Disputa por la indignación
por D.S.
Más de una vez nos reímos
con razón del progresismo pedorro y su estúpida apelación autocomplaciente a
los derechos humanos, sin contenido concreto en luchas reales/contemporáneas.
La discusión sobre la "seguridad" luego del fracaso de la reforma
judicial, del auto-acuartelamiento policial de diciembre de 2013, de la (no)
discusión en torno del Código Penal y de la escenificación de linchamientos de
esta última semana reduce la gracia de la ironía y nos advierte sobre la
naturaleza de las micro-políticas fascistas (nuestro neoliberalismo) que nos
recorren.
Podemos sentir miedo y
reflexionar sobre el miedo. Pero, por sobre el temor, lo que está en disputa es
el sentimiento de "indignación", es decir, el sentimiento que
experimentamos cuando se comete una injusticia contra un semejante. Una nueva distribución de los afectos está en curso:
¿quién se indigna y por qué? ¿Quién es nuestro semejante en estos días?
¿Así termina la década de
los derechos humanos? Patear en el suelo al progresismo en desgracia pasa a
ser, de aquí en más, un gesto demasiado fácil. Y tonto. Una alianza cínica con
nuevos poderes. Intentar reponer la moral progresista con ademán sensato puede
ser, si cabe, aun peor.
Necesitamos, en cambio,
recuperar para nuevos fines una capacidad para reponer –visibilizar, mapear– la trama (la economía, el juego de las
instituciones) que regula y promueve este nuevo escenario fascistizante. La
lucha contra oscuros poderes emergentes no es una propuesta más, sino una tarea
inmediata.