La Casona de Flores: Zona Autónoma


La ciudad es un espacio de intercambios. Está hecha de cálculos y mezclas de las más variadas: ciudad mercancía, ciudad espectáculo, ciudad ghetto, cuidad custodiada, territorio de la especulación inmobiliaria, del consumo cultural y la explotación. El ambiente urbano, híper codificado y reglado, reclama un gesto.  En su pulso se tejen y destejen vínculos y posibilidades. 




Hace un tiempo decíamos (La excusa perfecta: http://casonadeflores.blogspot.com/2010/11/la-excusa-perfecta_28.html) que necesitábamos crear un lugar en donde un cierto tipo de encuentros, no reglados por los clichés, la mediatización y la mercantilización, pueda desplegarse. Un espacio autónomo capaz de retomar las preguntas formuladas colectivamente desde hace una década acerca del trabajo, las prácticas educativas, la salud, lo común, la autogestión y las formas de vida en la metrópolis contemporánea. Aquellas preocupaciones que, en su persistencia, se rehacen en nuevas indagaciones con nuevos tonos. Un sitio capaz de construir una intimidad pública que se sustraiga de las opciones que se nos presentan abriéndose un lugar entre el gueto y la microempresa. Y es que estas invenciones colectivas enfrentan su propio dilema: o nos quedamos encerrados entre iguales, cada uno en su propia cápsula, con un lenguaje hermético y un código autorreferencial, o aceptamos la subordinación al estado y al mercado que nos asignan un lugar determinado como un “social” a ser gestionado; sea por las llamadas “políticas públicas” estatales, sea por las formas en que el mercado se hace cargo perversamente de las creaciones comunes.

Contra lo que se ha instalado como sentido común desde hace algún tiempo a esta parte, la renombrada “vuelta de la política”, con sus políticos y partidos, con sus intelectuales y opinadores, no confiamos en la reposición de la distinción entre lo político y lo social. Pues si los primeros son los que piensan e interpretan el sentido último de las cosas y los segundos son convertidos por esta vía en espectadores, sujetos de derecho e intervención por parte del estado, creemos que es urgente replantear la existencia de ambos términos y su relación. Confirmar esa escisión nos ofrece una situación de comodidad. Tanto para los protagonistas, políticos y figuras mediáticas que ya creíamos gastadas, como para quienes contemplan, adhiriendo o rechazando, esa vidriera en la que se ha convertido lo público. Cada uno asume el lugar que le ha tocado en esta repartija sin alterar la espacialidad que se confirma una y otra vez.

Si, como pensamos, en la ciudad hay una guerra civil entre modos de vida diferentes, nuestro gesto precisa componer formas políticas capaces de alojar las posibilidades de encuentros (insólitos, anómalos) heterogéneos. Una insumisión que no se deja gobernar ni por la visibilidad mediática, ni por los lugares que nos asigna el mercado, ni por la forma en que el estado nos organiza.

Necesitamos retomar una conversación colectiva, tantas veces recomenzada como interrumpida. Pensar e investigar significa manosear el tejido vivo de lo real, produciendo imágenes capaces de problematizarlo, sustrayéndolo de los clichés mistificadores que hoy circulan como verdades establecidas.

Muchas palabras han sido capturadas por una máquina semiótica cuya función principal no consiste sólo en interpretar el sentido de los enunciados sino en esterilizarlos. Todo puede ser dicho sin que nada cambie. Las palabras ya no designan a las cosas sino que remiten a otras palabras y a imaginarios constituidos de antemano. Subjetividades hechas que alojan las palabras como mera diferencia estilística en el mercado de las variedades. Necesitamos recrear una nueva vinculación entre palabra y experiencia. Pero este no es un trabajo en el que se puedan tomar atajos. Las palabras, aquellas que nosotros mismos hemos elaborado, y aquellas que hoy formulamos, tienen que volver a medirse con lo real para dejar de ser retóricas abstractas y para violentar los lugares que nos han sido asignados. Sobre todo cuando la realidad se nos ofrece como una materia compleja, hecha de mezclas que vuelven difícil su desciframiento. Nuestra apuesta, entonces, es a construir un punto de vista colectivo capaz de hacerse cargo de la promiscuidad de los encuentros que hacen la ciudad.

Esta casa es multiforme. No articula formas dadas de antemano sino que ella misma tiene tantas formas que no puede definirse a priori. Ni casa barrial ni centro cultural ni casa política tradicional. Nuestra apuesta consiste en dar lugar a una inteligencia común (hecha de saberes organizativos, capacidades productivas, pensamiento político, etcétera) para poder construir una superficie de intercambios más amplios y transversales. Si no somos capaces de pensarnos a nosotros mismos, en nuestras prácticas e intercambios, seremos pensados por otros. Esta es la apuesta colectiva en la que estamos desplegando una autonomía que no se resigna al aislamiento, una política que huye de las identidades previas, un pensamiento que desorganiza las consistencias estructuradas. O inventamos otras formas en que lo común se exprese o permanecemos como consumidores de las imágenes hechas que se nos ofrecen. Aquí estamos, entonces, construyendo un espacio, el de la Casona de Flores, en la que se hilvanan recorridos, puntos de bloqueos y deseos de inventarnos nuevas vidas. 

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