Dispositivo y cartografía política

por Partes Naturales



Introducción

No somos fuera de los dispositivos. En los dispositivos vemos, hablamos, queremos. Y sin embargo, estamos siendo ya otra cosa. Los signos –lo que se ve, lo que se dice- nos advierten. Historia y diagnóstico. Hace siglos que sabemos que somos bichos con conciencia y pretensiones de libertad. Pero la libertad supone actuar no directamente sobre nosotros (hacer lo que se quiere) sino sobre el dispositivo (hacer sobre aquello que nos hace querer lo que queremos). No es cuestión entonces de hacernos fuertes en las evidencias del presente, sino de hacernos perceptivos en relación a lo que viene y nos involucra. Investigar, aprender, escuchar. A continuación, un conjunto de fragmentos que surgen del trabajo de los diversos grupos durante los últimos meses.
Walsh, la investigación política y los signos
Los signos nos acosan. Atendemos a la advertencia de Meschonnic: no los tomamos como cosas separadas o discontinuas. Los integramos a un flujo cambiante de la experiencia y del mundo. Un poco lo que le pasó a Rodolfo Walsh, mientras jugaba ajedrez en algún lugar de la Ciudad de La Plata. Escucha gritos, signos de violencia. Más tarde, “una noche asfixiante de verano, frente a un vaso de cerveza, un hombre me dice: –Hay un fusilado que vive”. Otro signo. Ya no podrá sacarse de encima ese episodio enigmático. Ese encuentro cambia su vida para siempre. No hay allí un hecho de voluntad, sino de azar envolvente. Un puñado de signos, un misterio. Es una nada inicial de sentido, y una promesa de entender lo que no se entiende aún, lo que impulsa la investigación política. No sabemos qué es lo que nos quiere decir la situación que apenas si se nos presenta. En lugar de endosarle un sentido previo, ya disponible, nos dejamos –como hace Walsh en Operación Masacre- adentrar en su movimiento. Un adentrarse activo, claro está. Investigativo. Investigar supone interpretar, pero interpretar es menos, aquí, dar un sentido a los hechos (que aún se ignoran) y más un seguir el llamado que el signo nos dirige. Trazar su mapa. Cartografiar.
Lo mismo sucede cuando entramos en contacto con el mar: “aprender concierne esencialmente a los signos. Los signos son el objeto de un aprendizaje temporal y no de un saber abstracto. Aprender es considerar una materia, un objeto, un ser, como si emitieran signos por descifrar, por interpretar” dice Gilles Deleuze en Proust y los signos. Aprender a nadar supone captar los signos, los puntos singulares de la ola con los cuales habremos de coordinar los de nuestro cuerpo. Los signos remiten al encuentro y a lo involuntario: a aquello que siendo azaroso (gritos en la calle, la ola que llega) se nos impone –si lo hace- en sus relaciones necesarias. Respecto de esas relaciones (fusilamientos ilegales, la marea) se da el aprendizaje, la investigación.
Los signos relevantes provienen de una zona oscura, en donde se elaboran las fuerzas que nos componen. Los cuerpos se tejen de formas más complejas de las que percibimos; investigar es indagar ese tejido.
Cartografiar: operación de escucha
Otro tanto ocurre con la investigación sobre mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Allí la antropóloga  Rita Segato intenta atravesar los clichés, los sentidos ya naturalizados en torno al feminicidio en México. Parte de la idea de que la violación no es el producto de un desvío individual sino un hecho colectivo. Una vez en Ciudad Juárez, desconfía de lo que puede decirse desde todos lados y sin ningún riesgo. Investigar supone, como condición, atender la huella, y suspender las explicaciones elaboradas previamente.
En el texto de Rita Segato investigar es producir hipótesis de sentido para cosas que se nos presentan como inexplicables. La autora dice: los feminicidios no responden a comportamientos anormales/anómicos, pertenecen al funcionamiento de una sociedad, pueden volverse inteligibles a condición de adentrarse en la gran máquina comunicativa que expresan. El punto central de su investigación es: ¿Cuál es la estructura narrativa inherente a este modo de matar?
Frente a los crímenes sucedidos en Ciudad Juárez, Segato no indaga en la vida de las mujeres asesinadas ni se interesa por los detalles de cada caso, sólo se pregunta: ¿cuál es el significado de lo femenino en esta sociedad?
Segato se propone rastrear el origen, tanto de los actos de violencia contra las mujeres como de los discursos con que la sociedad los explica. Se pregunta por la estructura simbólica que organiza lo social, por el lugar que los cuerpos de los hombres y de las mujeres ocupan en ella.
Segato observa que en esa estructura simbólica hay una asociación de la mujer al territorio y del hombre a la soberanía. La mujer es aquello a controlar. Los asesinatos pueden entenderse como parte de una acción de control. Por esto el violador no es un sujeto individual y no se pueden confundir los feminicidios en Ciudad Juárez con otras formas de violencias de género (por ejemplo, la violencia domestica). El violador es un sujeto colectivo masculino que en cada feminicidio reafirma el control sobre el territorio/cuerpo de la mujer, renovando, con un pacto de sangre en la sangre de las víctimas, la adhesión a la cofradía mafiosa (“el agresor que se apropia del cuerpo femenino en un espacio abierto, público, lo hace porque debe para mostrar que puede”, y “con el importante agregado de que la asociación mafiosa parece actuar en red y articulación tentacular con sujetos insertados en la administración oficial a varios niveles, revelándose por lo tanto como un Segundo Estado que controla y da forma a la vida social por debajo del manto de la ley”.
El pacto de sangre es también un pacto de silencio. Por eso hay que pensar los feminicidios no como consecuencia de la impunidad, sino como productores y reproductores de impunidad: sellar, con la complicidad colectivamente compartida en las ejecuciones horrendas, un pacto de silencio capaz de garantizar la lealtad inviolable a cofradías mafiosas que operan a través de la frontera más patrullada del mundo.
Todo esto resulta fácil de advertir: “en la capacidad de secuestrar, torturar y matar reiterada e impunemente, el sujeto autor de estos crímenes ostenta, más allá de cualquier duda, la cohesión, vitalidad y control territorial de la red corporativa que comanda”.
En los asesinatos de Ciudad Juarez Segato identifica un tipo de violencia no instrumental, una violencia expresiva, cuyo objetivo es anunciar que está operando una nueva forma de poder, que regula las relaciones entre las personas, los espacios: exhibir la capacidad de dominio que debe ser reeditada con cierta regularidad y al mismo tiempo exhibir la impunidad.  Expresar que se tiene en las manos la voluntad del otro es el telos o finalidad de la violencia expresiva. Dominio, soberanía y control son su universo de significación.
Segato trabaja con la noción de “soberanía” de Carl Schmitt, donde el poder es poder sobre el territorio y se establece mediante la excepción. El estado de excepción es el momento en que se actúa por fuera de la ley en nombre de una normalidad alterada que es necesario reestablecer.
La instauración de un “segundo estado” y de una violencia expresiva, se puede pensar como la instauración de un lenguaje.
Jon Beasley Murray sostenía que no alcanza con ver cómo se compone una situación a nivel discursivo sin atender al plano afectivo, al plano de los cuerpos. Cuando Segato habla de estructura simbólica hace referencia a una instancia donde el sentido/orden significante no excluye a los cuerpos. Son dos nociones distintas de lo simbólico, pero dos planteos que pueden ser convergentes.
En una reciente visita a la Cazona de flores, la mexicana Raquel Gutiérrez Aguilar reflexionaba sobre el peso mortífero del narcotráfico en su país. La violencia narco produce inteligibilidad; debilita la capacidad colectiva de comprensión; satura la imaginación social con clichés y los prejuicios adecuados a las exigencias de la esfera de la comunicación. Para neutralizar esta confusión, decía Raquel, hace falta ejercitar –tema político si los hay- nuestras facultades (sensibles e intelectuales) al extremo.
Segato piensa en el mismo sentido.  “Los feminicidios son mensajes emanados de un sujeto autor que sólo puede ser identificado, localizado, perfilado, mediante una “escucha” rigurosa de estos crímenes como actos comunicativos. Es en su discurso que encontramos al sujeto que habla, es en su discurso que la realidad de este sujeto se inscribe como identidad y subjetividad y, por lo tanto, se vuelve rastreable y reconocible. Así mismo, en su enunciado, podemos encontrar el rastro de su interlocutor, su impronta, como un negativo”.
El texto de Segato tiene una  estructura propia del género trágico: concluye diciendo que no hay nada que pueda hacer la justicia en relación a los crímenes, que lo único que se puede hacer es negociar su declinación y cese. Raquel Gutiérrez sostiene algo parecido en torno al poder del narco en los territorios: a esta situación no la cambia la justicia, la salida es por desactivación.
¿Qué diferencia a la “desactivación” de la “justicia”? Quizás la justicia se sitúe preferentemente en el primer nivel del estado, mientras que la desactivación es algo que ocurriría en el nivel genético en que los lenguajes de la violencia encarnan como modo de expresión de las fuerzas en el territorio.
En resumen, “mi apuesta es que el autor de este crimen es un sujeto que valoriza la ganancia y el control territorial por encima de todo, incluso por encima de su propia felicidad personal. Un sujeto con su entorno de vasallos que deja así absolutamente claro que Ciudad Juárez tiene dueños, y que esos dueños matan mujeres para mostrar que lo son”.
Qué es un dispositivo
El dispositivo define un espacio (objetos, sujetos, enunciados –estratificación de prácticas–) cuya realidad efectiva, por tener como elementos constituyentes fuerzas o relaciones de fuerzas, nunca está fijada de una vez y para siempre, pero tampoco se transforma de un día para el otro. El dispositivo no es estructura, aunque tenga algún vínculo con ella. Lo que estamos tentados a llamar “realidad”, siempre es un dispositivo. Foucault piensa ese concepto en cuatro aspectos: el de la visibilidad, el de la decibilidad, que constituyen las formas del saber; el momento del poder que articula lo que se ve y lo que se dice para producir normalidad; y el proceso de la subjetivación, es decir, la capacidad de las fuerzas de auto-afectarse, de salirse del dispositivo como única producción de sujetos, de curvarse o plegarse sobre sí antes de entrar en relación con otras, para dar lugar otro tipo de prácticas (si el obrero del siglo XIX tenía una disciplina que emanaba de la fábrica, ¿qué es lo que emana del auto-emprendedor latinoamericano del 2015, si ya no es la disciplina fabril? ¿Cómo se produce subjetividad, cómo son las relaciones entre los cuerpos?).
Dispositivo y cartografía
 ¿Cómo cartografiar? Foucault dice que cualquier dispositivo puede dividirse entre lo que estamos dejando de ser, y entre lo que estamos empezando a ser. Esta distinción implica una cuestión de método: el trabajo de archivo, y el trabajo de diagnóstico. (Lo que estamos dejando de ser, lo que estamos empezando a ser, poco tiene que ver con la idea de evolución. ¿Por qué? Por una parte, los dispositivos son conjuntos de líneas entrecruzadas, las cuales no son consecuencia de una lógica común; por la otra, los momentos de encuentro y de desencuentro producen un efecto que, por no tener una coordinación, es de algún modo imprevisible para una forma de historia que pretenda trazar un recorrido armónico, lógico, predeterminado, lineal de las sociedades).
En otros términos, ¿cómo funcionan los dispositivos que configuran y gestionan situaciones o modos de ser, más allá de las voluntades individuales?, ¿cuándo un hecho singular tiene la significación de ser introducido como dato para pensar las líneas que modifican un dispositivo? Si un dispositivo existe es porque no sólo es dominación dura. La resistencia, la subjetivación, la capacidad de las fuerzas de alimentarse a sí mismas para alterar ciertas prácticas son también una característica indispensable. Si los dispositivos son líneas de variación, lo que importa es ver la regularidad no evidente de esas variaciones, pero, asimismo, las líneas que lo atraviesan, que lo arrastran de su regularidad y preanuncian una mutación. Hay que pensar la política con los ojos de un futuro incierto (Nietzsche).
De modo artificial, el poder liga un conjunto de enunciados con un régimen de luz: eso sucede siempre en un dispositivo. El hecho de que se adjunte lo que se ve (por ejemplo una bandera), y lo que se dice (un himno), forman la base de un dispositivo (por ejemplo: la nación). No hay ninguna identidad natural entre esas palabras y esas imágenes, salvo un cierto poder que muestra la relación. (El poder es fuerza. Fuerzas. Las fuerzas producen formas).
Todo ocurre en relación al/los dispositivos. Con Foucault podemos decir: no hay transformación por fuera de un determinado dispositivo. Cuando uno se enoja con la realidad y se sale del dispositivo de manera imaginaria, fuga a lo abstracto. Allí no hay potencia de operación posible. La operación es siempre en el dispositivo.
El dispositivo es inseparable de una noción de la política como pliegue de las multiplicidades. No hay multiplicidad sin dispositivo.
Los cuerpos como punto de partida
Spinoza dice: “todo lo que hay son relaciones entre cuerpos”. Esa es la génesis de todo lo que hay. No hay que buscar en Dios de las religiones o en el Estado Soberano. Lo que explica todo lo demás son los cuerpos y sus interacciones. Si se empieza por otro lado, el pensamiento empieza por una ilusión y ya no va a retomar la génesis. En ese campo, un cuerpo tiene dos grandes posiciones: o está sometido a los efectos que otros cuerpos causan sobre él, o se convierte en una variable activa. Un cuerpo débil, sometido, es un cuerpo entristecido, impotente. De ahí surge “el ciervo”.
Foucault parte del mismo lugar (aunque la referencia a Spinoza no sea explícita): para él solo hay cuerpos que están todo el tiempo incitándose. Lo que después se llama “poder” no es otra cosa que el juego de las potencias entre los cuerpos. El autoafectarse en Spinoza es la capacidad del cuerpo de activar, de ser uno causa de lo que a uno le pasa. Lo que dice Foucault acá se parece a Spinoza, pero también al emprendedor neoliberal: un sujeto que, también, tiene que afectarse a sí mismo y arreglarselas en el medio del quilombo.
La capacidad que tiene una fuerza de afectarse a sí misma es lo que Foucault llama una línea de subjetivación; esquivar algunos puntos del dispositivo, afectarse a sí mismo para poder afectar: gobernarse a sí mismo para poder gobernar. Cuidarse a sí mismo, esa auto-afección de la fuerza, es el devenir activo.
“Nuestros” problemas
 Nuestra pregunta entones es: dentro de un sistema que ha conquistado nuestro deseo, ¿cuáles son nuestros puntos de resistencia? Pero aquí es importante subrayar el “nuestros”, porque el neoliberalismoestá lleno de supuestos puntos de resistencia pero respecto del sistema de obediencia previo. Hoy, hacer una resistencia anti-disciplinaria no supone necesariamente una conquista.
Foucault pensaba al neoliberalismo como el devenir empresario, emprendedor, de todos nosotros. Un punto sería entonces, poder identificar los momentos en que nos convertimos en “marca” de nosotros mismos: ¿cómo nos auto-gestionamos para el mercado?
Se trata de un buen principio para intentar comprender, elaborar, porque en este dispositivo todo pasa por esa “operación”: vivimos auto-gestionando cada vez más partes de nuestra vida. Eso puede ser pensado, al mismo tiempo, como un acto de poder sobre nosotros, y como un acto de libertad. Es esta ambigüedad (este “al mismo tiempo”, de auto-explotación y de libertad) lo que caracteriza nuestra problemática condición, que es preciso descifrar: qué es poder; qué es resistencia (e incluso entender la dinámica de cuándo algo empieza a ser uno y deja de ser otro).
Porque el discurso más encarnado del neoliberalismo es cada uno poniéndose su propia ley (“yo trabajo de lo que me gusta”, “con mi tiempo hago lo que quiero”, etc.). Pero con esa “libertad” no devenimos necesariamente activos; es el planteo de la filosofía (Foucault y Deleuze): se trata de identificar -en nosotros mismos- el funcionamiento del dispositivo y preguntarnos si queremos/necesitamos otra cosa, pero con la seriedad de pensar “otra cosa”. Y “otra cosa” es otra relación con las fuerzas que operan en el diagrama, que se efectúan en los estratos.
Ese querer otra cosa es una relación diferente con las fuerzas, un deseo (es decir: algo involuntario) que nos empuja a crear nuevas posibilidades de vida. O, lo que es lo mismo: nos coloca ante la violencia de un pensamiento, ante un movimiento; ante una sensación de desplazamiento respecto de un estado de cosas intolerable.
Esto es lo que se juega en también en la Etica de Spinoza, en la cual el deseo, como esencia del hombre, se distingue del imaginario de la libertad individual, y se dirige al conocimiento sus propias determinaciones, e identificando la libertad como una actividad de creación de agenciamientos.