Volverse persona sin más...
Epístola del ruso Ángel Luis Lara –madrileño que
vive en New York y participa del movimiento de ocupaciones que los medios (al
menos los argentinos) llaman “los indignados” – a Luis Hernández Navarro,
periodista mexicano, ligado desde siempre al zapatismo. Al parecer, Luis le
pregunta por un libro sobre el movimiento y el ruso Lara da esta respuesta que
es un fresco sobre la experiencia que se está produciendo en las “entrañas del
monstruo.
Querido Luis,
(...)
La verdad es que el tema del libro no me provoca
ningún interés y me da mucha pereza. Intuyo una fidelidad a las lógicas de la
izquierda que me desata cierta alergia: insistir sin parar en ejercicios de
genealogía y de arqueología para explicar el 15M como lo ya conocido, ahora
multitudinario. Creo que es un error garrafal y que puede hacer daño al
movimiento. Desde mi punto de vista, el 15M presenta una serie de innovaciones
estructurales que modifican completamente la política, que se desconectan definitivamente
del pasado y que redefinen la radicalidad en términos de anonimato, de lógicas
post-identitarias y de prácticas post-dialécticas. No digo que los procesos
sociales y políticos no tengan memoria, sino que en el caso del movimiento
actual tengo la sensación de que se trata de una memoria de carácter paradójico
e inédito: una memoria sin origen. Creo que lo interesante del 15M o de Occupy Wall Street es la novedad inmensa
que están produciendo en términos de lenguajes, de prácticas, de lógicas y de
procesos. Lo menos interesante es sujetar su potencia a parámetros
patrimoniales o a ejercicios de continuismo histórico, como parece proponer
Iglesias Turrión con su libro. Cuando estás dentro y los vives desde dentro, lo
primero que llama la atención de estos movimientos es la ruptura tan
maravillosamente decidida con todo lo conocido hasta ahora que encarnan, así
como la crisis en la que nos meten a los activistas de toda la vida. De entre
esos activistas, hay quienes sienten la crisis como una amenaza y se protegen
invocando sus mitos y sus rituales e inventando una continuidad histórica.
Otros, sin embargo, vivimos esa crisis con una enorme alegría y nos dejamos
llevar para ya nunca más volver a ser los mismos: para desaparecer, fundirnos,
ser todos, en definitiva, dejar para siempre de ser activistas y convertirnos
decididamente en personas sin más. Unos sienten vértigo y miedo y tratan de
ponerle diques al mar. Otros cogemos la tabla de surf que nos regalan los
amigos que estamos haciendo en esta nueva experiencia y nos dejamos llevar por
las olas, aprendiendo de la corriente todo lo que podemos. Algo de lo primero
también hay en las crónicas de algunos periodistas de izquierda sobre el
movimiento en Nueva York: obsesión por codificarlo en los parámetros estéticos
y discursivos de la izquierda, incapacidad para entender la mutación y la
ruptura radical con lo conocido que está en juego. Pienso que la potencia del
movimiento tiene poco que ver con Pete Seeger o Bruce Springsteen. Eso es otra
historia, una acabada, superada, desconectada. La banda sonora de las asambleas
o las comisiones de trabajo en las que participo en Occupy Wall Street es más M.I.A., Nneka, Talib Kweli, Les Nubians,
Maluca, Lupe Fiasco, La Bomba Estéreo, Moby, Mos Def, Major Lazer o Josh Fox,
Dustin Hamman, Sean Lennon y Rufus Wainwright tocando por sorpresa una versión
acústica del "Material Girl" de Madonna en Liberty Plaza.
Definitivamente otra música, una que no le canta a la nostalgia. Tengo la
impresión de que la única manera de entender el movimiento es estar dentro: ser
movimiento. Desde fuera parece que no se agarra ni la mitad de lo que está
pasando. Es muy interesante hasta qué punto las viejas posiciones y los viejos
sujetos se agrietan y envejecen cuando se rozan con el movimiento. A lo viejo y
acartonado le cuesta entender una de las particularidades más maravillosas de
esta experiencia: en realidad no pedimos ni reivindicamos nada, en el fondo no
protestamos contra nada, simplemente articulamos realidades y procesos concretos
en los que se empieza a trabajar de manera creativa en órdenes institucionales
de nuevo tipo y en composiciones del común con las que satisfacer colectiva y
democraticamente viejos y nuevas necesidades, viejos y nuevos derechos. Fíjate
por ejemplo una de la cosas que el movimiento está tratando de hacer en la gran
manzana en el campo educativo: en vez de reivindicar una universidad pública y
pedirles a las clases dirigentes unas políticas que favorezcan el libre acceso
a la educación superior, lo que estamos haciendo es poner los cimientos de una
nueva institución muy otra. El pasado sábado estudiantes, investigadores,
profesores y catedráticos, entre otra flora y fauna, pusimos la primera piedra
de una multiversidad de acceso libre ("The Nomadic University of New York:
The Common Knowledge"). Un proceso institucional concreto para construir
en NYC la educación con quien no tiene derecho a ella y con quienes se ven
encerrados en las cárceles del crédito y de la deuda para acceder a ella. No
sabemos lo que dará de sí el camino y dónde nos llevará, lo que sí intuimos es
que el proceso tiene que ver más con los desaprendizajes que con el
aprendizaje. En cualquier caso, lo que tenemos claro es que no le pedimos nada
a nadie, sino que lo hacemos por nosotros mismos. Por eso cuando al movimiento
se le exigen demandas, el movimiento contesta que la demanda es el propio
movimiento: no se demanda nada, se hace sociedad. En el fondo es un cambio
extremadamente potente en la manera y el contenido de las narraciones. Lo que
estoy aprendiendo en Occupy Wall Street es una manera colectiva, abierta y
plural de preguntarnos por nuevas narraciones a construir y usar para la
liberación, porque las que hemos usado hasta ahora sentimos que no presentan ya
utilidad alguna ni se conectan con el presente que habitamos. En el fondo,
siempre ha existido una lucha desigual y asimétrica entre dos tipos de lógicas
narrativas. Por un lado, la dialéctica hegemónica siervo-señor,
heredada de Hegel, con la que la izquierda y el movimiento obrero han definido
históricamente un futuro crepuscular para el señor y un destino luminoso para
el siervo: una robinsonada epistemológica en la que el siervo acaba por
instalarse en el puesto del señor (=socialismo). Por otro lado, sin embargo,
han existido en la periferia de la Historia los relatos orales y proscritos
nacidos en el nexo postcolonial esclavitud-diáspora, con pistas en
los remotos arquetipos mediterráneos del Éxodo y de los viajes de Odiseo. En
este segundo orden narrativo la actividad no produce estabilidad más que de
pasada, tampoco se resuelve en Derecho, aunque no deje de fundar nuevos órdenes
y experiencias institucionales. El esclavo no aspira a sustituir al señor como
amo de la plantación, de igual manera que el precario no resuelve sus problemas
con el puesto fijo. La narración del primer tipo se hace izquierda y aspira a
devenir Estado. Las otras narraciones son el tejido de una multitud
irremediablemente heterogénea e irrepresentable en el Estado. En el fondo, me
da la sensación de que posiciones y materiales como el de Pablo Iglesias
Turrión tal vez pretenden sujetar el movimiento a la primera lógica narrativa
para hacer con él Historia. Tengo la impresión, sin embargo, de que la potencia
del movimiento está en otros lugares y en otro tiempo: en Occupy Wall Street
estoy aprendiendo que narrar es dejar de buscar el sentido de la Historia para
encontrarlo y reconocerlo en las historias. No sabes la alegría y la felicidad
que el movimiento me está regalando. Nunca antes había vivido y sentido nada
parecido. Como volver a nacer, pero nacer otro.
Va un grandísimo abrazo.
ruso.