Libertad, Igualdad, Fraternidad
Apuntes individuales sobre la autoría
colectiva*
por Rubén Mira
"No pretendo que lo empujéis o lo sacudáis. Sino
tan solo que dejéis de sostenerlo".
Etienne
de la Boetie. 1548
"El futuro del arte se liga no a la creación
de obras, sino a la creación de nuevos conceptos de vida. El arte no tiene
ninguna importancia, es la vida lo que cuenta".
Roberto
Jacoby. 1968.
Primer término
Es demasiado tarde y aun ni comenzamos. El peso tremendo de
lo ocurrido, todo lo ocurrido, tan tremendo y aplastante, hace que lo que
ocurre solo pueda encontrar su constancia en el instante y su fuerza en la
fragilidad.
El territorio de las artes pertenece al desastre ocurrido. Un
pasado inmediato que adquiere una forma espectral de presente gracias a la
repetición, pura función de la maquina territorializadora operando en el frio
espacio vacío. La maquinaria territorializadora de las artes acecha a lo que
ocurre, espera, paciente, para ejercer su función apropiadora, su tenaz
tentación. La maquinaria de las artes se sabe ganadora. Y lo es.
Ella, la maquinaria, supo ganarse lo suyo. Durante más de un
siglo lucho por nuestra libertad y defendió nuestra igualdad, ampliando su
campo de batalla desde su propio desastre al desastre mismo. Ahora, que somos
todos libres e iguales, libres para expresar lo que se nos ocurra, iguales para
producirnos como iguales a nosotros mismos, ahora que el desastre ordena: sé
libre, sé vos mismo; ahora que el desastre nos reclama artistas, hay que ser un
necio o un traidor para no aceptar que esa libertad y esa igualdad no puede
cobijarnos, porque no es nuestra.
Es tarde, pero los perdedores empiezan a comprender el poder
de la derrota. La maquinaria victoriosa del desastre se afirma en la
obligatoriedad del Yo. El espacio difuso de la derrota, en cambio, asume la
identidad colectiva. La maquinaria depende exclusivamente del yo, el yo autor,
el yo dueño, el yo espejo, y el yo le da todo, porque la maquinaria le promete
todo lo que el yo quiere. Frente a semejante derivación complementaria, el
nosotros solo puede ocurrir como accidente del instante y su fragilidad. Pero
la búsqueda de esa ocurrencia esquiva, puede y debe transformarse en una
posición política.
Segundo término
Si el territorio de lo artístico sigue siendo funcional al
desastre, es por su eficacia policial sobre la ocurrencia, la fragilidad y el
instante, por su capacidad de imponer la marca del yo a todo lo que vive y se
desplaza, a todo encuentro, a todo flujo de deseo no programado. En el
movimiento inverso, el nosotros encuentra en el territorio de las artes
residuos útiles, recursos y fundamentos de lo imprevisto, lo vivo y lo sagrado.
El territorio de lo artístico se vuelve impreciso, una frontera caliente entre
el desastre y lo que ocurre, de allí la importancia del territorio de las artes
como región de combate.
Operamos en zonas de derrumbes, nada aquí puede darse por
cierto, por definitivo, Toda forma aquí surgida no puede sino ser paradojal.
Anónimas, orales, locales, las formas genéricas del nosotros todavía no pueden
entreverse sino como opuestos a los géneros del yo. Pero existe en el nosotros
una sabiduría colectiva, una memoria instintiva que reacciona contra la
modernización, la transgresión, lo novedoso; una reacción que es tan intensa
como odio al neoclasicismo liberal, promotor de la aceptación del desastre como
escenario excluyente y único dueño de las reglas de juego. Esa sabiduría es la
línea de fuga de la creación del nosotros.
Jugamos al complot, practicamos el contrabando, el pillaje
individual en baja escala. Rodeados por la obligación de la subsistencia,
hacemos de la conjura del nosotros un gesto casi aristocrático. Breves,
aleatorios, locales, los auténticos modos de organización del nosotros tampoco
se muestran aun en toda su potencia. Pero el nosotros también recela de los márgenes,
las exclusiones y los bordes, tanto como escapa de los lugares preestablecidos
de la protesta, la denuncia y el enfrentamiento global anti global. Este recelo
es el fundamento de la moral del nosotros.
También es temprano aun para percibir qué nuevos modos de
subjetividad creará la radicalización del nosotros. Seguro no será la
construcción de grupos como marcas grupales, ni la suma de firmas en eventos
colectivos, formas terapéuticas del compartir generadas por el desastre. Tal
vez la impronta del nosotros se materialice en un modo más contundente que
poético de decir que el yo no es sino un nosotros, que el nosotros es todo, y
el yo, no es nada. Por ahora, y este por ahora es tal vez un para siempre, el
nosotros vive ejerciendo el oficio del doble agente: trae al territorio propio
lo necesario para el sustento de lo frágil e instala en territorio del desastre
noticias del instante y su ocurrencia.
Tercer término
Los dos territorios no están opuestos, no hay foco ni frente
en el nuevo campo de batalla. Los dos territorios están superpuestos. El
desastre está en todos lados. Lo que ocurre está ocurriendo en todas partes. No
hay relación alguna entre los hechos que ocurren, no hay redes totales de
ocurrencias ni organización en función de un gigantesco ocurrir futuro. Pura táctica,
solo importa que el ocurrir ocurra, la fragilidad esencial de instante y la
conciencia de que el mismo enfrentamiento, con la misma lógica, está siendo
planteado y sostenido en múltiples puntos.
En territorios del desastre, todo parece lo mismo. La repetición
arrasa con cualquier escala o valor y así, tres palabras ideales como libertad,
igualdad, fraternidad, pueden transformarse en el título de un manual de
marketing estratégico o un libro de autoayuda.
Pero el nosotros incursiona en territorio del desastre bajo el disfraz
de lo mismo creando oportunidades de discriminación, sembrando testers y proponiendo
que no es lo mismo aquello que no produce los mismos efectos. Y si no ocurre lo
mismo es porque lo que ocurre proviene de una matriz distinta.
El sueño fue cifrado en tres palabras: libertad, igualdad,
fraternidad. Dos de ellas han sido primero dadas, luego impuestas. La exclusión
del tercer término es el precio que hubo que pagar por ser libres e iguales. Y así,
rengos, y cada uno por las suyas, los traidores intentan correr hacia el
futuro. El nosotros, en cambio, propone un ensayo, un campo de pruebas, un
experimento estratégico: unir otra vez las tres palabras en un solo espiral de
forma y sentido, a ver qué pasa, qué ocurre, si se abre una brecha que, en
lugar de marchar hacia adelante, nos permita ir hacia arriba.
Libertad, igualdad, fraternidad; tres palabras que fueron un
sueño, Libertad, igualdad, fraternidad, tres palabras que se transformaron en
una consigna. Libertad, igualdad, fraternidad, tres palabras que pueden ser
ejercidas como un mantra. En el territorio de la repetición, en la vergonzante
gloria de los ganadores, la belleza es terrible, porque si nace, nace muerta.
Mientras tanto, es tarde, demasiado tarde, pero estamos empezando.
* Este texto fue escrito para, o publicado en, el catálogo
de la Bienal de Lyon