Diálogos deleuzianos. Producción de inconsciente: mapear la vida
por Camilo
Ríos
“… son opciones políticas para
problemas, entradas y salidas,
callejones sin salida que el niño vive
políticamente,
es decir, con toda la fuerza de su
deseo.” (p. 18)[1]
En el
extensísimo territorio que nos ofrece “Introducción: rizoma”, nos encontramos
en un momento determinado con la noción de ‘mapa’ como uno de los principios
rizomaticos. Acá intentaré abrir algunas cuestiones que su abordaje puede
suscitar. En ese sentido, más que seguir la exposición de Deleuze-Guattari,
intentaré atravesar algunos tópicos generales que esta noción sugiere.
Lo que (no) es: sacrificio propedéutico y
explicativo
No es este el espacio para reconstruir el planteo a
propósito del rizoma en Mil mesetas. Valga apenas anotar que se trata de un
principio metodológico-epistemológico que en su mismos términos termina siendo
antimétodo para una ontología del encuentro y la creación. En ese sentido, este
principio sin principio, este jengibre conceptual, crece en todo sentido
simultánea y constantemente, por lo que hacer sistema de un planteo como este
resulta una empresa imposible. El mapa, en todo caso, es una de sus
características, uno de sus rasgos, una de sus propiedades. Eso no debe ser
perdido de vista.
Como no contamos sino con el lenguaje, incluso para decir
lo indecible, habrá que empezar por dar cuenta de la operación-mapa a partir de
aquello ante lo que pretende distanciarse (como el rizoma ante el árbol o la
raíz). Así pues, reproduzcamos sólo analíticamente un binarismo con el
compromiso de abandonarlo para siempre inmediatamente. El mapa no es calco (p.
17ss). Veamos entonces, aunque volveremos con rodeos diferentes, qué cosa es el
calco.
El calco es la estabilización de modos de hacer, representación,
estructura, garantía, certeza, política, reproducción, aplicación (manual de
uso), entrada genética, lógica subyacente, principio explicativo… y la lista
seguiría interminablemente: verdad. Es lo que nos permite vivir del modo en que
lo hacemos y habitar lo que habitamos, formato de pensamiento y movimiento.
Determinación
El mapa, entonces, implica simultáneamente un momento
previo y uno posterior, un ‘entre’. Una operación de experimentación, de
apertura, de creación, que implica dar cuenta de lo ‘real’ constantemente en
términos de su acontecer inmediato, in situ. Es lo referente a la operación, la
acción, al movimiento y al imperativo de notar y registrar el movimiento real
de las cosas cuando está siendo. Un gerundio, si se quiere. El mapa es
creación, sorpresa, el mapa es lo que hace hacer. El hacer mismo
Así pues, al hacer del mapa un ‘rasgo’ del rizoma (de su
funcionamiento), se trata de habitar un escenario al que no se le atribuyen
lógicas subyacentes, porque habitarlo es crearlas (modos de hacer, más que
objetos hechos). El calco, por su lado, lo que hace es producir sistematicidad
de esos modos. En ese sentido, la creación de esas lógicas no es, en principio,
anticipable (ni predecible ni programable), porque depende ampliamente –casi en
su totalidad– de la interacción ‘in situ’. Sistematizar esas experiencias (en
forma de estructura explicativa, pero también en forma de programa) son
ejercicios propios del modo-calco. El mapa es el arte de las resistencias de
las materialidades, porque es la existencia misma de sus modos en
funcionamiento, en tanto funcionando.
La vida, donde Deleuze se escurre entre las
manos
Por eso es posible, al menos como hipótesis, plantear que
ningún actor dice su mapa. Incluso se podría pensar que tampoco su calco. ¿Qué
quiere decir esto? Pues bien, si el calco es marco de referencia que naturaliza
la acción, el eje de coordenadas que indica ‘lo que es’ y ‘cómo (pero también
como) debería ser’, este implica un nivel de explicitación y soporte. En
algunos casos, será este soporte un marco jurídico o normativo, en otros lo que
llamamos ‘cultura’ y en otros incluso el ‘sentido común’. Una serie de
condiciones más bien ‘dadas’ que organizan y clasifican el mundo, y que
orientan su habitabilidad. Sin embargo, por ejemplo, en el mundo político (más
precisamente en escenarios de gobierno) resulta más bien común que aquel que
funge la posición de gobierno no dé cuenta de sus propósitos en términos de las
formas de gobierno mismas. Promete, traza, proyecta, pero no da cuenta de la
lógica infantilizadora, explotadora, progresista o emancipadora que orienta sus
proyectos, sus promesas, sus trazos. El calco no se dice, y eso no es señalado
como algo reprochable. De alguna forma sólo podemos habitar un mundo de reglas
haciendo de ellas elementos tan claros como tácitos (con las excepciones
lógicas de la sanción altamente codificada o los procesos de resolución de
conflictos). El modo en que se hacen las cosas es tan claro que no necesita ser
dicho; el calco es también entonces el procedimiento-calco.
Por otro lado, adjudicándole esquemáticamente al mapa las
dimensiones de la acción de la experimentación, de la creación, de la apertura,
y por tanto de la indeterminabilidad y la imprevisibildad, queda mucho más
claro, en un primer momento, que tal no pueda ser dicho. Una primera cuestión
transversal se hace presente en este momento: ¿cómo es posible decir el mapa?
Si se trata de una dimensión experimental, decirlo constituye una mayor o menor
captura, un más grande o más pequeño recorte, decirlo implica sistematizarlo,
implicaría un movimiento del mapa al calco. Consideremos el ejemplo del
carnicero, al que aunque le resulte extremadamente útil conocer (e incluso
tener fijado en su pared) el ‘calco’ anatómico del cadáver bovino o porcino, le
es absolutamente necesario ‘mapear’ sobre el mesón, hachazo a hachazo, los
modos de tajar, porcionar o despresar a su amigo desangrado. Es más, incluso
habiendo no sólo un ‘calco’ anatómico, sino un ‘calco’ metodológico que oriente
el procedimiento, cada oportunidad, cada encuentro de la
piel-grasa-músculo-hueso con el hacha-mano-brazo-cuerpo-mirada-conocimiento del
carnicero constituye un nuevo mapa del arte sangriento (y posteriormente
delicioso) de la carnicería. Este mapa, por principio, es indecible. No se deja
capturar porque implica la acción ‘cada vez’; si bien puede esquematizarse,
sugerirse, volverse consejo o pista general (cosa que implicaría que dejara de
ser en mayor o menor medida ‘mapa’ para ser en medida proporcional ‘calco’: una
nueva guía de cómo es la cosa y cómo debe hacerse, que en la siguiente
oportunidad se verá reformulada por el nuevo encuentro cadáver-hoja afilada).[2]
Pero esto es apenas una cuestión para abrir la noción de ‘mapa’
presentada en este texto. Una incitación a pensar también en la cotidianidad la
forma en la que puede verse incorporado uno u otro elemento conceptual, bien
para la acción política, bien para la contemplación intelectual.
De ‘la’ política a ‘una’ poética
El llamado de atención que hacen Deleuze-Guattari acá no es
tanto respecto de la maldad del calco o de su necesaria destrucción. Muy lejos
de eso, lo que proponen, pareciera, es una ida y vuelta, un rescate de la
complejidad que implica el hecho de que en el movimiento más o menos claro que
hay del mapa (poética) al calco (política) suele invisibilizarse el movimiento
del calco (política) al mapa (poética). Este efecto de comodidad, de
naturalización de la necesidad del calco como punto de llegada y de partida
para la acción, termina haciendo perder de vista el mapa (proponiéndolo como
imposible).
Aunque esté presente en todo momento, la idea de fuga, el
gran tema de la resistencia en Deleuze-Guattari reclama presencia en este
momento. Por eso no es nada sorprendente que evoquen en el texto las ideas de
‘sistemas centrados’ y ‘sistemas acentrados’ (p. 22) y que además le den vuelo
en términos de guerra. No es necesario extenderse mucho sobre esto. Claramente
el recurso es ejemplificador (nunca metafórico, recordemos): en un sistema
acentrado (es un acto volitivo no llamarlos descentrados, puesto que esto
implicaría un desplazamiento del centro y no lo que quieren subrayar, que es
una suerte de inexistencia o, aún mejor, de innecesariedad del mismo), que
opera como mapa, se puede llevar a cabo una guerra sin General. Y no sólo es
posible, sino necesario. El sistema acentrado repele y “rechaza como ‘intruso
social’ cualquier autómata centralizador, unificador” (p. 22). Se trata de llevar
a la práctica política la fórmula del N-1 que da forma al rizoma. En ese
sentido, desde una perspectiva operativa, uno diría que en tanto sistema
acentrado, la operación-mapa adquiere la forma ‘acontecimiento’ y la estrategia
‘manada de ratas’. Forma ‘acontecimiento’ porque su accionar sólo da cuenta de
sí mismo en el momento en que sucede y después de sí mismo, y estrategia
‘manada de ratas’ porque impone como requisito la coordinación de elementos
heterogéneos en flujo, rechazando cualquier tipo de lógica subyacente o
liderazgo prospectivo.
Por eso sería posible proponer el asunto del mapa en
Deleuze-Guattari como uno del paso de la política a la poética (es evidente que
esto es una elaboración mía y en ningún sentido se la atribuyo a ellos) en el
sentido de una suerte de renuncia a la verdad y a la certeza a favor de una
i-lógica de lo probable, lo plausible, lo abierto[3]. Si se piensa en estos términos,
es posible señalar de ‘humanista’ (en un sentido para nada rescatable o
admirable) la operación de moralización del calco y el mapa. En primer lugar,
por el establecimiento de una diada cerrada sobre sí misma, un juego de suma
cero. Pero además, por el empeño que imprime en hacer del calco algo ‘peor’ que
el mapa, pero además y aún más preocupante, que se dedica a jerarquizar moralmente
los mapas, a clasificarlos en términos de deseabilidad (cosa que, de acuerdo a
la intuición de relativa indecibilidad que le es propia sobre todo al mapa, y
que exploramos más arriba, resulta hacerlos calco por efecto de estabilización).
Sin embargo, esta es una discusión mucho más compleja; pensar por ejemplo en la
posibilidad de que una forma-calco determinada permita más operación-mapa que
otra es algo, a lo menos, interesante y problemático (ahora sí en un sentido
decididamente rescatable).
Se podría decir, por ejemplo, que en una forma-calco en la
que no me matan sino que me incluyen hay más posibilidad de operación-mapa (fuga/creación/invención).
Desde la perspectiva propuesta, esto respondería a una posición ‘humanista’ que
además desconoce el principio de sospecha respecto de las formas de gobierno
contemporáneas (el principio foucaultiano que implica sospechar cada vez más
entre más ‘libertad’ se perciba). Sin embargo, a este argumento de la sospecha
se le señala inmediatamente, y no con poca contundencia, que, llevado a sus
últimas consecuencias, deviene paranoia deductiva. Es decir, que existiría en
la sospecha de la sensación de ‘libertad’ un aspecto igualmente posibilitado y
producido por el sistema de gobierno que lo hace posible, y así ‘at infinitum’:
una suerte de sobredeterminación del calco por sobre el mapa en términos
sistémicos, ideológicos, culturales, simbólicos o como se le quiera llamar.
Sin embargo, mucho más acá del ejercicio argumentativo
(batalla de calcos en todo caso), valdría la pena simplemente señalar el
riesgo, siempre presente, que nociones como estas corren de ser politizadas,
moralizadas. Este riesgo, en todo caso, no siempre es un riesgo de pérdida: la
politización de una noción como la de ‘mapa’ puede abrir potencias
insospechadas. La moralización de unos u otros ‘calcos’ puede aclarar el
panorama en el momento de tomar decisiones sociales o incluso investigativas
que impliquen una mirada histórica en uno u otro caso. Eso no puede
desconocerse; sin embargo, en función no tanto de una lectura en código de
‘para qué sirve’ sino ‘qué hay’ o ‘cómo funciona internamente’ ese cuerpo de
nociones, puede ser al menos propedéuticamente útil tensionar esa ‘tentación de
hacer el bien’ que los pensamientos poderosos siempre traen consigo.
En una perspectiva poética, entonces, no se trata de
sostener que el calco es bueno porque se acerque más o menos al mapa. Entre
otras razones, porque además el mapa no es bueno en sí mismo: crear es bueno
(deseable), pero eso no quiere decir que las creaciones lo sean[4]. Por eso, sea cual sea el
accionar, el carácter abierto y amplio de la operación-mapa implica una
sensación permanente de angustia (que en la filosofía deleuziana en todo caso
es definitivamente más impulso que obstáculo): y tal vez en algún momento “no
puedes entender por qué el mapa te traiciona”.
Por eso la política, el calco (cualquiera que este sea,
desde el procedimiento para abrir una lata de tomates hasta la declaración
universal de los Derechos Humanos) tiene una estrecha relación con el sistema-miedo.
El calco opera propagando el miedo por su revés, garantizando sensación de
‘seguridad’, ‘certeza’, ‘anclaje’, ‘certidumbre’. Y en ese mismo movimiento, propagando
el miedo mismo a sus respectivas ausencias. Primer lado de la relación
forma-calco/sistema-miedo: propagación del miedo por su anverso. Pero también hay
una segunda relación: operativizáción del sistema-miedo, puesta en
funcionamiento de sí mismo como síntoma, como punto de partida. La segunda
relación que establece la forma-calco con el sistema-miedo se dice en forma de
autopoiesis. Produce miedo con miedo.
Así pues, en esta doble relación, ‘seguridad’, ‘anclaje’, ‘certezas’,
‘ideales’, ‘horizonte’, ‘progreso’ (y de nuevo la lista se hace interminable)
son muy eficazmente vendidas sobre la base de un supuesto que en todo caso no
tiene fundamento real: que un paso afuera de la forma-calco sólo hay ‘caos’,
que fuera del calco apenas queda ‘devenir esquizo’. Y ante ese panorama es
apenas razonable que muy pocos estén dispuestos a correr el telón detrás del cual,
en la silla del ‘fundamento’ del calco mismo, no hay sino un niño burlón
llamado ‘contingencia radical’, ‘arbitrariedad’, o ‘a priori histórico’ si se
quiere (o, en una versión menos optimista, tras correr el telón sólo queda
descubrir que no hay ni siquiera silla).
Un elemento más de esta tensión política-poética bajo la
que propongo ver la relación calco-mapa: la forma-calco despliega una lucha de
conciencias que consiste en confirmar lo que uno piensa, o refutarlo con otro
calco. Se trata de una guerra de sistemas centrados, de certezas. La operación-mapa,
por su lado, ‘produce inconsciente’. Pero, ¿qué significa esto? En el sentido
que lo expresan Deleuze-Guattari, se trata de un desplazamiento hacia un ‘algo’
en el que no se había pensado antes, hacia un lugar que uno no conocía pero que
no estaba allí para ser descubierto sino que cobra existencia en términos del
movimiento mismo que lleva a él. El mapa, en ese sentido, tendría que ver con
el ‘rincón’; y por eso mismo puede que sea posible volver a sostener la
dificultad de ser comunicado, sistematizado, estratificado: dicho. Si esta
relación es tal, la del ‘mapa’ de Mil mesetas con la del ‘rincón’ de la
respuesta a un crítico, entonces se abre un nuevo escenario de discusión
relacionado con el hecho de que los mapas siempre involucrarían, como los
‘rincones’, un plano de intimidad que los vuelven muy poco comunicables. Si
bien se dan indudablemente resonancias, relaciones de mapas como de rincones,
comunicarlos presenta una dificultad inaudita. Por eso este entramado tomaría
un tono de fatalidad, de agonía, un ritmo de idas y venidas; y estas
fatalidades pendulantes, intermitentes, que van y que vienen, nos vuelven a
traer, después de tanto despliegue, de nuevo una cuestión importante: ¿acaso dar
cuenta del mapa no es poner la ‘experiencia’ a disposición de los calcos?
Accionar (en gerundio, siempre)
El mapa, además, implica una sujeción pero no una
prescripción, una sujeción sin prescripción posible. Una experiencia que por lo
mismo es intransferible: la receta máxima es la ‘producción de inconsciente’,
que en todo caso no llega nunca a decir qué es eso ni cómo se hace,
garantizando la apertura, y exigiendo el acto, la experimentación, la creación.
Entonces, más allá de si hay o no calco o cómo opera (bien
o mal, mejor o peor que otro), la propuesta es ‘hacer’ (el mapa no es una
reacción al calco, es una posibilidad, una estrategia, una exigencia en sí
misma, es creación). No hacer ‘para’ (en función de), no hacer ‘por’ (debido
a), sino hacer, experimentar. Desprenderse del ‘para’ y el ‘por’ de la acción
misma no es algo sencillo, en absoluto. Pero de alguna forma sí constituye un
requisito para mapear, ya que de otra forma se estaría haciendo algo así como
una calcación del mapa: cosa que tendría como efecto –en mayor o menor medida,
de acuerdo al hilo que he querido mantener tensado a lo largo de esta
presentación– hacerlo programa, plan, ideario, prospectivo, deber ser, moral. Por
eso, en un sentido analítico, que responde al interés de comprender ‘cómo y con
qué opera’ el arsenal deleuziano antes que uno por pensar ‘para qué puede
servir’, es posible plantear que la operación-mapa no tiene ‘una’ finalidad, y
eso es lo que quiere decir que no sea trasferible: su condición de repetición
implica la apertura, la imprevisibilidad, no puede ‘formularse’. Es acción, modo
de hacer que sólo puede ser efectuándose. Tiene, eso sí, consecuencias,
efectos, pero que tenga efectos no quiere decir que estos efectos sean
previsibles. Por eso, políticamente hablando, el gran problema no es otro sino
‘desistir a hacer mis propios mapas’. Lo que tenemos que hacer, entonces, ante
el llamado de la operación-mapa, es nadar por/en situaciones concretas,
hacerlas ser. Y de nuevo, se trata de hacer mapas, no de decirlos. Aunque de
alguna forma habrá que resolver dar cuenta de los mapas, estos siguen
recubiertos de un halo de indecibilidad muy difícil de sortear: ¿Cómo,
entonces, dar cuenta de esas experiencias, de los modos en las que se las hace
ser? Estas pueden ser apenas algunas formas de formular la cuestión. La
respuesta permanece en la mesa de discusión
El imperativo de la operación-mapa implica pasar del ‘querer
crear’ (arenga, consigna) a la situación en la que la creación sea un
imperativo (verse obligado a crear). Sin embargo, esto implica una situación inicial
y prolongada de displacer y no una de heroicismo, ya que si deviene heroica
entonces se programatizó, se moralizó, y se molarizó también… se hizo calco (en
mayor o menor medida). Simplemente a modo de problematización propositiva,
sería posible pensar en una operación que encare esta agonística indecibilidad
de una forma elegante y sutil sin que abandone su apertura constitutiva: ¿es
posible pasar del ‘contar/decir’ lo que sucedió o cómo sucedió, al ‘registrar’
la experimentación, el hacer? Este deslizamiento puede abrir cuestiones a
propósito de una posible clave de lectura y de acción en función de la
dificultad de decir el mapa…
Resumiendo, lo que queda es la ‘producción de
inconsciente’. Pero eso no es del todo claro, por eso me parece que puede
servir encarar la cuestión desde tres, tal vez cuatro puntos de vista: 1) El
Kafka de Deleuze: allí se hace énfasis en lo que implica darse cuenta de que ‘ya
se es otra cosa’ (no hay metáfora), pero al mismo tiempo, este ejercicio –que opera
como ‘acontecimiento’– implica dejar de serlo inmediatamente; 2) la influencia
simondoniana en la noción de individuación y modulación (proceso cuyo fin es
ser proceso, proceso cuya resultante es sí mismo: dar forma); y 3) Spinoza, un
poco: si bien no sabemos lo que un cuerpo puede, es posible habitar lo que está
pudiendo ser, y eso no se dice, sino que se hace en tanto operación: por eso
insisto en la noción de ‘habitar’ como íntimamente ligada a la de
operación-mapa. Y finalmente, 4) se podría pensar en la noción deleuziana de ‘virtual’
como ayudante explicativo de uno de los aspectos de la operación-mapa, en el
sentido de la apertura, la imprevisibilidad, etc., que sin embargo no es
inexistencia o imposibilidad, sino más bien algo así como existencia en la
imposibilidad.
Algunas preguntas entonces
Finalicemos entonces simplemente señalando algunas
preguntas que quedan abiertas, no porque no hayan tenido respuesta, sino porque
merecen ser visitadas con mucha más profundidad y cuidado, porque son dignos
terrenos de problematización (aventuraré, como ha sido constante en todo el
texto, alguna deriva propia a cada pregunta, con el único objetivo de propiciar
el diálogo posterior alrededor de la misma):
- ¿Es posible no hacer mapas? Yo creería que sí. No en el
sentido de que es posible ‘nunca’ hacer mapas o vivir una vida que se sustraiga
de la operación-mapa. Pero sí en el sentido de que es posible habitar la
existencia sin mapear; y en ese sentido pienso en la muchísima gente que vive
más o menos como toca vivir, que estudia lo que hay que estudiar o trabaja en
lo que se puede trabajar, come lo que hay que comer, se viste como hay que
vestirse y habla como hay que hablar y de lo que hay que hablar. En esa
muchísima gente que pareciera recostarse sobre la corriente de la vida y,
simplemente, dejarse llevar. La autocomplacencia y el ‘idiota normativo’ pueden
ser figuras que ilustren este hipotético transcurrir predominantemente calcado
y calcador.
- ¿Qué se le puede reconocer al calco? Muy a la entrada
intenté reunir algunas características de la forma-calco, algunas de las cuales
parecieran ser ‘negativas’ y que no lo son. La forma-calco permite, es
estratificación necesaria, guía, coordenada, es realidad que otorga sentido;
habilita, mitiga ‘devenir esquizo’, y al mismo tiempo propone, así sea por la
inversa, no refugiarse en la pura estructura, y evitar el caos. Relanza hacia
el mundo, en donde no queda otra que ‘hacer’.
- ¿Es el mapa reaccionario (frente al calco)? A mi
entender, realmente no pareciera; si bien el llamado es por no desconocer el
movimiento ‘calco-mapa’ en el movimiento ‘mapa-calco’, no se trata
exclusivamente de reacción; en el fondo mi lectura es de creación, y la
creación puede emerger –genealógicamente hablando– del disparate, del desorden.
Es decir, no siempre se trata de una acción calculada –de hecho casi nunca lo
es– que sea consciente del calco del que quiere ‘desprenderse’, sino una
potencia vertical que salta desde y hacia sí misma…
- Cada uno, forma-calco y operación-mapa, ¿opera en sus
propios términos?, ¿hay una absoluta independencia entre ellos? Se trata, a mi
entender, de una pregunta que no es sino el contrapunto de la anterior. Y si
bien creo que hay una referencialidad mutua, no creo que pueda hablarse de
dependencia. En este momento considero prudente que siga siendo una pregunta
detonante, esta de la relación existente entre el calco y el mapa…
La operación concreta no deriva de la consigna
(o [alg]una apertura más)
Queda entonces abierta la cuestión, como muchas otras, de
cuál sería la relación, aparentemente contradictoria en términos lógicos, entre
la fórmula “ya se es otra cosa” y “hacer Rizoma”. La primera pareciera una
estrategia contra el neoliberalismo, que reviste un carácter involuntario;
mientras que la segunda parecería en todo caso un llamado, un mandato
prescriptivo o irruptivo al que habría que contestar con la acción misma de
‘hacer rizoma’, que da la sensación reactiva de estar atrapado (una llamada de
auxilio a los dioses de la ontología deleuziana). Habría que preguntarse qué es
lo que hace que esto de ‘hacer rizoma’, como llamado, no sea ideología…
[1]
Esta, como las demás referencias del texto, corresponden a: DELEUZE, Gilles;
GUATTARI, Félix. (2006). Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Pre-Textos.
Valencia.
[2]
El movimiento que se quiere hacer notar acá es ese que implica la potencia que
tiene este elemento conceptual para pensar en situaciones políticas cotidianas. En un registro absolutamente diferente, no
puedo dejar de pensar en las nociones de ‘expectativa’ y ‘conducta’ o ‘acción
social’ de la sociología ‘estructuralista’ y de las llamadas ‘micro-sociología’
y ‘etnometodología’.
[3]
Tal vez, pero sólo tal vez, en este sentido Deleuze-Guattari hablan de lo
‘virtual’. Pero esto merecerá un escenario de discusión más amplio y juicioso
que una nota al pie. En todo caso, sobre el final del texto volveré
tangencialemte sobre esta idea.
[4]
Traigamos un momento el ejemplo de la incorporación de modos de accionar
mafiosos y narcos (no necesariamente de sus productos, aunque tal cosa sea
innegable) a las lógicas de la administración y la planeación de políticas
públicas, es decir, a las formas de gobierno institucional. Sin duda se trata
de una operación-mapa, de una creación, un accionar inédito con efectos
específicos que re-definen (o al menos matizan) el campo de referencia hasta el
momento existente. En ese sentido, así como en casos como el de la innovación
científico técnica en/para/por la ilegalidad radical (construcción de
dispositivos de navegación submarina de largo alcance indetectables por radares
marítimos de última tecnología debido al uso de materiales insospechados, para
sólo mencionar un ejemplo), la moralización superlativa de la operación-mapa,
pero también de la satanización y jerarquización de las formas-calco, pierde
fuerza analítica.