La horda aniquilable
por Gastón Gordillo
La
película Guerra Mundial Z incluye varias escenas en las que
soldados matan a enormes cantidades de zombies; no es casual que la película
termine con una imagen que simboliza la victoria de las fuerzas mundiales de
seguridad sobre la epidemia planetaria zombie: enormes pilas de cadáveres, tan
grandes que forman empinadas colinas. Estos cadáveres de zombies epitomizan la
idea de la horda aniquilable, compuesta de cuerpos que son tan peligrosos,
incontrolables y desprovistos de humanidad que deben ser
asesinados “en defensa propia.” La idea de llamar a esta violencia “un crimen”
es impensable. Este es el momento en que las ideas de Agamben sobre “el estado
de excepción” se vuelven palpablemente reales: cuando gente que se autodefine
como civilizada condena el asesinatoexcepto cuando involucra una
horda deshumanizada y percibida como aterrorizante.
Los
zombies que la industria del cine presenta como aniquilables son la
manifestación ficcionalizada de las multitudes humanas que son consideradas
asesinables en todo el mundo, desde Gaza a Ferguson, Missouri. Los poderosos
siempre han marcado a las poblaciones oprimidas como salvajes, atemorizantes y
aniquilables sin culpa. La reciente popularidad de discursos sobre derechos
humanos y humanitarianismo no parecen haber socavado el poder de esta
disposición visceral hacia la vida y la muerte. El comentarista conservador Ben Stein,
por ejemplo, justificó el asesinato de Michael Brown por la policía en Ferguson
con el fundamento de que, en sus palabras, “él no estaba desarmado,” porque “él
estaba armado con su increíblemente fuerte y atemorizante ser” (his
incredibly strong, scary seflf) y que el policía, entonces, estaba
justificado de sentirse amenazado y de dispararle seis tiros. Los defensores de
la masacre indiscriminada de civiles por la violencia israelí en Gaza expresan
argumentos igualmente desconcertantes que reproducen la imagen de que los
palestinos, por definición, dan miedo. Mencionar la palabra “Hamas” parece
suficiente para justificar que se haga cualquier cosa contra
la gente que vive en el ghetto de Gaza, a pesar de la abrumadora evidencia de
que la mayoría de las víctimas (como Michael Brown en Ferguson) estaban
desarmadas. Pero la evidencia material y los argumentos racionales nunca son
suficientes para persuadir a aquellos que sienten el miedo en sus entrañas. Lo
que es aterrador sobre los palestinos, como Ben Stein dijo en el caso de
Missouri, es su misma existencia, “su ser atemorizante,” que los
“arma” con un “increíble” poder: el poder de inculcar miedo en los poderosos.
Igual que los zombies; o los “indios.”
Hace
décadas, Gilles Deleuze y Elías Sanbar usaron la acertada frase “Los indios de Palestina”
para nombrar a la situación colonial impuesta por el estado de Israel sobre el
pueblo nativo de Palestina. Pero los palestinos se volvieron los “indios” de
Israel no simplemente porque fueron desposeídos por colonos sino también
porque, como parte de este proceso (como con los “indios” de las Américas), se
volvieron los perfectos salvajes asesinables. A los ojos de la mayoría de la
opinión pública en Israel, “los árabes” (el término con el que los palestinos
son reificados y exotizados) han sido posicionados como indios irracionales que
amenazan un reluciente puesto de avanzada de la civilización. Ellos son por
ende matables con impunidad y sin culpa. Como si fuesen zombies. Después de
todo, como argumenté en una entrada previa (World Revolution
Z), la horda zombie que en Guerra Mundial Z carga
contra el Muro Israelí de Separación (y que las tropas israelitas tratan sin
éxito de masacrar) es una horda zombie palestina que viene de los territorios
ocupados. Los hombres afro-americanos en los Estados Unidos también son
tratados como si fuesen zombies (o indios salvajes). Cuando gente blanca de
Ferguson organizó una manifestación de apoyo al policía que ejecutó a Michael
Brown, se organizó una contra-protesta de gente mayoritariamente afro-americana
que empezó a cantar “manos arriba, ¡no disparen!” El grupo de manifestantes a
favor de la policía, que minutos antes había estruendosamente negado ser
racistas, respondió con un desconcertantemente transparente “¡disparen!
¡disparen! “¡disparen! ¡disparen!” David Gershon escribió (acá)
sobre este incidente: “A veces hay momentos que son tan crudos que tienen el
poder de encapsular una verdad desagradable (an ugly truth) en un solo
instante. Este es uno de esos momentos.” La verdad desagradable revelada por
esos llamados entusiastas a aniquilar a gente desarmada es también evidenciada
por quienes se muestran indiferentes ante el asesinato de cientos de niños en
Gaza por parte del estado de Israel. A pesar de las obvias diferencias entre
ambos casos, estos eventos de violencia sacan a la luz algo sobre lo que vale
la pena reflexionar sobre los campos de fuerza afectivos que definen al orden mundial:
que gente normalmente respetuosa de las leyes puede condenar con indignación el
asesinato de seres humanos, excepto cuando involucra cuerpos rebeldes y
aterradores que merecen ser aniquilados ‒como esos zombies masacrados en Guerra
Mundial Z.