La nueva política entra en la pecera
por Santiago López Petit
Decidieron asaltar las instituciones porque
estábamos ante una oportunidad histórica. Decidieron poner en marcha una nueva
política, y de pronto, se encontraron
dentro de una pecera. Pero la pecera no era el acuario que
algunos dentistas ponen en su consulta para transmitir calma y sosiego. En la
pecera, ni siquiera se respetaban las reglas que los mismos tiburones habían
impuesto. B. Brecht ya nos había avisado: "Si los tiburones fueran
hombres... los teatros del fondo del mar mostrarían a heroicos pececillos
entrando entusiasmados en las fauces de los tiburones". Primero fue el
caso Monedero, le siguió el
caso Zapata... En Barcelona, el acoso y derribo empezará
cuando a la Generalitat le interese.
En los años setenta, cuando la clase trabajadora
era un sujeto político capaz de autoorganizarse y construir su propia
autonomía, el capital recurrió a la llamada estrategia de la tensión. Mediante
atentados sangrientos perpetrados por tramas fascistas nacidas en las cloacas del
Estado, se introducían dinámicas que paralizaban las formas de resistencia al
poder. El caso Escala, por ejemplo, fue un caso de terrorismo de Estado que
sirvió muy bien para impedir que la CNT se consolidara. Hoy, en cambio, la desestabilización política se lleva a cabo
mediante los medios de comunicación y las redes sociales. Las
campañas mediáticas, creando una constante sensación de excepcionalidad, hunden
en poco tiempo las personas y los proyectos políticos que defienden la
necesidad de un cambio.
Pero ¿de qué tipo de cambio se trata? En
las elecciones de 1982 la consigna "Por el cambio" pregonada por el
PSOE ilusionó a mucha gente. En la revista Indolencia,
ligada a la autonomía obrera, escribimos: "Ni cambio, ni recambio. La
victoria socialista servirá sólo para modernizar el Estado y proseguir la
reestructuración capitalista en marcha". Así fue. Y muy pronto la pregunta
¿cuándo los amigos se convertirán en nuestros enemigos? se convirtió en una
pregunta retórica ya que bastaba mirar como la cara de Felipe González se iba
hinchando. Muchos compañeros y compañeras afirman que ahora es distinto, y que
esa mirada izquierdista es injusta y errónea. Quizás es cierto. Conocemos a
muchos de los protagonistas desde hace tiempo, sabemos de su honestidad... pero
el espacio político, incluso para un reformismo radical que simplemente quiere
legislar, aplicar leyes, y defender derechos elementales, es sumamente
estrecho. Basta ver los ataques diarios contra los nuevos que han entrado en
las instituciones.
Frente a esta estrategia de desgaste, la lucha
ideológica parece volver a un primer plano. De ahí la presencia constante de
los nuevos líderes en foros, tertulias, y evidentemente,la necesidad de simplificar al máximo el
discurso. Pero, en verdad, se trata de una batalla ideológica
en el interior de la ideología, puesto que para la nueva política, el único
objetivo que realmente cuenta es ganarse la opinión pública, es decir, ocupar
la "centralidad del tablero" como condición imprescindible para impulsar
el cambio. Este esfuerzo es sumamente problemático. En primer lugar, porque
propiamente no hay un centro político sino un votante tan volátil y oportunista
como el mismo mensaje que, en última instancia, se le quiere transmitir. En
segundo lugar, porque la ideología y la política ya no son lo que eran. La
ideología se ha materializado en la realidad de las formas de vida: autopistas,
centros de ocio y de consumo etc. La política, a su vez, se ha convertido en
gubernamentalidad neoliberal, mera gestión empresarial del mundo. Por lo que el reformismo radical, a pesar de sus mejores
intenciones, parece estar condenado a encadenar gestos simbólicos,
y los amigos no se convertirán en nuestros enemigos sencillamente porque su
acceso al gobierno tiene que cumplir una función diferente a la que se
encomendó al PSOE.
El éxito del poder
consiste simplemente en mostrar que no hay alternativa dentro de la pecera, y
que nuestros amigos son como todos los demás, futuros miembros de la casta
El partido socialista tenía que hacer el trabajo
sucio que la derecha franquista nunca hubiera podido llevar a cabo sin
incontables resistencias. Gestionar la crisis para destruir las formas de
contrapoder aún existentes, despolitizar la sociedad y, sobre todo, legitimar
el nuevo Estado de los partidos. En definitiva, tenían que allanar el camino al desbocamiento
neoliberal. En cambio, si los nuestros pueden hoy acceder a las
instituciones gubernamentales es para cumplir otra función. La función que de
ellos se espera es directamente fracasar. Fracasar como consecuencia de sus
propios errores y de los ataques furibundos a los que son sometidos. Su destino
no es tanto la traición como colaborar (a su pesar, claro) en su propia ruina.
En la actualidad, los golpes de Estado han sido sustituidos por una estrategia
de desgaste permanente. Una estrategia de desestabilización que debe producir,
impotencia, desorientación, y confusión. El éxito del poder consiste simplemente en
mostrar que no hay alternativa dentro de la pecera, y que
nuestros amigos son como todos los demás, futuros miembros de la casta. Esto es
lo que hay es la consigna que debe triunfar. En la movilización global, en el
teatro de la vida, en la que estamos insertos cada uno desempeña el papel que
le han asignado. Levantar esperanzas y arruinarlas, es la tarea que los
nuestros deben realizar, y para la que han sido llamados. Finalmente, la vida
cotidiana retornará a su normalidad. Los funcionarios del capital, los de
siempre, acudirán prestos a reparar el desaguisado. No hay alternativa dentro
de la pecera. Es cierto. Pero podemos intentar salir fuera, aprender a respirar
bocanadas de aire hasta que nuestros pulmones se acostumbren. Salir fuera de la
pecera no es, claro está, una alternativa. Es una necesidad. La necesidad
inscrita en el No y con la que todo empieza de nuevo.
La nueva política nunca romperá la pecera si se
refugia en llamadas a la participación, en consultas por internet o
persiguiendo la imagen de una persona respetable y sensata que se contempla en
el espejo de la opinión pública. Por lo contrario, si la nueva política lleva realmente al límite
la acción de gobierno –sin engañar, sin dobles lenguajes, con la
valentía de saber que no hay camino de retorno– empezará a construirse como una
posición en el campo de guerra. Entonces, llegada la hora de la verdad, los que
no votamos, los que votamos tapándonos la nariz porque en las listas había
algunos impresentables de la vieja izquierda, sabremos estar allí. Empecé
citando a B. Bretch, me gustaría terminar también con una frase suya que nos
puede ser muy útil en estos momentos: "Hace falta valor para decir que los
buenos no fueron vencidos porque eran buenos, sino porque eran débiles".