La risa y la escuela

por Libertad Fructuoso y Malena Spotti

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Entre abril y julio del 2014 coordinamos un taller de escritura para docentes[1]. El propósito era pensar lo no dicho en el aula: bajo la idea de que hay temas que están presentes en el contexto escolar de forma silenciada, o que aparecen en la currícula y que terminan por normativizarse o infantilizarse, propusimos la escritura como una herramienta para desacelerar la experiencia escolar y reflexionar sobre situaciones que se presentan cotidianamente. Pensábamos en problemáticas que flotan en el aire de las aulas como arena de lucha social: la cuestión de género, la violencia y sus tipos, la sexualidad y el mundo del trabajo.

Por nuestra experiencia docente veíamos que abordar la sexualidad en la escuela significa hablar de anticonceptivos, de enfermedades de transmisión sexual, del embarazo no deseado -nada que tuviera que ver con el placer-. En la agenda escolar la violencia es anomalía, hechos aislados más o menos generalizados de chicos que van a la escuela con armas blancas o casos de bullying que se reproducen en las redes sociales. De este modo se obtura el análisis de otras formas de violencia- implícita y simbólica- mucho más comunes y cotidianas en las aulas y en este sentido, la escuela como institución reproduce estas formas de violencia, desconociéndolas. La cuestión de género se resuelve en varios manuales escolares con la idea de que los hombres tienen que hablar de la homofobia, las mujeres seguir pensando en el embarazo, se sigue confundiendo sexo y género: los estereotipos se mantienen. Las formas de vida suelen estar signadas en las planificaciones anuales de cada colegio. Las materias de elección libre y las visitas extraescolares apuntan a definir el rumbo social. Quien vaya a un colegio caro bilingüe maneja su agenda como un workaholic: contactos, recursos disponibles y la obtención de un diploma internacional van a signar su futuro profesional. A los veintidós ya estará recibido y pensando en qué máster o beca aplicar. En una escuela pública, la pasantía no remunerada en Mc Donalds no solo está bien sino que es deseable por los padres, porque les va a enseñar lo que ni ellos ni la escuela pudieron: cumplir horarios, levantarse temprano, “ser responsables”. El de la escuela artística tiene que ser rebelde, terminar quinto con una banda de música y haber participado de algún taller expresivo. La maquinaria laboral está a la orden del día.

El espacio del taller fue pensado para docentes debido a nuestra experiencia en las aulas y porque creemos que la escuela es una de las instituciones clave para la reproducción de mecanismos de sociabilidad y, por lo tanto, los docentes somos actores sociales protagónicos en este proceso de subjetivación.

Consideramos que  a través de la escritura era posible demorar las imágenes escolares, habitarlas y transformarlas en escenas; pensar en los roles sociales, reponer implícitos, hacer preguntas, reformular problemas: cambiar de armas. Esto no implica que sea lo único que percibimos en la escuela,  sino que se trata de discursos hegemónicos entrañados desde la propia institución escolar, donde los docentes disputan los significados que circulan.

No es nuevo que no se pueda hablar de todo. Las imágenes pueden habitar la conciencia como una perturbación o se pueden desentrañar y reconfigurar a partir de la escritura. Lo que no se puede decir, se puede escribir; por algo la literatura siempre se ha llevado tan bien con el tabú.


Escritura y catarsis


La dinámica de taller planteaba la escritura y reescritura de escenas escolares. En un primer momento temíamos que ese ejercicio se tornara un espacio de catarsis al mejor estilo “si querés llorar, llorá”: una recapitulación de anécdotas, temores, frustraciones y martirización de la tarea docente. Tampoco queríamos que los escritos fueran una mímesis de la sala de profesores -lugar del desasosiego por antonomasia-: esto hubiera conducido a una repetición críptica de la queja.

¿Pero qué íbamos a hacer?  ¿Esquivar o negar el conflicto?

La catarsis fue inevitablemente un primer momento de la escritura: enunciados categóricos, universales, emociones a flor de piel, pizarrones melancólicos, guardapolvos coloridos y vocaciones a corazón abierto. En parte la catarsis funciona como un mecanismo reflejo al pensar la escuela, que deja esa sensación de limpieza, de purificación emocional, que tranquiliza rápidamente pero que impide cualquier intelectualización. Además el proceso catártico tiende a devenir en pedagogía, por su sentido aleccionador que le agrega a la experiencia, una dimensión ideal –un deber ser– que funciona como enseñanza moral. Así la experiencia real solo puede errar.

¿Cómo superar la catarsis? ¿Qué estrategias pragmáticas nos daba la escritura para producir un diferencial crítico? ¿Cómo devolver otra mirada para lo real y favorecer una deriva creativa para esas situaciones?

El humor y la risa

Dicen que en tiro al arco, no hay que pensar en el blanco adonde se apunta. Pues, así fue que la respuesta vino sola a nosotras, el humor apareció como herramienta que desafecta, que quita drama, que aliviana peso. Fueron surgiendo espontáneamente varios textos en clave cómica: destellos de humor, frases con doble sentido, exageraciones. Reírnos de los estereotipos, del patetismo, de la incertidumbre, de un humanismo anacrónico que sobrevive inexplicablemente en la escuela. Reírnos era pensar en esas cuestiones, ya no padecerlas. Adiós catarsis y bienvenido el humor.

En el sentido de que afecta la inteligibilidad de los problemas y resulta creativo respecto de la realidad, el humor es perfomativo. Provoca otra visión del mundo; rompe estructuras de sentido, las invierte, habilita que nuevas y distintas acciones se motoricen. Abre fugas.

A nivel individual, rompe con la rigidez de situaciones que están en pugna con la flexibilidad de la vida. Cuando es grupal, el humor hace coincidir -aunque sea efímeramente- en un código, genera complicidad, acerca, verifica lo que hay de compartido. Allí, la risa altera desde lo más material como los cuerpos, hasta lo más abstracto como el inconsciente colectivo, transgrede hegemonías, es contra-poder respecto de las formas serias, autoritarias y prohibitivas.

Cierto es que hay risas y risas, y quizás el problema radique en que la risa de la escuela suele ser distancia, asimetría que confirma relaciones de poder en tanto aleja, separa,diluye, y así se parece más a otras formas de humor, como la ironía, la sátira y la burla.

Entonces ¿qué mejor insumo entonces para pensar la escuela? Porque no se trata de producir piezas de humor o comedia con situaciones escolares, sino de abrir paso a lo que hay en común ¿de qué nos reímos en la escuela? ¿Qué risas podríamos compartir ahí?


[1] Al taller lo realizamos junto con Daniela Bercovich, en la Facultad de Filosofía y Letras, UBA.