El hombre que se tropieza
Si
las películas dicen algo, no dicen la verdad. Y a Dios gracias que así sea.
Tenemos el escenario: un cazatalentos de baseball cuya característica principal
es tropezarse, lo cual se nos explica: muy viejo, Gus Lobel está perdiendo la
vista. Pero mejor entender qué es lo que pierde, o si es que pierde algo.
Gus
Lobel viaja a Carolina del Norte, la última oportunidad para encontrar un nuevo
talento para Atlanta Braves. Pero siendo que las nuevas técnicas de medición y
probabilidades, la combinatoria de datos duros, se imponen ante las
situaciones, poco importa lo que se perciba allá afuera: es una computadora la
que marca la realidad y la vuelve previsible. Entonces, se sabe qué ver y qué
esperar, qué no ver y qué no esperar. Así también el contrato del protagonista
tiene fecha de defunción. Tres meses y contando.
Entre
tanto, lo que se nos dice al comienzo, de lo que en realidad hay que sospechar,
se intensifica. Mickey, hija del protagonista, menos preocupada por la salud de
su padre que en saldar cuentas con él, lo acompaña. Es necesario hacer un
balance y que no arroje números en rojo para seguir avanzando, si es que tal
cosa pueda lograrse recapitulando. Una sugerencia: sospechemos también de esto.
Si Mickey quiere saldar cuentas, su padre, creo, es un motivo secundario. En
ese momento, puede convertirse en socia de una prestigiosa firma de abogados.
Treinta y tres años, un departamento, una carrera brillante, un noviazgo o algo
parecido, el éxito inminente, etc. Todo en su lugar. También hermosa. Y de
nuevo, a Dios gracias.
Entonces,
hay una promesa: un joven que batea y batea y batea. Pero son las pocas
palabras que dice las que lo trazan: si batea es por dinero, por prestigio
social, por mujeres. No es un juicio de valor, es un hecho. Daría lo mismo para
él ser empleado de Wall Street o gerente de una multinacional. También todo muy
ordenado ahí: un norte brillando claro en lo alto de su frente, o mejor, en el
interior de su cabeza. Serás lo que debas
ser, o no serás nada.
Un
nuevo personaje entra en escena: Jhonnie Flannegan, un joven cazatalentos de
los Red Sox. Como puede preverse, no porque sea un lugar común, sino porque
sería imposible mirar para otro lado, Mickey lo deslumbra. Entonces, el
baseball, el juego del baseball, se convierte para ellos en una conversación.
Podría decirse: el hombre que se sigue tropezando, empieza a contagiar ese andar a tropezones.
En
este punto, lo que creo importante: nadie en la película sabe lo que busca; sí
lo que quieren encontrar, pero no lo que efectivamente buscan, con excepción
del Gus Lobel, sí, pero haciendo una salvedad: sabe lo que encuentra, aunque
eso no corrobore lo que busca. De hecho, es el encargado de legitimar lo que se
presume: el que batea y batea y batea es una promesa. Así que, por favor, no
estropee las conclusiones.
Como
también era de esperar, luego de acercamientos, distancias y puntos muertos,
Mickey y Jhonnie terminan nadando en una laguna por la noche. ¿Trillado? Sí,
pero poco importa, puesto que antes hay una escena que, por un lado, dispara
esa acción, y por el otro, sigue caracterizando al protagonista: mientras los
tres están en un bar de bastante poca vida, dadas las circunstancias, Gus dice,
o mejor, empuja a Mickey: Salgan. ¿Por
qué ustedes dos no salen a conocer gente? Diviértanse. Lo importante:
salgan. Es literal. ¿Salir de dónde? ¿hacia dónde? No importa, hay que salir.
Es el exterior lo que verdaderamente importa, a despecho de que ese exterior
eche por tierra los trabajos y las esperanzas. En la interioridad hay pocas
cosas que merezcan la atención. Algo semejante ocurría antes: nada que
corroborar, nada que sostener. Experimentar. ¿Qué es lo que querés? ¿qué es lo
que buscás? ¿qué es con lo que tropezás? ¿Por qué eso puede dibujar los
contornos del protagonista? Porque viaja. Porque ve. Porque decepcionar es un placer.
Una
última consideración: ¿con qué se encuentra Gus? ¿cómo se encuentra? Hay un
sonido que marca lo que parecía irrefutable. El que batea y batea y batea no
puede batear. A pesar de que batea y batea y batea, no puede hacerlo por una
simple razón: él busca lo que batear, pero no batea todo lo que viene. No puede
con las curvas. Sí, un sonido puro, el protagonista tiene mala vista, pero oye
un indicio, un signo de algo que no va bien. Es cierto que Mickey le presta sus
ojos, pero también secundariamente. Corrobora lo irrefutable: batea, pero no
puede batear. A Mickey le sucede otro tanto: vive, pero no puede vivir, así.
Tal vez ese sea uno de los grandes trazos de la película: el contacto con la
vida. No con las expectativas, sino con la vida. Entonces, hacia el final, qué es lo que querés hacer se
complementa con qué es lo que sabés hacer.
El sonido puro que exige ser oído, el amor puesto en juego, o en el juego.
Volvemos al comienzo: el protagonista importa menos por lo que pierde que por
lo que hace perder. En los grandes
descubrimientos, en las grandes expediciones, no sólo hay incertidumbre ante lo
que se va a descubrir y conquista de lo desconocido, sino también la invención
de una línea de fuga y el poder de la traición: ser el único traidor y
traicionar a todos. Carolina del Norte se encuentra al Sur.