“El mundo del trabajo mutó de manera estructural”. Entrevista a Paula Abal Medina

por Mariana Carbajal


Las marcas que el neoliberalismo habilitó en los grandes empleadores de jóvenes, especialmente cadenas de supermercados y call centers, y los dispositivos de domesticación que implementaron las empresas sobre sus trabajadores, las resistencias sindicales y el nuevo escenario laboral después de la década kirchnerista: ésos son los ejes que aborda la socióloga Paula Abal Medina en su último libro Ser un número más. Trabajadores jóvenes, grandes empresas y activismos sindicales en la Argentina actual. En esta entrevista con Página/12, la autora detalla los hallazgos de su investigación sobre las “nefastas” consecuencias de las políticas de ajuste y la precarización laboral en el país y plantea los interrogantes que se abren a futuro. Después de los gobiernos kirchneristas “el balance vuelve igualmente cierto que mejoraron sustancialmente las condiciones laborales, como que los lugares de trabajo son campos minados que pueden desbaratar rápidamente la organización colectiva”, sostiene Abal Medina en diálogo con este diario.
–¿Cómo se plasmó el neoliberalismo en los espacios laborales?
–Una imagen muy cargada de significados que ilustra el punto de partida de mi investigación es la que tiene lugar en el 2001 en las puertas de los supermercados, por ejemplo, en el Coto de Ciudadela. Adentro los trabajadores con palos; muchos se habían quedado a dormir en el establecimiento; afuera, las vallas, la policía y del otro lado los desempleados, amenazando con los saqueos. Los trabajadores, adentro del lugar ajeno, el de Coto, y los desempleados, afuera del lugar ajeno. Los trabajadores transcurrían como “desempleados en potencia”, estaban aterrados. Mientras, Alfredo Coto salía a decir que estaba conmovido por cómo los trabajadores habían defendido sus puestos de trabajo. El enfrentamiento entre empleados y desempleados fue dinamizado de muchas formas, en especial durante los ’90. Primero fueron los privilegios y rigideces de los empleados que impedían crear nuevos empleos para los desocupados. De ahí las leyes de flexibilización del trabajo y las políticas sociales focalizadoras. Luego, cuando el protagonismo piquetero, los desempleados fueron señalados como los violentos. Entonces la investigación me permite mirar de cerca los establecimientos empresarios a partir de este momento, si se quiere, el punto de llegada del neoliberalismo.
–¿Cómo son, entonces, las experiencias de trabajo en grandes empresas, siendo joven, en tiempos de pobreza y desempleo masivo?
–El principio rector del derecho del trabajo, “igual remuneración por igual tarea”, pierde toda significación. Las relaciones de trabajo pierden transparencia y dos trabajadores que atienden en centros de llamadas al mismo cliente pueden tener condiciones de trabajo, salarios y sindicatos diferentes. Dos repositores, dos cajeros, dos idénticos en términos de lugar de trabajo, contenido del trabajo, son diferenciados, fragmentados y hasta enfrentados por el accionar de las empresas. Una herramienta fundamental para esto es la tercerización laboral.
–¿Qué dispositivos ponen en juego los empresarios?
–Defino dos dispositivos empresarios a partir de las nociones de “exaltación de la debilidad del trabajo” y la de “destierro de la alteridad”. Formas empresarias que sedimentan en aquellos años de asimetría acrecentada entre capital y trabajo. La investigación reconstruye las prácticas cotidianas. Las microprácticas y los modos en que las experiencias de trabajo afectan las subjetividades laborales y políticas. De lejos parece todo igual: son supermercados grandes, con muchos trabajadores jóvenes, bajo el mismo sindicato, mismo lugar y tiempo histórico. Pero de cerca se constatan diferencias que son muy significativas para comprender las resistencias y los modos de organización de los trabajadores. La exaltación de la debilidad del trabajo en Coto opera a través de mecanismos tales como la distinción jerárquica, que exacerba a la vez la minusvalía del trabajador y la superioridad del jerárquico; la subestimación del trabajador que tiene lugar a través de procedimientos de marcación de errores y defectos de los trabajadores con la construcción de legajos que acumulan los fundamentos de las sanciones. Otro grupo de prácticas que habilitan lo que llamo la “extralimitación de la autoridad y proliferación de ilegalidades”.
–¿Cómo vivían esas prácticas los trabajadores?
–Hay que ver lo que significa trabajar en estos supermercados en aquellos años. Una afirmación saturada de los trabajadores era: “acá es ley que las horas extras no se pagan”. La ‘ley’ del empresariado se llevaba puestas las leyes públicas laborales, todos los días. Las jornadas de trabajo podían durar 10 o 12 horas. Y en la diaria del trabajo también el contexto era un gran recurso: amplificar el contexto de desempleo todos los días. Capítulo aparte: el sindicalismo de empleados de comercio. En este sector las figuras de delegados gestor y cogestor alternaban la tramitación rutinaria de los servicios para los cotizantes con la complicidad directa con las empresas. Este sindicalismo cedió la representación de empleados y trabajadores para refugiarse en la provisión de servicios al cotizante. Muchos delegados realizaban con mucho compromiso “una labor social para el compañero”, que consistía en “llevar pañales a las compañeras” en tiempos en que estaban vulnerados los derechos del trabajo más elementales. Se sancionaba a una cajera porque “cerraba la caja con desgano”. El cogestor es una figura invertida, que disciplinaba junto con la empresa. En muchos casos eran delegados que habían sido jerárquicos. Los definen afirmaciones posibilistas y la permanente comprensión para con las empresas, destacan cuestiones tales como “el Che Guevara se murió hace rato” o “para avanzar hay que saber retroceder”; sus relatos se organizan situando al piquetero, al cabeza, al negro de cabeza, quieren hacer quilombo y nada más, como el principal otro del relato. En el marco de este dispositivo emergen dos figuras: la del trabajador defectuoso y la del trabajador impotentizado. La primera confirma el dispositivo, efectivamente este trabajador siente que dada su minusvalía laboral, su incapacidad para trabajar correctamente, su falta de educación, el jerárquico le “perdona la vida” si lo mantiene en su puesto. Está agradecido y cumple con todos los pedidos de la empresa para asegurarse el puesto pese a su hacer defectuoso: prolongación de la jornada, cambios de turno, etc.
–¿Y cómo reacciona el trabajador impotentizado, de acuerdo con su definición?
–El trabajador impotentizado se planta de otro modo: repone el contexto de sideral asimetría para explicar el avasallamiento de los jerárquicos y en general el de las empresas. Sobre los jerárquicos: ellos te tienen que perseguir, encontrarte errores o inventarlos, asediarte todo el tiempo. También siembran la sospecha: “yo sé muy bien cómo consiguen las camisas blancas acá adentro”. Con esta figura, la del trabajador impotentizado, queremos definir una eficacia diferente del dispositivo cuya productividad está debilitada y funciona mucho más como imposición de una relación de fuerzas descomunalmente desfavorable.
–A raíz del otro dispositivo usted habla de trabajadores “despojados” e insiste en su libro en que existen muchas maneras de lograr la “misma” transformación de la fuerza de trabajo en trabajo efectivo. ¿A qué se refiere?
–Al mirar de cerca las experiencias de trabajo en Wal Mart, me encuentro con un dispositivo muy distinto. Allí hablo del destierro de la alteridad y de cómo intenta construir en el extremo la figura del trabajador despojado. Despojado del otro. Es un trabajador ciego a las fuerzas de la alteridad, que vivencia un mundo uniforme, que parece no percibir las asimetrías. La fidelización, el sentirse parte, la disposición en base a un estado de ánimo de entusiasmo por pertenecer, las sonrisas interminables, el liderazgo servicial, los pines, la porra, el himno Wal Mart, ese que dice “Te doy la W y ¿qué formamos? Wal Mart, ¡Wal Mart!”. El despojo del otro funciona también a partir de la creación de figuras colectivas que otorgan otra consistencia al mundo. Hay una política de llenado, de reemplazo del mundo de las relaciones de fuerzas. Las puertas abiertas y el departamento de recursos humanos, el asociado y la gran familia, son espacios, figuras, prácticas sustitutas de unidad. Finalmente existe un conjunto de políticas preventivas y discriminatorias, que se proponen abortar sistemáticamente cualquier indicio de asimetría. Por eso el elemento “tipología de los sospechosos”. En la Argentina de desempleo desorbitante, el dispositivo se fortalecía a partir de una minuciosa política de selección de personal que, hurgando en las trayectorias de vida de los postulantes, definía con alta probabilidad una composición de saberes adecuada y congruente con el despojo de la alteridad. Finalmente, una activa política antisindical por si lo anterior fallaba, como se vio en la sucursal de Avellaneda. Página/12 en particular se ocupó del tema en varias notas sobre los despidos discriminatorios de activistas en esa sucursal. Y cómo tenían nombrado a un ex militar de apellido Saint Jean como responsable de seguridad de la empresa.
–¿Continúan vigentes esos mecanismos?
–A medida que transcurren los años, se consolida la baja sustancial del desempleo, se reactiva la negociación colectiva, se articula la organización de los trabajadores y llega tardía y de formas heterogéneas a los establecimientos empresarios. Por eso la segunda parte del libro se escribe desde los activismos, los idearios y los modos de politización de trabajadores. Entonces contar la cotidianidad desde este punto de vista nos permite ubicar ya un cambio sustancial. Me gusta la imagen de que los trabajadores se sacuden la subjetividad de desempleado en potencia y recorren el trayecto que va de la constatación de “soy sólo un número más” hasta el otro que dice algo así como “no es secreto que por uno que sale hay cinco que quieren entrar, pero ése no es un motivo válido para que nos traten como cosas”. La condición de posibilidad del trayecto se produce durante los gobiernos kirchneristas y se alimenta de las formas de acumulación de la clase trabajadora en dos pasados: aquel que precede al terrorismo de Estado y el pasado más reciente, dinamizado por la organización territorial, el sujeto piquetero, un saber productivo popular novedoso, algo que podemos llamar un gremialismo barrial y de movimiento social. Entonces ahí reconstruyo distintas experiencias de organización de trabajadores en los mismos supermercados y en empresas de call center.
–Sobre las empresas de call center hace un desarrollo extenso. ¿Podría sintetizar rápidamente esa situación de trabajo?
–El tercer dispositivo abordado corresponde efectivamente a un grupo de empresas de call center tercerizados. Digo que son como los capitales golondrina del mundo financiero. Defino este dispositivo a través de la noción de esquilmación inmediata, para referir a la celeridad con la que estos formatos combinan una economía de la explotación con una economía del despojo. Analizo mecanismos tales como la infantilización del trabajador, ilegibilidades porque son formatos que funcionan como cajas negras, una brutal intensificación del tiempo con esas llamadas que llegan sin pausa a los trabajadores y un hipercontrol donde todo se graba, se escucha y se sanciona. El funcionamiento de trabajador como frontón que debe absorber las quejas y reclamos insolubles de los clientes haciendo sólo como si estuviera comprometido con resolverlos y finalmente una rotación elevadísima que aborta el lazo entre trabajadores y el sentirse parte de un colectivo. Al desarrollar este análisis definimos dos figuras de trabajador: el “trabajador quemado” y el “trabajador distanciado”. El despojo, en cambio, funciona por el poder extorsivo de las empresas que con bajísimos niveles de inversión pueden levantar sus cosas y mudarse a otro país. Entonces se ofrecen a esas empresas –muchas de ellas grandes trasnacionales de call centers– exenciones de impuestos de todo tipo y se financian con fondos públicos desde sus costos de traslado de una provincia a otra hasta cursos de capacitación, salarios, alquileres o refacciones de establecimientos.
–Volviendo a las experiencias de resistencia, ¿qué descubrió en esos procesos?
–Allí también miro en detalle prácticas de resistencia situadas y reconstruyo figuras activistas: el activista asambleario, el activista tradicional, el delegado que actualiza la tradición nacional y popular, el delegado veedor, el delegado en doble confrontación, el delegado del colectivo que asume la representación cedida por el sindicato: la del empleado y la del trabajador como sujeto. Sintetizo algunas conclusiones. Primero destacar la riqueza de la multiplicidad de idearios que organizan las prácticas de resistencia o de organización de los trabajadores. Nada resulta más empobrecedor que reducir esta riqueza en clave dicotómica: sindicatos cómplices de las empresas y militantes de izquierda comprometidos defendiendo a los trabajadores. Por el contrario surgen, en primer lugar, pequeños cambios de la normalidad de los sindicatos porque con la negociación colectiva los trabajadores saben de qué se trata y algunas veces los sindicatos entreabren las puertas, otras veces los trabajadores van a patearlas, pero, bueno, esto produce modificaciones. Segundo, las dirigencias sindicales oscilaron entre aperturas efectivas de menor o mayor significación y la intensificación de macartismos dirigidos a estigmatizar, impedir, sofocar o excluir experiencias de organización. De esto último hay ejemplos extremos resonantes, lamentablemente, como el de (José) Pedraza. La palabra trosko, cabeza, piquetero, el maltrato de los sindicalistas a militantes es también demasiado abrumador. Entonces toda vez que no se produjeron aperturas sindicales voluntarias, las militancias tendieron a ser desbaratadas porque no existieron institucionalidades nuevas que las preservaran y potenciaran. Tercero, en la medida en que el management ensaya modos de fidelización, las resistencias se ejercitan en nuevos planos, de aquí la importancia y la creatividad de lo que en el libro llamé resistencias subjetivas. Cuarto, pero vinculado con esto mismo, uno puede observar la coexistencia de dos culturas del trabajo que producen muchas tensiones en la construcción de organización: la de la dignidad del trabajo y la del rechazo del trabajo.
–¿Cómo cambió el escenario a partir de la última década kirchnerista?
–El balance vuelve igualmente cierto que mejoraron sustancialmente las condiciones de trabajo, como que los lugares de trabajo son campos minados que pueden desbaratar rápidamente la organización colectiva. Es evidente que la ley laboral tiende a imponerse frente a Coto, que ahora por ejemplo paga las horas extras o respeta un poco más la duración de la jornada. En muchas sucursales de Wal Mart, tras la lucha de los militantes de Avellaneda se tuvieron que elegir delegados, los salarios aumentaron, etc. Y pese a ello estos lugares de trabajo son también campos minados que impiden la organización: estamos plagados de militantes despedidos por discriminación ideológica y sindical, que tienen causas judiciales por el solo hecho de acciones de protesta. Y que son demasiados los espacios del trabajo en los cuales no se eligen delegados sindicales, con lo cual la modificación del contexto les llega más con cuentagotas. Y todo esto ocurre en el segmento que el neoliberalismo calificó como “privilegiado”, aunque la dispersión salarial y de condiciones de trabajo de los trabajadores registrados es impresionante. Pero están luego los trabajadores del piso que en territorios insularizados, muchas veces atrapados en circuitos clandestinos, otros en cooperativas financiadas por fondos públicos, arrastrando décadas de carencias, viven trabajando sin que alcance lo que tienen arriesgando salud y familia para conseguirlo.
–¿Y qué balance hace más general del mundo del trabajo, del sindicalismo, a partir de la década kirchnerista pero pensando los desafíos por delante?
–Mucho para destacar, aunque algunas cuestiones están flaqueando en este tiempo por la inflación y por esta faceta reguladora y represiva de la protesta que había sido completamente ajena al kirchnerismo. En principio y rápido: recuperación del empleo, negociación colectiva, aumento extraordinario de la cobertura jubilatoria, derogación de algunas leyes de precarización del trabajo, los nuevos regímenes para trabajadoras de casas particulares y para trabajadores rurales. Nos estaría faltando el de los trabajadores de call center, que está en tratamiento parlamentario. También ha sido sustancial la Asignación Universal por Hijo y programas con escala, como el de cooperativas Argentina Trabaja. Nos queda por delante pensar cuestiones tales como qué institucionalidad popular habilitaría social y políticamente a “el otro” movimiento obrero. Me gusta nombrarlo así porque esto nos permite dimensionar tanto cuán excluido queda de la institucionalidad del movimiento obrero organizado, como su potencial político, la necesidad de que sea reconocido como sujeto y no sólo como objeto de políticas sociales. En el plano de la opinión política creo que lo que separa a los irrisorios segmentos de asistidos del neoliberalismo menemista con programas como el Trabajar o el Servicios comunitarios de este tiempo de políticas de acceso mayoritario es la emergencia de un sujeto que se había organizado para resistir en los barrios y que luego comenzó a construir un saber productivo y una certeza sobre sus derechos. El modelo sindical está completamente encogido, no expresa la realidad de vastos sectores del trabajo. El mundo del trabajo ha mutado estructural y no sólo coyunturalmente.
Las tradiciones ideológicas que se tienen que poner a hablar, articular y hacer juntas son las que revitalizó el kirchnerismo con la actualización de un ideario nacional y popular en organizaciones juveniles y territoriales, las de muchos sindicatos que se reivindican peronistas y que ampliaron representación y realizaron transformaciones efectivas de su vida interna democratizando la participación, las de muchas izquierdas que intervienen en las empresas defendiendo trabajadores, las tradiciones campesinas que resisten la expansión del modelo de agronegocios, las tradiciones más basistas y asamblearias que en fábricas o territorios construyen en torno de consignas de emancipación y autonomía. Y me animo a decir que un espacio para la interlocución y la convergencia son las universidades que nacieron o se consolidaron como espacios de producción de saberes, de irradiación cultural, con sentido de realidad y un impulso igualador. En los momentos de mayor protagonismo popular de nuestra historia no se dilapidaron fuerzas, ni se sofocaron las diferencias. Al contrario, tenemos que retener las diferencias para afrontar la discusión sobre qué modelo productivo y qué formas políticas permitirán ampliar el campo de posibilidades.