¿Qué hacer frente a la “Nación” de Álvaro García Linera?: Indianizar al mestizaje y descolonizar al gobierno
por Silvia Rivera Cusicanqui
Silvia Rivera Cusicanqui interviene aquí
en un debate: responde a lo propuesto por Álvaro García Linera en su libro de
distribución gubernamental "Identidad boliviana. Nación, mestizaje y
plurinacionalidad". Y lo hace con esta claridad: “Porque soy una birchola
desconfiada y propensa a las teorías conspirativas, a mí me late que el ethos
que gobierna este escrito es nomás una justificación retórica, pobremente
argumentada, de la actuación del Estado colonial y de sus colonizados
gobernantes en Chaparina”. Y añade: “Vislumbro en su defensa de la Nación una tendencia a la
totalización autoritaria de la nación territorial y del gobierno como
administrador colonizado. Astuta es la estrategia de las élites mestizas
letradas que se subieron al carro del ‘proceso de cambio’ para envolver en
discursos intelectuales lo que es un hecho por demás triste y redundante: la
reedición de los estilos políticos del viejo MNR, desde la ch’ampa guerra hasta
la división de las organizaciones sociales y el prebendalismo”
Adquirí con cierta avidez el
último número de Nueva Crónica. Esperaba encontrar un sustancioso debate
intelectual sobre el tema del mestizaje, que parece estar ocupando mente y chuyma de muchas personas de la oposición
liberal (Carlos Mesa, Diego Ayo). Esta ocupación legítima resulta de los
desaciertos del gobierno; particularmente, es una respuesta a los desvaríos de
sus intelectuales. En el otro wing, en calidad de cabeza visible del think tank gubernamental, el vicepresidente
Álvaro García Linera ha publicado recientemente un opúsculo, Identidad boliviana,
del que Nueva Crónica extrae la nota al pie 19 y la enmarca en un recuadro tras
el artículo de Mesa, como para dar a la edición la fisonomía de un debate cara
a cara. Como era de esperarse entre mestizos letrados, afanados por los asuntos
del poder, los egos se pavonean en el curso de este clinch, sin que las
lectoras atentas a los matices y retruécanos de los discursos dominantes hayamos
sacado en claro qué es lo que al final pretenden, aparte de restregarnos en las
narices quién es el más inteligente o el que más ha leído.
Dejemos de lado por el momento
las aclaraciones de Mesa, no por insuficientes sino porque confieso no haber leído
su libro en razón de un prejuicio femenil casi idiosincrático. En materia de
sirenas y mestizajes abigarrados, me bastan y sobran los dos libros
fundacionales de su mami (1). La seriedad en la pesquisa visual y osadía en la
intuición interpretativa me hacen reconocer a doña Teresa como la mayor
proponente en Bolivia de un abordaje profundo del tema del mestizaje.
Mi inquietud por lo que dice
García Linera viene en cambio de un hecho más prosaico y contingente. Me
preocupa el que su discurso tenga la capacidad de generar perdurables “efectos
de alcance estatal” (R. Zavaleta). Vislumbro en su defensa de la Nación como logotipo y como
mapa (aunque matizado de patujú) una tendencia a la totalización autoritaria de
la nación territorial y una visión del gobierno como administrador colonizado
de sus estructuras subyacentes. En un principio fui entusiasta sostenedora,
como mucha gente, de la promesa encarnada en el llamado “proceso de cambio”.
Fue una sucesión de desaciertos, que inicialmente parecían simples metidas de
pata –del gasolinazo en adelante–, lo que me llevó a advertir cuán astuta es la
estrategia de las élites mestizas letradas que se subieron al carro del
“proceso de cambio”, para envolver en discursos intelectuales de alto fuste lo
que es un hecho por demás triste y redundante: la reedición de los estilos
políticos del viejo MNR, desde la ch'ampa guerra
hasta la división de las organizaciones sociales y el prebendalismo.
En el opúsculo Identidad boliviana: Nación, mestizaje y
plurinacionalidad, salta a la vista la lógica aristotélica y el
binario cartesiano de los años de García Linera como matemático. Por sobre todo
–y esto sorprende de un marxista que se precia de dialogar con intelectuales de
la emancipación postcolonial en todo el mundo–, revela qué profunda huella le
ha dejado el núcleo duro del Estado colonial boliviano. Hay en García Linera
una concepción autoritaria e idealista de la Nación , a la que muestra como entelequia, premisa
de ser del Estado boliviano, preexistente aunque construida (no se sabe por
quién ni cómo) y que sin embargo estaría ahorita en vías de consolidarse como
una identidad primordial y de “adhesión fuerte”. El razonamiento simplificador
y simplista se recubre de una narrativa implacable que soslaya u oblitera los
hechos irresueltos y las demandas vividas de los/as protagonistas diversos del
conjunto de la modernidad boliviana en el horizonte populista post 52 y aun en
el propio “proceso de cambio”.
Si de inicio el opúsculo
vicepresidencial se ocupa de la persona (entendida como individuo/a, es decir,
resultado ya del horizonte moderno), poco a poco se desliza hacia las
identidades agregadas, hacia las identidades primordiales y excluyentes que van
creciendo territorialmente desde el barrio hasta la ciudad, desde el departamento
hacia la región y el país. Finaliza, como es lógico, por atribuirse –en
representación de los visionarios bolivianos constructores de un ser real para
la nación, el Estado Plurinacional– de la capacidad de teorizar y comprender el
proceso que el propio gobierno desata con sus acciones, y de nutrir esa
acciones –por más autoritarias que sean– de un impulso misional y de un
contenido trascendente.
No he de reclamar aquí por la
abundancia de lugares comunes ni por la ausencia completa de preguntas, de inquietudes,
de dudas, que caracterizan al estilo apodíctico y lapidario de García Linera,
sustentado en lo que podríamos llamar la falacia territorial. Pero debo señalar
que, a partir de cierto punto, nos desliza desde las identidades colectivas
emergentes en la lucha hacia los anclajes territorializados de las
confrontaciones políticas, para llegar a aquella entelequia incuestionable y
con mayúsculas, la Nación
boliviana, una entidad estatal que nos uniría a todos (nos nombra en masculino,
p. 47) y en la que no podrán más que subsumirse e incorporarse las naciones en
minúscula, esas entidades territoriales de base ancestral y cultural que él
asocia con lo indígena. La conclusión de este “argumento por falacia
territorial” no es sino dar por sentada sin debate previo la arbitrariedad
cultural que constituye la
Nación. Y así García Linera convierte lo contingente en
necesario, y transforma, al mismo tiempo, la Nación boliviana en una doxa (P. Bourdieu), para
proclamar desde allí que todo el/la que se atreva discutir sobre el mestizaje
es impostor/a o irrelevante (64).
Al descartar de plano la
importancia de este debate, todo atisbo de cuestionamiento a la identidad
primordial realizada por el gobierno que él encarna queda desautorizado de
antemano. El juego de poder que el Estado representa ante las “naciones”
indígenas sólo admite un ganador, y hace descender en cascada abrumadora la
totalización territorial y el esencialismo cultural. Bajo la rúbrica de un
sentido común trascendente, plasmado en sucesivos mapas territoriales estancos,
su discurso nos permite entrever que lo que se nos viene podría ser una suerte
de ch'ampa guerra universal de todxs contra
todxs. En esta perspectiva, las diversas alianzas internas y externas con los
factores de poder podrían acabar diezmando el resto de dignidad y autonomía en
las 36 “naciones” reconocidas por nuestra carta magna.
Con su opúsculo, García Linera
parece echar por tierra un siglo y más de esfuerzos por repensar el espacio y
la realidad social boliviana en términos de diferencias civilizatorias ancladas
crucialmente en los diversos modos de apropiación y transformación del paisaje.
Tampoco estima en mucho los esfuerzos de innumerables personas a lo largo y
ancho del planeta que intentan crear un espacio taypi, de diálogo, entre los
portadores heredados de esos modos de hacer y de crear la vida y aquellas otras
colectividades movilizadas, abigarradas y “de a pie” que constituyen lo más
vital de la contestación democrática y política contra el neoliberalismo.
Muchos/as somos quienes nos hemos sumado a esa utopía planetaria de
interculturalidad postnacionalista, que Boaventura de Sousa Santos llamó
“ecología de saberes”. Y esto no excluye a mestizxs ilustradxs que a través de
sus actos e ideas problematizan día a día las construcciones heredadas y
autoritariamente impuestas, denominadas Estado y Nación. Baste recordar la
experiencia de las mujeres en el marco de las guerras y derrotas bolivianas
para entrever cómo es que se nos terminó imponiendo un mapa (2), camisa de fuerza
para esos circuitos de mercado y de cultura transfronterizos y para las
prácticas insurgentes y emancipatorias de una multiplicidad de comunidades
urbanas y rurales, indígenas y cholas, que articulan el día a día de la
subsistencia y hasta le procuran el almuerzo a nuestro Vicepresidente.
Para él, sin embargo, estas
realidades no cuentan. Así, nos larga la enormidad de que la lengua compartida
(habría que usar el plural) y el territorio “alcanzado” (pp. 19-20) son el
producto de la nación (!!!) y no su premisa. Por más Goffman y Bourdieu que nos
esgrima, el discurso del Vice es un sopapo en la cara de toda la tradición
marxista y postestructuralista y hasta de lo más jacobino en la tradición
liberal. De qué nomás entonces será “producto” esa entidad abstracta –la Nación Estatal – que
todo lo construye, lo ordena, lo racionaliza y que se convierte, como por arte
de magia, en voluntad autoperpetuada de poder. ¿Cómo se habrá ideado y plasmado
esta entidad, de la mano de qué intereses, a lo largo del tiempo? Estos
cuestionamientos se aplican desde los horizontes prehispánicos hasta el Estado
colonial, ya sea en sus versiones republicana, nacionalista o plurinacional.
Que hace falta no sólo una respuesta, sino hasta un atisbo de pregunta en torno
a estas cuestiones vitales, es muestra clara de que García Linera nos quiere
hacer pasar gato por liebre. Para él, la Nación Estatal (en
mayúscula) y a la vez plurinacional (en minúscula) no es sino otro nombre, más
acorde con los tiempos, de la
Razón hegeliana, esa vieja Razón de Estado cuyo efecto
pragmático, en la Bolivia
de hoy, será el de interpelar precisamente a los sectores más proclives a
asumir fervientemente su discurso: las Fuerzas Armadas. Porque soy una birchola
desconfiada y propensa a las teorías conspirativas, a mí me t'inka que el ethos que gobierna su escrito es nomás una
justificación retórica, pobremente argumentada, de la actuación del Estado
colonial y de sus colonizados gobernantes en Chaparina (25 septiembre 2011),
cuando la Nación
estatal encarnada en la
Fuerza Aérea (el fantasma de Barrientos) quiso imponer su
vocación hegemónica –de la mano de intereses brasileros– por sobre la nación
cultural y ancestral de los habitantes del TIPNIS.
La invisibilidad de este
discurso subyacente –una dominación que borra sus propias huellas para
travestirse de “cambio” mientras hace perdurar lo arcaico– demuestra que
nuestro Vice ha sido el mejor alumno del peor Bourdieu. En efecto, Álvaro ha
encarnado como habitus in-corporado
aquello que fue pregunta y angustia existencial en Sergio Almaraz, René
Zavaleta, Jaime Mendoza y en el propio Bourdieu. Ellos sintieron la ausencia de
un Padre proveedor –eso es el Estado para nuestro Vice– pero también decidieron
recorrer los caminos de la
Madre. Treparon por los cerros y descendieron a los valles,
caminaron por territorios devastados por la guerra, aprendieron sobre plantas y
sobre kharisiris, entraron en los socavones a saludar al tío y pulsaron con
combos y alcoholes la energía de la pacha. Aquellos intelectuales críticos pero
integrales al “proceso de cambio del MNR” (3) resultaron al fin más ukhu runas
(hoy diríamos ch'ixis) que nuestro colonizado Vice. Estuvieron mejor
sintonizados con las angustias y deseos de las colectividades trabajadoras y
con las energías telúricas que inspiraron a las mentes clarividentes de todos
los tiempos. Esas energías que, desde la guerra del Chaco, nutrieron los
valientes cuerpos masculinos y femeninos para detener la avanzada paraguaya,
para enfrentar a la Gulf ,
a la Standard
o a la Bechtel.
Nuestro Vice, en cambio, se contenta con negociar contratos y
guardar las divisas o gastarlas en movidas prebendales, con recibir migajas y
tolerar engaños de Petrobras, San Cristóbal y cuántas más. Estas compañías no
sólo dañan la tierra sino la dignidad del mundo, no nos hieren como bolivianas
o como paceñas o benianas, como transportistas o biólogas, sino como humanos y
humanas que debemos convivir día a día con las señales del malestar planetario,
con las inundaciones, las sequías, la desaparición de los ríos y glaciares, con
la contaminación minera y petrolera, y con los abusos de nuestros gobernantes.
Como mestiza ch'ixi plenamente identificada conmigo misma
y con mis ancestros diversos (aymaras y judíos, entre otros), le hago notar a
nuestro esforzado intelectual que en su exhaustivo inventario de identidades
binarias excluye una, la fundamental: nuestra identidad y nuestras
responsabilidades como gente –jaqi, runa, humans–:
especie que convive con la infinita diversidad de habitantes de la tierra. Por
ello, tampoco comulgo con los oponentes de García Linera en el mencionado
debate. Al frente de la (im)postura de García Linera está el ámbito de quienes
se atrincheran en la noción de lo mestizo como identidad ciudadana
universalista, en oposición al supuesto “particularismo” de las identidades
indígenas, sexuales o de género. En este tema no me es posible entrar ahora, si
no es para decir que ellos tampoco reconocen la condición colonizada del Estado
boliviano, la camisa de fuerza de la
Nación , o su propio papel como correa de transmisión de la
dominación externa. Son nacionalistas sin nación vivida, trajinada o trabajada,
sin paisaje de referencia. La propuesta de descolonizar el mestizaje supone un
esfuerzo de aproximación al mundo indio desde la planetariedad de un dilema:
hoy sabemos que nuestra supervivencia como especie podría resultar inviable a
mediano plazo. En esto reside la indianización del mestizaje, que es a la vez
una demanda por descolonizar el gobierno de Evo Morales y de su astuto
acompañante. Retomar las huellas intelectuales de Jaime Mendoza, Matilde
Garvía, René Zavaleta, Sergio Almaraz, Yolanda Bedregal y tantxs otrxs mestizas
que supieron reconocer en su subjetividad el llamado a cuidar la tierra, a
hablar lenguas alegres y a habitar un espacio, un paisaje, un país, capaz de
nutrir la pluralidad en lugar de subordinarla y humillarla.
1. Teresa Gisbert de Mesa:
Iconografía y mitos indígenas en el arte y El paraíso de los pájaros parlantes.
2. Ese es el mapa que
García Linera acaba por defender fervientemente, con todo y sus divisiones
territoriales ilógicas y conflictivas, heredadas del período de la Nación-hacienda ,
que él mismo se ocupa de describir.
3. Subtítulo de uno de los
acápites del texto La
Nación Ch'ixi. Una mirada desde la Isla del Sol de Mario
Murillo, Ruth Bautista y Violeta Montellano, en preparación.