Alzas y bajas en la bolsa de porro

Por Camilo Blajaquis
(texto aparecido en la  revista  ¿Todo  Piola? Nº 11)


Sábado de primavera en La Gardel. Los pibes juegan a la pelota en la canchita, con buena cantidad de público, más que nada vecinos que se transforman en inseparables. Los pibitos del monoblock 1 enfrentan a los del 12.

De repente una situación extraña me llama la atención. Nadie está fumando marihuana. Raro, muy raro. Le pregunto a uno de los guachos qué onda y me contesta eufórico, realmente enojado: “los transas tan re zarpados, la bolsita que ayer te la vendían a 7 pesos ahora te la venden a 10”.


Alto malestar en los rostros de la banda. No se trata de un simple detalle particular, sino de una ruptura que puede generar tensión dentro de los códigos sociales y de convivencia que gobiernan la cotidianidad del barrio. La queja sigue ahora en boca de Fernando: “encima que te venden un faso re lechuga, estos giles te quieren robar de chamuyo. Si por lo menos te vendieran un faso como la gente, ahí bueno es otra cosa, pero estos narcos se piensan que somo giles. No hay que comprarles nada”.

El resto, 7 u 8 guachos más, se suman a la protesta: “¡es verdad, no hay que comprarles más!

La banda tiene bronca por el aumento en el valor monetario de la bolsa. En un tono más tranquilo, el Chaza, que ya es un pibe de 23 años, interviene con un criterio más maduro: “Tranquilos muchachos. La única que se rescata todavía es la del fondo, esa no te descansa con el faso que vende, es la más rica de todas, tiene hasta gusto a florcita, fresca y siempre a 10 mangos. Vayan hasta allá y listo, ¿o tienen miedo?”. “Es un re viaje chaza, dejate de joder”, retrucan los guachines.

La situación en cuanto a circulación de droga y su respectiva oferta y demanda, no varía demasiado de las reglas rígidas del mercado legal. “A más cantidad menos calidad”, me justificó un día otro transa cuando le exigí explicaciones por haberme vendido un faso con más gusto a orégano que a otra cosa. Esa vez, por conocerme, aceptó mi reclamo y arregló todo con un “tomá, fumate éste y después decime. Éste es mío y personal, jeje”. La macoña que me dio nada tenía que ver con la que me había vendido un rato antes. Claro, la que se fuma él no es la que pone a la venta. Le dije gracias y me fui.

Como queriendo repetir la estrategia usada aquella vuelta, me fui hasta la transa, uno de los 10 o 20 puntos fijos que hay en el barrio, a pedir que me argumente el porqué del aumento inesperado en el precio del porro. Con ella hay muy buena onda, así que voy y le golpeo la puerta. Me atienden por la clásica ventanilla secuenciera, a lo que yo replico susurrando que esta vez no venía a comprar sino que necesitaba hablar de algo particular. Me invita a pasar con confianza y me recibe con un mate:

“¿Qué onda guacho, qué andas buscando?”.

“Nada loca, te quería preguntar qué pasó que ahora el porrito está más caro, ¿viste?”.

“Mirá, pasaron un par de cosas. Primero, que anteayer gendarmería cortó un camión con dos toneladas de faso que venía de Paraguay y yo ahora estoy tirando otro faso que me pasan de una línea en Ciudadela, es más rico y por eso lo estoy vendiendo más caro. Los guachos se enojan, pero bueno… pagan más y se fuman algo más piola ¿no? Además, ahora está todo caro, subió el azúcar, el pan, hacerte un guiso te sale como 50 pesos, ¿por qué no va subir el porro también? Tan gila no soy”.

El lenguaje de la transa debe ser entendido como un análisis económico-sociológico con argumentos impecables. Nada para reprochar. Absorbo un segundo mate y me dispongo a irme. Para mi agrado y sorpresa, me regala una piedrita de lo que a simple vista se notaba que era una buena mota, y me retiro.

Agarro para el lado de la canchita nuevamente, para llevar las novedades, mientras voy pensando en las palabras dichas por la “arruina guachos”: tiene razón en lo que dice, ¿por qué la inflación le escaparía al mercado ilegal del narcotráfico? Al toque recordé cuánto me había llamado la atención, el día que salí de estar en cana, el hecho de que el papel de merca que costaba 4 pesos hasta hace 5 años atrás hoy valía 10 pe. El porro que salía 2 hoy sale 5, o 10. Hasta las pastillas aumentaron su precio; la transa que antes vendía las rivotril a $1 hoy las vende a 3.

Los argumentos expuestos por la “transa amiga” me motivaron otras reflexiones económicas, referidas al dinero y sus reglas de dinámica y movimiento. Fue revelador entender que el dinero ilegal vale lo mismo que el legal, y no hablo de la diferencia entre un billete falso y uno posta. Por otra parte, el mercado ilegal no escapa a los movimientos de precio en el mercado legal. Miremos como se desarrolla la economía de la transa en el contexto social-familiar y en el espacio físico en el que vive: es una madre de 8 hijos que no llega a los 40 años de edad, que desde que empezó a vender hizo progresar su casa, que gracias a la venta de marihuana puede alimentar de una manera correcta y diariamente a sus hijos, pero que a la vez esos hijos se están criando en un panorama escalofriante y excesivamente adverso.

Un pibe sale a robar y hace buena cantidad de guita en el asalto, supongamos 5000 pesos. Ese dinero ganado en un instante, gracias a una situación violenta y a veces hasta con muerte de por medio, vale en el mercado lo mismo que cualquier otro. El segundo lugar que elige el ladrón para ir a gastar su dinero (ilegal) es el transa que vende productos (ilegales). En este caso el dinero quedará girando en un circuito negro de mercado, por venir de un robo y destinarse a la droga.

Pero, dije, ése es el segundo lugar; el primero, en la mayoría de los casos, serán los locales de ropa deportiva, llámese Nike, Adidas o diversas corporaciones similares. Es decir, lugares de venta legal. Si el chorro tiene 5 lucas va ir directamente a renovar su vestuario. Es ahí donde empiezan a actuar los símbolos de pertenencia. En la clase media el símbolo de dignidad puede ser un 0 Kilometro o la casa propia, pero en la clase baja de donde proviene el chorro el símbolo son las zapatillas caras. La mayoría de los pibes chorros son pobres y nacieron en condiciones económicas deprimentes, por eso ni siquiera se interesan en observar los precios de la pilcha que están comprando. Es más, mientras más caro el producto en vidriera, más satisfacción experimentará. No evaluará qué oferta es más accesible al bolsillo, o qué descuento ofrece la temporada. Al contrario, sin ningún tipo de vergüenza ni cargo de conciencia (¿por qué habría de tenerlo?) elije lo que le gusta y lo lleva al mostrador. Y por más que la cajera se sorprenda porque el comprador es un pibe de 15 o 16 años que saca de la nada tantos billetes juntos, no le va a preguntar de dónde sacó la plata, sino que le va a informar el total que suma todo lo que se lleva, le va a agradecer haber elegido ese lugar y lo invitará a venir nuevamente.

En ese momento varios conceptos de la moral neoliberal y del capitalismo salvaje se ponen en juego. La farsa de la cultura del trabajo cae de un gomerazo en el ojo. Esa idea de que si trabajás y te quebrás el lomo lograrás ser honesto, porque el fruto de tu trabajo es el sueldo, y con ese sueldo el trabajador sintiéndose un héroe va ir a comprarse cosas, a pagar los impuestos y los servicios, cuando en realidad importa una goma si se rompió el lomo, lo que importa es que con su dinero consuma.

Otro ejemplo: supongamos que ese pibe que se fue a delirar la plata en ropa es morochito, vestimenta deportiva y cara de secuestro. Supongamos que ese pibe entra a un restaurant en pleno barrio de Las Cañitas o en el caracúlico barrio de Palermo. Es obvio que la gente que está comiendo lo va a invadir con esas miradas de racismo elocuente y cruel discriminación. Ellos intentarán echarlo con la mirada. Ahora bien, ese mismo morochito potencial delincuente, de repente se sienta y le presenta un fajo de muchos billetes de 100 pesos al mozo: éste quedará hechizado por los violetas y cumplirá con el pedido del pibe. No le van a decir: “che negro, mirá que acá somos todos chetos y vos sos negrito así que andáte”. Noooooo, al contrario, con mucha amabilidad le van a traer todo lo que pidió y lo van a atender como un duque. Seguramente la gente paqueta de las mesas linderas van a decir: “y este negro de mierda de dónde sacó tanta plata, seguro es chorro”. Sí, es verdad, el negrito es chorro y rescató la tarasca de un afano, pero no por eso le van a prohibir gastarla.

Lo que importa es tener, no de dónde lo sacaste. Por eso, quizás el chorro y la transa sean un ejemplo de “economías alternativas, paralelas e ilegales”, pero que conviven en armonía y son absolutamente aceptadas y funcionales a la economía global.

Pero ya es mucho, tengo que volver a la canchita y explicarles a los pibes lo que me dijo la transa e invitarlos a fumar la piedrita de faso que me regaló.