamos elegido ser combatientes y
militantes teníamos obligación, nuestro pensamiento estaba en la lucha junto al
pueblo, junto a nuestros compañeros, organizando a la gente.
–Y
primero se pensó en un túnel.
–Al principio
habíamos pensado en un túnel, pero el terreno de Rawson es muy jodido, salía
tierra con piedras y eso lo llevábamos disimulado en mochilas que hacían las
compañeras arriba y nos las mandaban. Había cosas que entraban de afuera, yo no
sé cómo. Una de las claves de la fuga fue un celador. Los compañeros de la
dirección iban entablando charlas con los celadores y encontraron uno que era
afable y que tenía cierta afinidad. Sobre eso se le ofreció una compensación
económica si contribuía con la fuga. Uno de los elementos que se tuvieron en
cuenta para definir la fuga el día 15 de agosto era que estuviera él de
guardia. Otro elemento era que fuera feriado.
–¿Y
cómo se planeó esta fuga?
–La fuga se planeó
con tres escalones: el primero eran los dirigentes principales, Mario Roberto
Santucho, Enrique Gorriarán Merlo y Domingo Menna, del PRT-ERP; Carlos
Osatinsky y Roberto Quieto, de las FAR, y Fernando Vaca Narvaja, de Montoneros.
Ellos se fueron en un auto, son los que alcanzaron a tomar el avión, lograron
llegar a Chile y después se exiliaron en Cuba. El segundo escalón era de 19,
que completaba el número de 25. Durante la toma, ese grupo iba asegurando las
distintas posiciones, la enfermería, por ejemplo. Los otros iban abriendo las
puertas. El resto, hasta completar 116, participaba en la fuga desde distintos
pabellones. A Agustín Tosco, que estaba en el penal, se le ofreció participar.
El dijo que era un dirigente sindical y que iba a esperar que lo sacaran las
masas con su lucha, pero que estaba de acuerdo y que lo que pudiera hacer por
los compañeros estaba a disposición. Los milicos pensaban que ese lugar era
inexpugnable, porque realmente era imposible venir desde afuera a tomarlo. Por
eso, se invirtieron los términos: tomar el penal desde adentro e irse en un
avión de línea. En el avión había 120 asientos, pero en Comodoro Rivadavia
subían cuatro compañeros, por eso la fuga era para 116. Tenían que venir dos
camiones o un camión y una camioneta. El problema es que en la guardia de
prevención, que es el lugar más exterior de la cárcel, que está bastante
adelante del muro, hay un guardia que se resiste, se produce un tiroteo y muere
un guardia. El que venía en el primer camión escuchó los tiros e interpretó o
creyó haber visto una señal con unas mantas y entendió que la operación había
fracasado, pero no es correcto porque no había ninguna consigna para decir que
la acción había fracasado. Si había problemas con los camiones, el preso número
26, que era el primero que se quedaba adentro, que vengo a ser yo, tenía la
tarea de llamar a los remises para que se fueran los 19. Desde una de las
oficinas que habíamos tomado, pregunté a los guardias, que estaban esposados,
el número de los remises. Les dije que vinieran a buscar visitas. Teníamos 26
rehenes. Quedaron, además, de rehenes involuntarios, un matrimonio con una
hijita que eran visita de un preso común.
–¿Qué
hicieron ustedes en el penal mientras los 25 se iban al aeropuerto? ¿Se
enteraron de lo que pasaba?
–Teníamos radio, nos
enteramos de que los 19 habían quedado en el aeropuerto, que había habido algún
problema, escuchamos la conferencia de prensa que se hizo allí. Mientras tanto,
nos organizamos. Yo me coloqué muy cerca de una barricada que armamos con
muebles en la puerta, en una puertita que conducía a las calderas, para poder,
desde allí, hablar con alguien de afuera. Detrás de mí se iban formando
escalones de compañeros armados. Yo hablaba con alguien, no sé quién era, pero
algunos compañeros que tienen mejor oído me han dicho que era el capellán del
penal, que después les transmitía a los penitenciarios. Yo nunca di mi nombre,
éramos dos voces en la noche. De acuerdo con las instrucciones que yo había
recibido de los compañeros de la dirección, pido lo mismo que los que ocupan el
aeropuerto, que vengan jueces y periodistas para garantizar nuestra vida y
nuestra integridad física. Me contestan que no se puede porque la zona ha sido
declarada de emergencia al mando del general de brigada (Eduardo) Betti.
Entonces yo le digo, después de una consulta rápida con mis compañeros, que las
garantías nos las dé el general Betti por radio. Les digo, “si ustedes intentan
tomar la cárcel por asalto, nosotros somos 110 personas, hemos tomado armas y
estamos dispuestos a resistir y esto va a ser una masacre”. Lo primero que pedí
es que dejaran salir a los tres civiles que habían quedado de rehenes
involuntarios y no los dejaron salir. Cuando declaré en la causa les dije,
“señores jueces, nosotros luchábamos por la vida y no por la muerte, porque el
proyecto de la represión, que era tomar la cárcel por asalto, hubiera causado
muchas muertes de los que estábamos adentro, pero también de los rehenes, e
iban a tener bajas ellos, entre las cuales había soldados que eran ciudadanos
civiles llamados a la conscripción, que, como sucedió con los soldados de
Malvinas, nadie les preguntó si querían ir, y a estos otros nadie les preguntó
si querían o no tomar una cárcel donde había guerrilleros armados dispuestos a
defenderse”. Intenté con esta descripción decir que nosotros actuábamos con
profesionalismo militante y no improvisados. El presidente del tribunal
preguntó si era posible que hubiera una fuga improvisada. No mencionó la
versión oficial de la marina sobre Trelew, pero se refería a eso. Le dije que
las fugas siempre eran muy bien planificadas.
–Pero
ustedes estaban dispuestos a resistir...
–Yo les decía que
estábamos dispuestos a combatir pero que no queríamos hacerlo, que queríamos
entregarnos, entregar las armas y los rehenes con la sola condición de que por radio
se nos dieran garantías de nuestras vidas y nuestra integridad física. Eso se
repitió varias veces a lo largo de la noche, porque el general Betti no estaba
en un escritorio, estaba en su brigada. Las tropas iban llegando en camiones o
helicópteros y cada vez que llegaban nuevas tropas, ellos avanzaban hacia el
penal, Cuando los compañeros de atrás veían que avanzaban, se corría la voz
hacia adelante, yo pedía nuevamente el diálogo y repetía mis argumentos. Esto
se sucedió cinco o seis veces a lo largo de la noche hasta que a las siete
treinta, el general Betti, dándole la formal de ultimátum, para mantener el
principio de autoridad, nos dio las garantías. Dijo más o menos lo siguiente:
“Este comando informa a los extremistas que se encuentran en estado de
rebelión, ocupando ilegalmente la cárcel de Rawson, que a las ocho la cárcel
será tomada por asalto. Si se rinden antes de esa hora y entregan las armas y
los rehenes que tienen, este comando les garantiza su vida y su integridad
física”. Ahí yo pedí hablar con un jefe penitenciario y dije que las garantías
habían sido dadas, que ellos eran parte de esas garantías y que íbamos a enviar
a los rehenes con las armas, que las íbamos a cargar en mantas para que los
rehenes las arrastraran y que a las 8.15 íbamos a estar cada uno en su celda.
Ellos dijeron que estaban de acuerdo y que a las 8.15 iban a entrar y si había
gente fuera de su celda se iba a hacer fuego. Entraron, las garantías se
cumplieron, no hubo, en ese momento, represión. Sí nos quitaron todo, quedamos
a celda pelada, nada más que con el uniforme puesto, una muda de ropa muy
escasa, una manta y el colchón. Nos proveyeron unas bacinillas porque el
régimen quedó de puertas cerradas.
–¿Y
el 22 cómo se enteraron de la masacre?
–Todas las cosas que
sacaron de nuestras celdas, por lo menos en el caso del pabellón 5, quedaron en
el medio del pabellón. En una salida al baño, un compañero logró robarse una
radio pequeña y pudimos escuchar las noticias. De esa manera, la mañana del 22
de agosto nos enteramos de la masacre. Comenzamos a los insultos por la ventana
y a avisar a los otros pabellones y se generalizó. La radio informó que hubo un
intento de fuga, era la versión oficial, que la fuga había sido reprimida y que
había muertos y heridos. Nosotros estábamos seguros de que había sido un
fusilamiento, nunca se hace nada improvisado y menos en las condiciones en las
que estaban ellos, los habían humillado, los habían hecho barrer desnudos, los
golpearon. El 22 de agosto, sobre llovido mojado, aparte del dolor de saber que
habían matado a nuestros compañeros, se nos vino una requisa con todo. Hubo
golpes, costillas rotas, narices rotas, y todo lo que había quedado en el medio
del pabellón lo tiraron en la cancha de fútbol y le prendieron fuego, guitarras,
libros. Así quedamos durante 30 días. Después empezamos a salir de a poco, pero
nunca fue el régimen de antes.
–¿Y
cuándo pudo hablar con los sobrevivientes?
–En diciembre me
trasladaron a Buenos Aires para declarar en el Camarón (La Cámara Federal en lo
Penal, que se ocupaba de los presos políticos) y tuve oportunidad de hablar con
Alberto Camps y René Haidar. Ellos estaban aislados en Devoto, en dos lugares
distintos, pero después empezó a haber una vida más normal y pude hablar con
ellos en el patio. El reencuentro fue muy triste, muy doloroso. Me contaron lo
que se divulgó después, lo que escribió Paco Urondo en La Patria Fusilada.
Relataron que a la madrugada les dijeron que hicieran el mono, en el lenguaje
carcelario es poner todas las cosas en una manta y hacerle cuatro nudos, y que
se formaran que los iban a trasladar a Rawson. Camps y Haidar estaban en las
últimas celdas, por eso pudieron sobrevivir. Camps estaba con Mario Delfino, mi
cuñado, al que le decían Cacho. Haidar estaba con Carlos Astudillo. En
determinado momento empiezan a escuchar disparos de ametralladora. Primero
creen que es un amedrentamiento, pero cuando miran adelante, ven que están
cayendo, se dan cuenta de que los están matando y se tiran adentro de la celda.
Ahí aparecen (los capitanes Luis) Sosa y (Roberto Guillermo) Bravo y empiezan a
escuchar tiros de 45, están rematando. Camps y Delfino se despidieron de forma
muy sencilla. Camps le dijo: “Bueno, Cacho, ésta es la boleta, chau”. “Chau,
Alberto.” Entraron a la celda y les preguntaron si iban a declarar, contestaron
que no y les pegaron un tiro a cada uno. A su turno, Haidar, para desorientar
dijo “podemos declarar”, el tipo se desorientó, venía con la pistola a
martillar y se retiró, pero vino otro y sin preguntarles nada les pegó un tiro
a cada uno. Haidar me contó que el tiro le hizo dar una vuelta en redondo, cayó
de rodillas con el cuerpo sobre la cucheta. El era muy corto de vista y los
lentes se le habían caído a unos 30 centímetros de su cabeza. Veía los lentes,
veía el charco de sangre que se formaba y sentía el silbido de sus pulmones, o
sea que la bala le había atravesado los pulmones. Pensaba “¿agarro los lentes o
no agarro los lentes? Si no los agarro, no veo nada, pero si intento agarrarlos
y alguien me está mirando se da cuenta de que no estoy muerto y me remata”.
Después entró otra gente de la Base que estaba ajena al grupo que perpetró la
masacre. Haidar vio por el rabillo del ojo un guardapolvo blanco y se quejó
para que vieran que estaba vivo y lo pusieron en una camilla, donde se desmayó.
Se despertó en el Hospital Naval de Bahía Blanca.
–¿Cómo
se vivía en el penal? ¿Había temor de que pudieran tomar las mismas
represalias?
–Pensábamos que no.
Confiábamos mucho en la solidaridad de la gente y eso es lo que nos salvó. Cada
vez que había actitudes agresivas empezábamos a los gritos y desde afuera se
escuchaba. El penal estaba en medio de la ciudad y siempre había alguien que
iba a la cárcel a presionar. Salía en los diarios, movían a los abogados. A su
vez, los periodistas, los abogados, los familiares eran amenazados.
–¿Cuándo
salió en libertad?
–Salí de Devoto, con
el Devotazo. Fuimos a visitar a nuestras familias y volvimos a la militancia.
Caí preso de nuevo en 1975, estuve ocho años y medio, gran parte en Coronda.
–¿Qué
expectativa le genera el juicio sobre la masacre que se está haciendo actualmente?
–Quiero destacar el
apoyo que me dio la gente de Protección al Testigo del Ministerio de Justicia y
las secretarías de Derechos Humanos de la Nación y de Chubut. Mi expectativa es
positiva. Espero que les den un castigo merecido. En aquel entonces pensábamos
en una justicia revolucionaria. Bueno, ahora se está juzgando por la lucha de
muchos años, de familiares, de gente y también por la voluntad política de los
gobiernos actuales.