El Papa militante

por Facundo Salomón


Muchas controversias ha generado en la Argentina en los últimos años la palabra “militante”. La resignificación de la participación política activa en el territorio –no solo en las redes sociales- y la aproximación de muchos ciudadanos a espacios de construcción, tanto oficialistas como opositores, ha molestado mucho a aquellos que anhelan un papel secundario, rezagado, para la política. Entre estos sectores se encuentran desde ya el poder económico concentrado e incluso algunos políticos (y otros que se hacen llamar políticos aunque no pasan de meros gerentes de entidades públicas) que ejercitan la nostalgia noventista a diario.

Algunos entienden la militancia como acción territorial partidista combinada con concientización y acción social. Otros limitan su servicio a las redes sociales y a la participación en actos de protesta organizados “sin banderías políticas”, lo cual representa un desafío lógico insondable, nihilismo reeditado. El ingreso de la política a las escuelas secundarias y los debates internos del periodismo forman parte de este cuadro. No en vano antes del centenario de la patria el régimen conservador le regalo al país la ley de residencia (1902) que decretaba la expulsión de los inmigrantes revoltosos. Es innegable que el pueblo argentino tiene, en su corta historia, una tradición de participación política muy arraigada.


El nuevo Papa Francisco no es ajeno a esta tradición. Él se ha mantenido, en el tiempo que lideró la Iglesia de Buenos Aires, cerca de los llamados “curas villeros” y de la estructura de contención social que tiene la Iglesia Católica en Buenos Aires. Ha colaborado con entidades civiles que combaten al trabajo esclavo y la trata de personas poniendo a disposición las “casas seguras” de la Iglesia en todo el país. Sin embargo, el lamentable papel de la jerarquía eclesiástica durante la dictadura militar 76-83, la acción de ciertos grupos refractarios a las religiones en general y la pérdida de fieles a manos, fundamentalmente, de las iglesias evangélicas ha ido limando la base de sustento de la Iglesia.

Es sabido que existen fuertes internas y luchas de poder en la Iglesia. Tal vez estas sean las causas que hacen que la conducta de su jerarquía se aleje del mensaje cristiano. En las primeras palabras que ha pronunciado como Papa, Francisco (además de dar gestos para la tribuna como pedir que el anillo del pescador sea de cobre o bronce y no de oro o pagar la tarifa del hotel donde se hospedó) da cuenta de la imperiosa necesidad de revitalización que la institución tiene, advirtiendo que si los pastores no caminan, la Iglesia corre el riesgo de transformarse en una ONG piadosa. También aconsejó no ceder ante el pesimismo. Esto no es otra cosa que un programa de acción, de tomar la posta dicho en buen criollo. Hay que dejar los espacios de comodidad, hay que interactuar, hay que construir. Hay que militar.
Francisco, por su perfil conocido por los argentinos, será un Papa político, impulsor y difusor de la doctrina social de la Iglesia. Es políticamente pueril creer que no se inmiscuirá en los asuntos internos de su pago chico. Lo ha hecho –sin demasiado éxito- sin ocupar el trono de Pedro. Suponer que por ocupar tan alta dignidad se desentenderá de la Argentina es un grave error a mi criterio. Juan Pablo II hizo lo propio en Polonia, no así Benedicto XVI, cuyo papado pueda tal vez sindicarse como “de transición” en un mundo que todavía no ha reordenado sus fuerzas desde el vacío de poder que dejó la caída del campo socialista en 1991.

La oposición en la Argentina se encontraba en un largo letargo, a la espera de un milagro político que le diera nuevas energías y perspectivas a sus alicaídos dirigentes, tal vez una nueva gesta como intentó ser el lockout patronal de 2008. El oficialismo por su parte experimentaba su propia incertidumbre, ante la falta de candidatos confiables para que peleen por el sillón de Rivadavia en el 2015, lugar que no podrá ocupar la Presidenta a menos que lleve adelante la reforma constitucional.

Hace algunos años leí una obra del brillante novelista y deficiente analista político Mario Vargas Llosa, “La Fiesta del Chivo”. Una novela más, sin muchas luces, pero con una frase, desconozco si fruto de la imaginación del peruano o parte de la realidad, que Perón le dice durante su estadía en República Dominicana a Trujillo, dictador de dicho país: “a mi no me tiraron las botas, sino las sotanas”. La irrupción de Francisco desde el escenario internacional, potenciando a sus adalides locales tanto dentro de la curia como fuera de ella, será el nuevo desafío al que deberá enfrentarse Cristina.