La teoría de los diez años y los tres pasos del cangrejo

por Luchino Sívori


Comentándolo con unos amigos kirchneristas “críticos” , llegamos la semana pasada a una conclusión que pondría broche a esta etapa para algunos singular y para otros milagrosa –el broche, valga decir, se produciría luego de que el gobierno decidiera ceder frente a la escalada cada vez mayor del poder concentrado la liberalización del cepo cambiario-; se llamaría la “teoría de los 10 años y los tres pasos del cangrejo”, y su explicación es, como diría Perón de su propia doctrina justicialista hace más de cincuenta años, simple, práctica y, por qué no, popular. En una oración: cada x cantidad de tiempo, alrededor de diez para ajustarnos a la evidencia histórica, Argentina llega a su límite de flexibilidad.

El lector ávido y perspicaz intentará desentrañar a qué me refiero con flexibilidad; supondrá, viniendo de donde viene la nota, que el autor no está hablando de “des-regulación laboral”, ni mucho menos. Con flexibilidad mis amigos y yo nos referíamos a elasticidad, aflojamiento, relajación de las estructuras solidificadas de la Historia nacional, y, por ende, de más o menos todos sus derivados culturales y sociales que las sustentan implícita y explícitamente.

Esta relajación o flexibilidad no se da por que sí, ya lo sabemos. Son producto de pujas y luchas de poder entre lo que algunos denominan discursos contra-hegemónicos o alternativos, según la teoría adoptada, y el meta-relato de turno. Se dan –si se tiene suerte- en casi todos los escenarios de la vida social, y afectan no sólo las decisiones que toma el Congreso a través de la aprobación de sus leyes, sino también los tipos de relaciones afectivas que se darán entre las personas, la forma de ver al sexo opuesto, los periódicos que se eligen para informarse, la tienda a la que uno va a comprar la ropa para abrigarse...

En la Argentina, curiosamente, estas pujas tuvieron una particularidad cíclica (tomando las palabras de Alfonsín) muy especial: cada vez que se sucedían unos espacios de tiempo medianamente largos –a consideración de nuestros ojos postmodernos- estas pujas canalizaron su articulación y proyección en un mismo movimiento. Con esto no estoy diciendo que cada x cantidad de décadas los discursos alternativos y sus protagonistas se reúnen cual asociación pacífica, ni mucho menos, pero sí, y aquí lo original del caso argentino, son “tomadas en consideración”, incorporadas, asimiladas, apropiadas por personajes –partidos, movimientos, líderes políticos- centrales del poder, que ocupan lugares destacados y que poseen la capacidad y los recursos de alterar los casi siempre estancados nervios del sistema.  

Llámesele a esta particularidad oportunismo o, como se suele denominar despectivamente entre algunos círculos sociales, populismo demagógico, la cuestión es que la contra-hegemonía cuela así, por algunas de las rendijas del poder central, algunos, que no todos, de sus enunciados emancipadores, re-acomodando a posteriori y por defecto muchos de los elementos que estaban sobre el campo de juego oficial, y también, como todo juego de poder, aquéllos considerados no oficiales.

En la Historia nacional, decíamos, se pudo ver este proceso en reiteradas (y contadas) ocasiones, con algunos ejemplos más potentes que otros, obviamente. Sin embargo, en todos ellos se llegó siempre a una especie de límite donde el escenario de estas articulaciones momentáneamente (y milagrosamente?) unificadas se dividía en dos partes bien diferenciadas -antes de que todo explotara y se volviesen a tirar los dados (endeudamiento- convertibilidad- devaluación)-: en una punta, aquéllos que procuraban desde su posicionamiento “doblar más el palito”, o dicho de otra manera más académica, colar más cantidad de enunciados propios y así acelerar lo supuestamente alternativo a la norma (no estamos aquí contando con aquéllos miembros que “utilizan”, camuflándose, el poderío de este gran jugador central o movimiento o ambas cosas para sus ideales usualmente poco atrayentes a las masas populares argentinas, sino estrictamente a los “del palo”); y, por el otro, aquéllos que intentaban apretar el freno y volver a poner primera o segunda para ir más despacito, al punto de no ir casi o, al menos, parecerlo.

Como ya es sabido, el contexto por fuera de estos grupos hasta ese momento temporalmente unificados siempre terminó re-acomodándose y declinándose tarde o temprano por el segundo, produciéndose en la mayoría de los casos una especie de bajón anímico teñido de desesperanza en el primero. Se trataría de la contracción (externa) post-división (interna).

La teoría casera de los diez años que tuve con mis amigos kirchneristas “críticos” no reside en reconocer esta circunstancia supuestamente “cíclica” del caso argentino, sino en ver cómo esta particularidad de re-acomodamiento eminentemente conservador y reaccionario de la realidad circundante para con la disputa interna del gran jugador o movimiento o ambas cosas es, justamente, de lo que está hecho nuestro progresismo nacional. Como diría la canción de Divididos, “somos ñapi de mamá”, avanzamos a los golpes, pero con un detalle muy importante que cabe mencionar para entender la complejidad del asunto: esa ñapi no es de cualquier madre, tiene un dueño, y no golpea siempre, sólo de vez en cuando.

Así, una vez analizada la Historia nacional reciente y sus recorridos, mis amigos y yo nos dimos cuenta que eran esas disputas internas las que encerraban los alcances del progresismo nacional, como si todo dependiera, cual agujero negro espacial, del resultado de esas pujas. Parafraseando la metáfora de los tres pasos para adelante y dos para atrás del cangrejo, terminamos cayendo en la cuenta de que no serían los dos pasos atrás, como se suele suponer, los que determinan el avance y marcan nuestros límites político-sociales excepcionales a la regla; sino, justamente, el paso ganado de la ecuación resultante. En nuestro país, curiosamente, el palito progresista suele romperse allí mismo, cada diez años, poco más poco menos.