El posse de Podemos. Notas tras elecciones y abdicación

por Raúl Sánchez Cedillo


Las elecciones europeas han pasado, y por lo tanto nada justifica ya esa especie de mala fe generalizada que se instala en la palabra pública y que es consustancial a los mercados y a la información. A nadie debería interesarle mucho, pero el que firma este texto pensaba que, en el vacío estratégico de la representación electoral abierto por el austericidio y sobre todo por el 15M, el método de construcción y las propuestas del Partido X podían ser el verdadero revulsivo capaz de asestar un golpe letal al engendro antidemocrático en que, unos y otros, han terminado convirtiendo el régimen monárquico de partidos sancionado en 1978. Por eso le he votado, aunque desde hace muchos meses, y sin duda desde la irrupción de Podemos, uno sabía que el proyecto estaba abocado a un sonoro fracaso electoral. En el momento en que terminamos este texto el monarca español, ¡acaba de anunciar su abdicación! Lo que pone de manifiesto que las fuerzas del régimen se han dado cuenta de que deben iniciar ya la reforma constitucional para evitar que lo que se inicie sea un verdadero proceso constituyente. Pero a todas luces es demasiado tarde, han perdido años preciosos para hacerlo.

Así que no es momento de ataques FUD (fear, uncertainty and doubt) ni de entonar un acre “échale la culpa a la tele”. Había, para estas elecciones, dos proyectos solventes de innovación, arraigo y ruptura, que han planteado explícitamente el desalojo de los partidos de la deuda y el austericidio: Podemos y Partido X. Los resultados merecen comentarios técnicos, pero son lo que se dice paladinos. Sin embargo, hay algo más importante: Podemos ha generado, ha consolidado, y previsiblemente contribuirá a expandir una creencia y una convicción que incluso tras el 15M era sumamente minoritaria: se pueden asaltar los parlamentos de la antidemocracia a través de las urnas, se puede dar inicio a un proceso constituyente y a un cambio sistémico por medios fundamentalmente pacíficos. Algo va mal en la subjetividad política cuando la alegría contagiosa no afecta también a quienes habían apostado por otros métodos y estrategias. Cuando se olvida que solo las prácticas y sus resultados mandan al fin y al cabo.

Dicho esto, es decir, dando por sentado que Podemos es el actor-proceso determinante en la secuencia que se abre hasta las próximas elecciones generales, preguntémonos: ¿en qué consiste el posse de Podemos? Recordemos que el posse[poder] es, en la filosofía de Giambattista Vico, uno de los elementos definitorios de lo humano, junto al velle [querer] y el nosse [conocer]; de lo humano en tanto que “finitud que tiende a lo infinito”. El posse es un poder-potencia antes que un poder soberano, coercitivo, estatal o explotador. Pero consideremos los aspectos principales en los que ese poder-potencia se muestra tan presente e incontenible como problemático.

1. De Europa al cuarto de estar

Evoquemos para empezar el modo en que, a decir de Gilles Deleuze, las personas se perciben a sí mismas en Japón: no partiendo de un yo, mi casa, mi barrio, mi ciudad, mi país… sino del cosmos, el planeta, el continente… Y hoy en el mapa electoral europeo todo es pesadumbre e inquietud por la democracia salvo en dos países del Sur: en Grecia, donde el programa de lucha dentro de la UE y contra la austeridad de la candidatura de Tsipras ha obtenido la mayoría y ha conseguido recibir consensos en el conjunto del país; y por estos lares, donde tanto IU como Podemos, formalmente adheridos a la lista Tsipras, se acercan al 20 % de los sufragios. Tenemos así un dato de tendencia importante para la estrategia europea de Podemos y en general para la estrategia de las necesarias revoluciones democráticas dentro de y en los limes de la UE: allí donde no ha habido experiencias como el 15M o los aganaktisménoi [indignados] de la Plaza Síntagma de Atenas, tenemos una continuidad o un reforzamiento de los partidos de la austeridad o la consolidación de fuerzas xenófobas y antieuropeas. En Italia, el M5S, que ha realizado una campaña marcada por el catastrofismo antieuropeo, ha cosechado un golpe durísimo cuando había apostado por el sorpasso definitivo sobre el Partido Democrático de Renzi, y por añadidura emboca el camino de su autodestrucción coqueteando con el xenófobo y antieuropeo Nigel Farage. La campaña de Podemos ha sido bastante prudente respecto a la agitación irresponsable de un sentimiento antieuropeo, y también lo ha sido la de IU (no obstante las posiciones pretridentinas del último congreso del PCE). Conclusión provisional: el antieuropeísmo refuerza el miedo a una mayor inestabilidad y legitima el statu quo (caso italiano) o bien refuerza poderosamente a las extremas derechas. El europeísmo que ve en la UE una batalla común por la democracia, contra la deuda, la austeridad y la dictadura tecnofinanciera se ve reforzado allí donde existen verdaderos contrapoderes políticos en las calles y en las redes. Así, pues, no atender a este dato sería un error gravísimo de las orientaciones de Podemos. Dar la batalla junto a Tsipras en el europarlamento cobra una importancia decisiva para la democracia, el fin de la deudocracia y las aspiraciones democráticas catalanas, vascas y gallegas en el reino de España. En esta legislatura europea el europarlamento está condenado a cobrar una importancia histórica, tanto por el asalto ultraderechista y fascista como por la batalla por la supervivencia y la dignidad que viene de las propuestas emancipadoras del sur de la UE.

2. De la televisión de régimen y las redes

Causa fruición escuchar y leer a las huestes del TDT party mientras se increpan unos a otros por haber dejado colarse a Pablo Iglesias en el mundo televisivo. No es poca cosa que haya tenido más tiempo de presencia televisiva que el candidato Cañete. Al mismo tiempo causa tristeza que desde los partidos de la red se pretenda explicar el éxito de Podemos por la mera presencia televisiva, contraponiendo sin más la tele a la red. Sin embargo, los datos de influencia y viralidad en las redes demuestran que Podemos también se ha impuesto en las redes sociales. Estamos, por el contrario, ante un feed-back virtuoso entre distintos tipos de redes y procesos de calle que ya hemos conocido con el 15M. Pero no podemos ser ingenuos para no ser paranoicos. El éxito de Pablo Iglesias en la televisión se explica en cierta medida por el buen hacer y la experiencia previa de Pablo Iglesias, pero es inexplicable sin atender a dos factores: la demanda de “caras televisivas” de la protesta en el lucrativo negocio de las tertulias y, last but not least, el pacto (implícito o no, lo desconocemos) con una parte de la oligarquía de los medios –Jaume Roures, en concreto– que ha proporcionado en el momento decisivo un aval de aceptabilidad a la irrupción de Pablo Iglesias y posterior y más levemente a la irrupción pública de Podemos. En lo sucesivo hay que tener muy en cuenta que, a pesar del desconcierto y de la contradicción entre intereses económicos e intereses colectivos del régimen, se busque la manera de disminuir al máximo la presencia televisiva de Pablo Iglesias y de Podemos, combinada con las campañas de destrucción de la personalidad pública.

Tenemos aquí un motivo capital para ampliar las estrategias comunicativas de Podemos, los talones de Aquiles de la personalización, pero fundamentalmente para integrar en el dispositivo los saberes y las prácticas tecnopolíticas nacidas y crecidas con el 15M y que no se han integrado en el proceso Podemos. No creo exagerar diciendo que la fortuna de la empresa constituyente va en ello. Ninguna ambición política puede llevar a actuar como si el sistema red que fue el 15M, y la tecnopolítica que en él se inspira, hubieran sido un episodio efímero y sin efectos irreversibles que afectan y predeterminan el proceso de los contrapoderes ciudadanos y la forma política de la ruptura costituyente.

3. Podemos más que Podemos en las municipales y autonómicas

Las próximas municipales y autonómicas ya han sido señaladas desde distintos lugares como ocasión para los pactos entre los partidos constituidos como IU o Equo y el proceso Podemos. Tenemos que preguntarnos si estamos ante una cuestión de sentido común y realismo político o ante una tentativa refleja de sobrevivir y/o neutralizar el acontecimiento. Sin embargo, no cuesta mucho advertir que aquí nos encontramos ante opciones excluyentes y que dependen de consideraciones e intereses sumamente dispares. El acontecimiento Podemos no ha hecho más que estallar. Aún no ha demostrado lo que puede dar de sí un proceso de desintermediación política radical y de control del proceso desde abajo, mientras ese “abajo” se enriquece y se expande transversalmente en la sociedad. Las municipales y autonómicas se prestan a esa segunda fase del proceso Podemos, pero al mismo tiempo permiten relativizar algunos de las invariantes de la primera fase. Las principales: a) el “efecto Pablo” no es susceptible de rendimientos crecientes sine die. En la pugna del espacio político, olvidar la finitud del sujeto, la erosión y vulnerabilidad que produce la refriega constante, pero también la necesidad de cumplir razonablemente con el mandato europeo contraído en las elecciones, puede llevar a cometer errores decisivos. No solo son precisas caras, sino que no tiene sentido contraponer un movimiento sin rostro a una política basada en un personaje, como bien enseñan los zapatistas. Pero al mismo tiempo no se puede despreciar la singularidad local y contextual de unas elecciones municipales y autonómicas en las que factores como el arraigo, la relación con luchas y movimientos, etc., son determinantes para decidir los primeros puestos de una lista, primarias mediante. Pablo no va a poder estar en todas partes, y hay que contar con las tentativas de apagón televisivo que hemos mencionado más arriba; y b) el municipalismo es un repertorio y una práctica extendida en muchas ciudades y territorios, y parece configurarse como un terreno de experimentación decisiva de una síntesis constituyente entre dispositivos de ataque electoral y redes de lucha y contrapoder ciudadano. Y en buena medida el potencial de transversalidad de Podemos está en esas síntesis antes que en la dinámica de pactos, que para Podemos podría ser lo más parecido a una balzaquiana peau de chagrin: tocar el poder para perder vida y energías. Una neutralización del proceso, vaya. Algo tan inmaduro en su estructura y funcionamiento como Podemos, no puede verse obligado a dedicar su tiempo a decidir si hace pactos con formas partido como IU o Equo si no quiere salir bastante lastimado. Tiene más sentido combinar la irradiación general y transversal del acontecimiento Podemos con la construcción de procesos y candidaturas ciudadanas radicalmente democráticas e inclusivas de las luchas en las que, al mismo tiempo que se sabe que están avaladas y nutridas por los participantes en Podemos, cobran en el proceso rasgos propios y expresivos de toda la potencia política local concatenable.

4. Desbaratar la formación de una derecha mimética y victimista

La dialéctica amigo-enemigo, que en el caso español tiende a superponerse a la distinción histórica izquierda/derecha, puede ofrecer una última ocasión de unidad y predominio a una derecha noqueada. Los promotores de Podemos saben que los procesos constituyentes recientes en América Latina no solo han tenido que inventar formas originales de relación entre movimientos y nuevas elites de gobierno, sino que han tenido que construir trabajosamente formas de hegemonía transversal que sean capaces de sustraer el consenso y la obediencia de clases medias y populares a los bloques oligárquicos. Mutatis mutandis, la situación se plantea con la misma intensidad aquí. Un Podemos que no se muestre capaz de incluir al adversario político en su margo hegemónico (y por supuesto en la subalternidad en la que un proceso constituyente emancipador inevitablemente le colocaría) corre el riesgo de instaurar un proceso de reconstitución de una derecha y una extrema derecha unidas por el miedo y la reacción a un Podemos retratado como el eterno retorno de la antiEspaña. Impedir esa operación está a fin de cuentas fuera de las posibilidades de Podemos o de cualquiera. Pero dificultarla, sabotearla, neutralizarla es posible evitando, por así decirlo, “entrar al trapo”.

5. A la búsqueda de la materia oscura abstencionista

A falta de análisis en profundidad sobre la composición del voto de Podemos, se puede afirmar que este ha tenido un grado considerable de transversalidad social: no solo ha arrebatado a muchos votantes del PSOE, IU y posiblemente votantes volátiles del PP, sino que ha conseguido entrar en la zona oscura del abstencionismo pertinaz. Esta era la tarea que se había propuesto también el Partido X, con mucha mayor claridad y anticipación que Podemos, pero ha sido manifiestamente incapaz de llevarla a cabo con éxito. Ahora bien, entrar de lleno en el espacio político constituido y en su política de la relación tiende a generar una representación fija y separada, en particular de Pablo Iglesias, en tanto que uno más de la “elite”. La cárcel de la representación mediática solo puede ser horadada y demolida por la inteligencia de los enjambres de red, que no se crean ad libitum ni mediante consigna política del líder aclamado. Pero cuesta lo indecible negar con argumentos y datos que el efecto Pablo Iglesias en las televisiones ha permitido activar distintos tipos de abstencionismo y distintas generaciones de votantes. Así que para el “efecto Pablo” conviene recordar el carpe diem, quam minimum credula postero. Y esto se traduce, entre otras cosas, en apartarse de formatos y tópicos de alianzas y coaliciones de izquierdas, del tipo “frente amplio”, “frente de izquierdas” que carecen de esa capacidad de afectar y activar el alma electoral de la “materia oscura” de la abstención, e incluso pueden permitir a los adversarios activarla en sentido contrario. El éxito de Syriza en Grecia es importante, pero pretender reproducirlo aquí convirtiendo a Pablo Iglesias en un improbable Alexis Tsipras revelaría una miopía política inoperable: las potencialidades de transversalidad del proyecto político son a corto plazo mucho mayores. Por otra parte, no es exagerado decir que Syriza y Tsipras son la única vía de escape para evitar una catástrofe social y política aún mayor en Grecia. Mientras que el campo político en el reino de España debe contar con un pluralismo político y social que va más allá del formato cultural y político de la izquierda. Es algo que debemos al acontecimiento 15M, no tiene nada de casualidad ni de tópico político-cultural. La primera expedición a la materia oscura fue precisamente ese 15M, y Podemos no es, teorías de la hegemonía y rostrificación de la alternativa aparte, sino un efecto diferido, una histéresis de ese acontecimiento en el plano electoral, un boquete irreparable a corto plazo en la muralla china del sistema de partidos constitucional.

6. Remember Robert Michels

Una semana después, la onda expansiva aún no ha terminado. Aún no se sabe si los daños en el edificio del régimen del 78 han afectado a pilares estructurales, que obliguen a los interesados con instinto de supervivencia a declarar la ruina inminente del edificio constitucional y a aceptar explícitamente las próximas elecciones generales como elecciones constituyentes. De esto nos alegramos sin reparos. En el mundo activista, han sido muchísimas las personas que han apoyado y/o se han sumado a Podemos partiendo de un supuesto clásico: lo que necesita el pueblo, lo que necesitan los subalternos. Es decir, no tanto de una proyección de las propias convicciones políticas más íntimas, sino de un razonamiento característico de las elites políticas de la protesta cuando tratan de ponerse en el lugar de los que menos saben, menos tiempo tienen, y presuntamente menos empoderados están: hagamos “como si” necesitáramos un líder carismático; hagamos “como si” la simplificación extrema de los problemas resolviera la cuestión del empoderamiento y de la autoorganización social y política de los subalternos antes y después de ganar unas elecciones. La paradoja consiste en que tales creencias se convierten en una fuerza material que produce efectos limitados de alegría colectiva y por ende de empoderamiento, en que una falsa proyección imaginaria en un actor televisivo genera una transferencia de posibilidad y poder colectivo. Ahora son muchos los que se precipitan a demostrar a elección pasada que el populismo de la “cadena equivalencial” y del “significante (Pablo) flotante” era el huevo de Colón que nadie había advertido. Pero olvidamos que el 15M practicaba otro populismo, el de las “máscaras” para escapar de la categorización y la neutralización mediante una política de relación entre identidades fijas y previsibles. Y, si prescindimos de las performances televisivas de Pablo Iglesias, Podemos y su “hablar popular” no son sino otra máscara de máscaras para introducirse en el centro del mundo de la representación dominante (mediática y política). Una máscara transicional. Que resulta indistinguible e inseparable del metamorfismo subjetivo y organizativo que han experimentado las redes de redes posteriores al 15M, en extensión y en intensidad del malestar y del deseo de cambio real. Dicho de otra manera: si hay algo que experimentar en lo sucesivo, no es una reproducción adaptada de los procesos populistas latinoamericanos (que, por cierto, se encuentran en una crisis de sostenibilidad de gravísimas consecuencias continentales), sino en todo caso un populismo plebeyo, distribuido y susceptible de crear uno o varios sistemas red, que debe ser la clave de bóveda de la construcción de los círculos, pero también del afuera organizativo de Podemos. Fuera de este esquema, pesa sobre nuestras cabezas la maldición de Weber y Michels, esto es, la que ve, en primer lugar, la dialéctica del reconocimiento entre líder carismático y seguidores [Anhänger] derivar en una Veralltäglichung, que podría traducirse como un “cotidianización”, que tiende a dar paso a un carisma institucionalizado, administrativo y casi ritual y que corresponde de manera precisa a la modalidad del “carisma televisivo” que tanta importancia ha tenido en la irrupción de Podemos, pero que no se explica sin esa extraña alianza que ha permitido que haya habido, por así decirlo, “Pablo hasta en la sopa”; pero también la que cae bajo el dominio, en segundo lugar, de la llamada “ley de hierro de la oligarquía” formulada por Michels y que sin duda está caracterizando el devenir de los nuevos gobiernos latinoamericanos, interrumpiendo los circuitos de agonismo y cooperación tan necesarios para la transformación del Estado y para la vitalidad del llamado “poder popular”. En el caso de la Promotora de Podemos este peligro es, más allá de buenismos y adulaciones irresponsables, un problema serio del que seguramente son conscientes, pero que ninguna confianza beata en que “a nosotros no nos pasará” estará en condiciones de evitar. No hace tanto que tuvimos un “no nos falles” como para reiterarlo ahora, sobre todo en una crisis terminal de régimen. La gran ventaja de nuestra situación es que, gracias al espesor de la mutación tecnopolítica creada por el 15M, se puede ganar con un pueblo/plebe distribuido y empoderado y uno o varios líderes carismáticos desempoderados porque su papel, finito, transicional, es el de hacer de arietes decisivos para echar abajo el muro de cristal deformante de la representación. Limitándose, como ha dicho el propio Pablo Iglesias, a “mandar obedeciendo”.