De soja, fracasados y travestidos

Por Jorge Eduardo Rulli
(www.pararelmundo.com)


Pasaron las primeras elecciones nacionales, elecciones que más allá de ocasionar gastos extraordinarios, no habrían tenido mayor finalidad que barrer la hojarasca de los que no alcanzaron el nivel mínimo de representación necesaria y, además y en especial, sirvieron para darle garantías y certezas al continuismo gubernamental. Tal como se preveía, el llamado “modelo” ha sido ampliamente plebiscitado. Los pueblos que dependen de la sojización y del agronegocio no votaron por sus líderes corporativos, algunos de los cuales se postulaban en el campo de los partidos de la oposición, sino que votaron masivamente a favor de la continuidad y del acrecentamiento de sus ganancias, o sea que respaldaron al Gobierno. Basta recorrer los porcentajes eleccionarios en las localidades de las provincias sojeras para comprobarlo. En ese sentido Clarín Rural, que daba por sentado pocos días atrás que las relaciones políticas del campo con Cristina no tenían retorno, parece haber subestimado la capacidad de los sojeros y rentistas para adaptarse a una administración del modelo que no es exactamente la propia. Tal como se sabe, los negocios son los negocios. Y entre los negocios de la Argentina actual, la soja es el más grande: a la sombra de sus ganancias y de sus retenciones, muchos son los que pueden reconciliarse, más allá de sus diferencias y de que disputen la administración de un modelo que comparten.


Numerosos jóvenes que celebraban su supuesta iniciación como ciudadanos en la farsa eleccionaria votaron por quienes, suponen, después del neoliberalismo de los años ‘90, aseguran el regreso al universo de la política y de la participación. Tal como se sabe y les han enseñado, más allá del menemismo y de la dictadura, no existe mayor pasado en la Argentina, sino aquel extremadamente remoto en el que el viejo Perón, de pronto, demostró no ser lo que prometía ser, traicionó a la joven generación (que entonces era maravillosa y que ahora afortunadamente nos gobierna). 

Esa generación de fracasados y travestidos no termina de comprender que no son solamente ellos, sino el mundo, el que vive un clima de derrotas epocales; en especial, cuando los acontecimientos se miden con las reglas de los años pasados. Tampoco comprende ni acepta que deberíamos sobreponernos a ese clima de ausencia de porvenir, para poder hallar el incentivo y la mística de enfrentar los nuevos desafíos.

Esa generación de fracasados y conversos ha reproducido en muchísimos jóvenes y mientras continúan haciendo de cada necesidad un nuevo negocio, el aturdimiento que los lleva a pensar que habría llegado el momento de hacer tan solo lo posible, porque la correlación de fuerzas con Clarín, con la Mesa de Enlace y las corporaciones resultaría tan desfavorable que sería utópico plantearse otros objetivos. Tal como enseñan los viejos manuales, nos dicen, deberíamos darnos tiempo para revertir esa relación de fuerzas, construyendo poder desde la movilización, mediante la nueva ley de medios.

Escuchamos, sorprendidos, estos argumentos, argumentos de extraordinaria estulticia, por lo demás, en boca de jóvenes que nos dan esas explicaciones con una cierta impaciencia y un tonito de soberbia, como si no fuésemos suficientemente capaces de asimilar la complejidad del discurso bobo que les baja La Cámpora. En definitiva, nos dicen que el momento no es favorable para hacer los cambios revolucionarios que nosotros proponemos, tales como avanzar hacia la soberanía alimentaria o disminuir un crecimiento basado en las puras exportaciones. Y, por eso, mientras tanto, lo que debe hacerse es apoyar el subsidio universal por hijo y valorar la renovación de la Corte Suprema, incluyendo el proxenetismo público de alguno de los jueces progresistas…

Aunque sorprenda, éste es un diálogo intergeneracional casi habitual hoy en la Argentina; un diálogo que se produce en los bordes mismos en los que la paranoia se cruza con una cierta oligofrenia política generalizada. Uno puede imaginarse estos mismos diálogos, con fondo de guitarra por parte del ministro de economía y voz de Horacio González, también con un fondo de la Bersuit y de las otras bandas rockeras, como  la Mancha de Rolando; bandas convocadas con altos presupuestos, para despertar y canalizar hacia el cuarto oscuro, la adrenalina y las ilusiones de estos jóvenes (muchos de ellos jóvenes viejos, madurados a fuerza de pequeñas y variadas sinecuras, canonjías, prebendas, contratos y sueldos por encima de lo que gana el común).

Y, entonces, uno se pregunta: ¿por qué será que a nuestra avanzada edad debemos seguir siendo incendiarios cuando, en realidad, deberíamos ser bomberos, y no nos dejan ser como deberíamos ser, al menos desde perspectivas puramente biológicas, simplemente porque son tantos los jóvenes que en vez de iniciarse como incendiarios lo hacen como apagafuegos que uno se siente obligado a no abandonar las banderas, con la certeza de que si lo hacemos quedarían abandonadas en ese campo devastado por este modelo productivo que resulta ser hoy nuestra pobre Argentina? Y, entonces, persistimos en mantener las posiciones y el compromiso de salir de la soja. ¡Liberación o dependencia!

Millones y millones de asistencializados, mientras tanto, malviven en las inmensas periferias urbanizadas con irremediable precariedad y apuro, amontonados en esas zonas en que se acumula la nueva miseria proveniente del despoblamiento masivo de los territorios, con sus frágiles casillas asentadas sobre terrenos rellenados con basura; terrenos inundables, con arroyos cercanos convertidos en cloacas malolientes. Ellos votaron por aquello que les asegura el presente y un futuro inmediato que no va mucho más allá de las próximas semanas. Son, en buena medida, rehenes económicos y culturales del asistencialismo y de las redes clientelares, prisioneros de los subsidios que les hacen posible consumir lo mínimo que consumen, tener luz y gas, viajar y comunicarse. Son cautivos de la inseguridad y de la narcopolítica que reina en los conurbanos, pero por sobre todo, son rehenes de su pasado y de sus memorias, de un pasado y de una memoria transmitida por sus mayores en los genes y desde la cuna, memorias en relación a las cuales y más allá de sus penurias tratan de ser leales. Que esa memoria histórica haya sido traicionada, que haya sido desnaturalizada, que resulte tergiversada de manera constante por un aparato comunicacional formidable, por un aparato mediático como ninguna dictadura fue capaz de montar, que la expresión y la representación de esas memorias y de esas tradiciones hoy en gran medida significan todo lo contrario de lo que significaban en los años cincuenta, no es fácil de explicar y menos aún, resulta fácil de comprender, en especial, cuando se vive en los límites.

Y es, en todo caso, la responsabilidad que no hemos sabido o que no nos han dejado llevar adelante. No existen hoy, lamentablemente, alternativas valederas frente al neoperonismo desarrollista que ha apostado todo al modelo agroexportador y que, con fuerza de conversos, cree en el mito del progreso, en el crecimiento y en el nuevo imperio que nos compra la soja… Alguna vez, allá por los setenta y poco antes de su muerte, dijo Perón a su biógrafo Pavón Pereyra que: “Si alguna vez llegase a haber otro golpe, el pueblo quedará tan derrotado, que la vuelta constitucional serviría solamente para garantizar con el voto popular, los intereses del imperialismo y de sus cipayos nativos”.

Si hay otra cosa importante que demuestran las recientes elecciones es la ausencia de toda oposición respetable. Los partidos que intentaron cumplir ese rol opositor fueron sancionados en las urnas tanto por su sordidez en las propuestas como por su irremediable cobardía ante una realidad que no quisieron develar ni se propusieron modificar. Los más osados destacaron, a lo sumo, los aspectos más groseros del modelo o acaso sus consecuencias, pero se atuvieron a ese pacto de silencio que compromete a toda la partidocracian de esta Argentina neocolonizada por los agronegocios y abrumada por la sojización y la ingesta de transgénicos.  Lo que apunto es que el poder, el verdadero Poder, no se encuentra en discusión. Se discute, en todo caso, saber quién lo administra y en eso y no habiendo mayores diferencias, el común de la gente, usa un sentido de practicidad y opta por el mal menor, o sea por aquellos que se encuentran en la administración.

Quiero aclarar también, que, cuando refiero a esos millones de pobres urbanos asistencializados, no hago mayores distingos con los hermanos provenientes de los países limítrofes, también ellos desarraigados, también desterrados, también hijos dolientes de una América balcanizada, víctimas asimismo, de un modelo de sojización que nosotros como argentinos exportamos en su hora y en nuestra demencia colosal, a todo el Cono Sur, haciendo las tareas sucias para la transnacional Monsanto. Esos hermanos latinoamericanos también son abusados, porque no tienen adónde regresar, porque adonde llegaron, necesitan un lote donde levantar la casa, porque necesitan papeles de ciudadanía y los necesitan en un MERCOSUR en que es lícito traficar mercancías pero donde los pueblos continúan sujetos a las antiguas reglas de la emigración y del racismo solapado.

Me duele profundamente la explotación y la manipulación de nuestros pueblos por una dirigencia clasemediera y pretendidamente ilustrada, nacida para el mando y para la conducción política, simplemente porque se criaron en casas con sirvienta y se educaron en colegios y universidades privadas. Hablan de Evita y ni siquiera pueden imaginar el odio terrible que en Evita despertarían con su sola presencia; odio que suscitaría su presunta dirigencia, su modo de actuar, sus apellidos, sus gestos, sus promesas vanas, el modo en que parasitan la decadencia de un proceso al que se sumaron sin mayor lealtad ni gratitud, en los momentos de mayores extravíos, cuando todos los paradigmas imperantes nos eran adversos y tan solo tratábamos de sobrevivir y de mantener la estrategia del regreso.

Lo terrible, lo paradójico, lo sorprendente es que los tiempos cambiaron, que el mundo cambió, que la globalización dejó tan atrás aquellos tiempos de los que ellos son esclavos en sus paradigmas que cuando escapan al cinismo y se salen del libreto de los puros negocios y del pragmatismo de las roscas y de las elecciones fraudulentas, vuelven a lenguajes obsoletos, donde las categorías rígidas sobre los sujetos de la historia y el epíteto fascista del que abusan, demuestra muy a las claras que son advenedizos y que aún permanecen prisioneros de las viejas matrices de pensamiento, matrices cuyas referencias se derrumbaron con el muro y con el conocimiento de los horrores a que condujo el estalinismo.

Y esto es lo más doloroso de estos momentos. Cuando el Imperio se tambalea al borde del default, cuando las bolsas y los mercados sufren terremotos financieros y se evidencia el peso creciente de la crisis energética, la Argentina en cambio de buscar caminos de soberanía alimentaria con desarrollos realmente sustentables y en armonía y preservación de sus ecosistemas, fortalece su modelo extractivista y agroexportador en función de las necesidades de los mercados y de los intercambios globales.

Reitero: en momentos de máxima crisis del mundo globalizado, en vez de explorar caminos de liberación nacional, ahondamos nuestras dependencias y lo que es aún peor, exploramos con expectativas nuevas colonialidades, tal como son las crecientes relaciones adictivas con China, el imperio ascendente donde rige el marxismo de mercado.

Estoy convencido que se trata de una discusión por el Poder que no se resuelve en el campo electoral sino en el campo de las confrontaciones de ideas y ganando a los jóvenes para pensamientos nacionales y para una mística que propulse cambios revolucionarios. Nuestra actual dirigencia progresista es dependiente de las proyecciones fantasmales de un paradigma obsoleto, tal como es el marxismo setentista, y esa matriz de pensamiento la lleva necesariamente a elegir opciones de crecimiento y de modernidad, opciones que implican nuevas y terribles sumisiones al capitalismo globalizado.

No tenemos fuerzas suficientes para rescatar a los pobres del asistencialismo y de las redes clientelares, pero sí podríamos, con la potencia de la palabra y de las ideas, intentar rescatar a los jóvenes, para que sean capaces de soñar mundos nuevos y en especial para acunar el sueño de una nueva Argentina. Una Argentina capaz de salir de la sojización y volver a ser un país libre e independiente.

Tal vez sea una tarea colosal, pero nadie nos enseñó jamás que sería fácil cumplir con los mandatos que nos dieron nuestros mayores, y en este caso estoy seguro que vale la pena intentar el esfuerzo.